Miércoles, abril 24, 2024

Rosewood, el hotel para pudientes que despoja a Puebla de su patrimonio

Destacamos

Hasta la novena década del siglo pasado esta parte del Centro Histórico de la Angelópolis fue un barrio de vecindades desmedradas, en las cuales sobrevivían familias hacinadas de artesanos, obreros no calificados, comerciantes ambulantes y sirvientes, es decir: los marginados y explotados de la ciudad.

 

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Hoy la zona alberga a Casa Aguayo, el principal edificio de gobierno en el estado, otras importantes oficinas de la administración pública, un centro de convenciones, galerías, una plaza comercial, restaurantes y hoteles de lujo, amén de casonas históricas convertidas en residencia de personas con el poder económico suficiente para remodelarlas y decorarlas con obras de arte y antigüedades exquisitas.

 

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Pero no son esos inmuebles públicos o privados los que han detonado la plusvalía de El Alto. Ha sido un edificio de apariencia discreta que se encuentra casi escondido, confundiéndose con el entorno, el cual en solo un trimestre le ha venido a dar un crecimiento de hasta 500 por ciento al valor de la tierra en este antiguo barrio poblano.

 

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Se trata del Hotel Rosewood Puebla, cuya inversión declarada por sus dueños es de 35 millones de dólares, aunque hay empresarios del giro que especulan un “fondo semilla” de hasta 70 millones de dólares; es decir, casi mil 240 millones de pesos al tipo de cambio actual, la misma cantidad de dinero del erario que se destinó, por ejemplo, al Tren Turístico que construyó el sexenio pasado el gobierno estatal encabezado por el panista, Rafael Moreno Valle Rosas.

 

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Rosewood es una de las pocas marcas de mega lujo de la hotelería mundial. Su mercado es el llamado “turismo de ego”, el de mayor poder adquisitivo en el planeta. Las tarifas de alojamiento pueden dar una idea de las estancias que factura la cadena: 24 mil pesos la noche en la habitación más sencilla, la Puebla (43.5–59 m2); 80 mil por la Premier King (45–83.5 m2), la de mayor valor.

 

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El recinto es Pet Friendly, es decir, tiene disponibilidad para hospedarse con su mascota y el costo para que un perro o gato pernocte cómodamente es de 500 pesos.

 

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“¡Cuando ves una mascota sabes que es parte de la familia, y si ves que la mascota está contenta imagínate lo que podemos hacer por todos los demás!”, declaró el director ejecutivo de Rosewood Puebla a un periódico editado en la capital del país.

 

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La franquicia, que en Puebla es ostentada por Plus Arrendamientos Inmobiliarios, tiene solo 19 hoteles en una decena de naciones. México es una plaza destacada para sus inversores, ya que hay en territorio nacional cuatro centros: Las Ventanas al Paraíso, en Los Cabos, Baja California Sur; Rosewood Mayakoba, en la Riviera Maya, Quintana Roo; San Miguel de Allende, Guanajuato y ahora el recién inaugurado en el antiguo barrio de El Alto.

Amalgama cosmopolita

 

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Rosewood Puebla se ubica en el 1402 de la 10 Norte, una calle angosta paralela al Paseo de San Francisco y que hace esquina con la 14 Sur, una de las avenidas más transitadas por las unidades del transporte público en la capital poblana.

 

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La parte más sobresaliente de la fachada azul se compone en planta baja y primer nivel, de un cuerpo simétrico dividido en tres módulos. En cada uno de los extremos hay columnas adosadas a los muros que los delimitan. Tiene vanos rectangulares destinados en planta baja como accesos y en planta alta como balcones, hay un enmarcado compuesto por jambas a los costados, rematado por una cornisa, a su vez sostenida por dos ménsulas, elementos de la arquitectura neoclásica.

 

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La soberbia amalgama de cemento, piedra de río, herrería y maderas preciosas es, sin embargo, casi imperceptible, pues una de los principios de la cadena es lograr que cada uno de los hoteles se fusione con el entorno.

 

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Sin embargo, hay cosas que no se pueden ocultar: los Maserati, Alfa Romeo, Bentley y otros autos de super lujo, con placas casi todos de la Ciudad de México, estacionados afuera, dan cuenta de las posibilidades económicas de los huéspedes.

 

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“Los huéspedes son personas con el mayor poder adquisitivo que hay en el mundo. Casi todos los que han venido a hospedarse son judíos, personas que pueden traer puesta ropa que en su conjunto puede superar los 100 mil o 150 mil pesos, vistiendo camisas, pantalones y tenis casuales”, confía un empresario del ramo hotelero que ha observado a su poderoso competidor.

 

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El personal mexicano que atiende a los clientes de Rosewood es egresado de instituciones particulares con las colegiaturas más altas del mercado, como la Universidad de las Américas Puebla (UDLAP) y el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM). Pero la planta laboral también incluye a extranjeros oriundos de ciudades ubicadas al otro lado del mundo, como Calcuta.

 

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Además de promover visitas a sitios de interés como la Catedral de Puebla, la Capilla del Rosario, San Pedro y San Andrés Cholula, también hay empresas que ofrecen a los visitantes otro tipo de entretenimientos, como sobrevuelos por el volcán Popocatépetl, con un costo aproximado de 5 mil pesos por persona, en un viaje que dura de una hora a 75 minutos.

 

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Las habitaciones son de estilo residencial, “con piezas locales y diferentes texturas destacadas, como cabeceras en relieve, pisos de cerámica pulida originales del siglo XVIII piedra y paredes de azulejos coloridos. Los baños pueden incluir bañeras independientes de cobre y pisos climatizados”, según la descripción que hizo el diario inglés The Telegraph, uno de la docena de medios internacionales y nacionales que dieron cobertura a la inauguración del Rosewood Puebla el 18 de mayo pasado.

 

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Los espacios colectivos como los restaurantes, el lobby, jardines, salas de estancia y lectura, poseen esculturas, cuadros y otras obras de arte y artesanías mexicanas

–algunas hechas ex profeso para el inmueble– o traídas de otras partes del mundo.

Hay muebles de Yucatán, lámparas de Oaxaca, tapetes de Guadalajara y sillones de León, Guanajuato; tapetes persas y adornos parisinos.

No privatizado, sí restringido

No obstante, los verdaderos tesoros históricos y artísticos de Rosewood Puebla son invaluables, y aunque la mayoría se encuentran en su interior, bajo su resguardo, son patrimonio de la nación, deben ser de acceso público, pero son administrados para beneficio de los propietarios de espacio.

 

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De hecho, la edificación del hotel fue evidentemente planificada para explotar la custodia que el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) le concedió a los dueños sobre monumentos como Los Lavaderos de Almoloya, la Plaza de la Amargura y la Fuente de Los Leones, un elemento externo que conjuga perfecto con la arquitectura del nuevo inmueble y parece ser uno de los sitios preferidos por los huéspedes, quienes así se mezclan con los poblanos de clases populares que suelen acudir ahí a tener momentos de esparcimiento.

En los hechos, Rosewood Puebla también aprovecha la parte trasera del Templo del Cirineo, que data del siglo XVI, aunque no la tiene concesionada, según afirma en entrevista con La Jornada de Oriente Rafael Barquero Díaz Barriga, subdirector del Centro INAH en Puebla.

 

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En una entrevista con esta casa editorial, Barquero Díaz Barriga insiste en que los monumentos históricos en posesión de Rosewood Puebla no están privatizados, pues el hotel los ostenta bajo la figura legal de custodia, a cambio de cuidarlos, siempre con la supervisión del instituto.

En ese sentido, el también arquitecto restaurador agrega que “cualquier persona puede visitar Los Lavaderos, la Plaza de la Amargura y la fuente, aunque obviamente hay un horario de visita, como en cualquier museo o sitio histórico”.

 

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En el caso del Templo del Cirineo, agrega el funcionario federal, incluso se celebran misas, porque el lugar es usado y administrado por la iglesia católica y sus fieles de la zona.

No obstante, Rosewood colocó una reja que impide el acceso directo de la calle hacia Los Lavaderos de Almoloya, así que hay que ingresar por el lobby o por el bar que el hotel construyó al lado del sitio histórico.

 

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La presentación en la página digital del hotel consigna: “Introduciendo una sensibilidad moderna sobre un contexto histórico, Bar Los lavaderos es un cautivante lounge inspirado en los Lavaderos de Almoloya del siglo XIX, que corrían bajo el edificio. Mezclando una hermosa y sofisticada estética con detalles del México antiguo, con un piso de maderas preciosas, el bar sumerge a los huéspedes en la historia del lugar proporcionando un espacio. El bar cuenta con una atractiva colección de licores y destilados, incluyendo una extensa colección de mezcales y tequilas, así como un menú de creativos cocteles” (sic); nada dice sobre sitio y mucho menos sobre la posibilidad de que el mismo sea visitado por el público.

Si uno acude en calidad de visitante y no de huésped, un empleado sumamente amable recibe y dice casi de inmediato, en un tono discursivo que delata entrenamiento: “Estamos orgullosos de tener en custodia este valioso tesoro, que es invaluable y nos honra”.

 

 

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En seguida da ingreso a Los Lavaderos, relatando el uso que le daban cientos de mujeres hace más de dos siglos y con insistencia invita a los visitantes a tomarse una taza de café o una copa en el bar: el precio de la primera bebida es de 150 pesos, el de la segunda va de los 250 a los 700.

“Los Lavaderos de Almoloya siguen siendo del municipio, lo que se hace es darlos en comodato para que se encarguen de su mantenimiento, así como de toda esa zona que fue lo que ya hicieron, pero eso no quiere decir que les pertenezca”, declaró en junio pasado Sergio Vergara Berdejo, gerente del Centro Histórico y Patrimonio Cultural del ayuntamiento de Puebla.

 

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Los Lavaderos son el elemento principal de la decoración del bar, pues se le han colocado sirios para iluminarlos y poder observarlos desde las mesas, a través de un elegante muro de cristal. Si uno no está al tanto de que ese sitio histórico es público, daría por sentado que es de Rosewood.

El horario de visita, deja claro el anfitrión del bar, es de las 10 de la mañana a las 6 de la tarde, y eso se debe a “la comodidad que deben tener nuestros huéspedes”.

Lo mismo sucede con la Plaza de la Amargura, en la cual las mujeres tendían la ropa que lavaban y se contaban sus penas. El sitio prácticamente quedó dentro de Rosewood y comparte sus límites con un hotel también de lujo, pero de menos sofisticación: El City Express Puebla Centro.

 

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Muy pocas personas saben de la existencia de La Plaza de la Amargura, mucho menos de que se encuentra en un hotel de lujo y que se puede visitar por ser patrimonio público.

Junto a la plaza fue construido un jardín, y si uno recorre los pasillos de esa zona puede ir a dar a otro monumento histórico: la parte trasera del Templo del Cirineo, el cual fue intervenido para su restauración, al igual que la Plaza de la Amargura, Los Lavaderos de Almoloya y la Fuente de Los Leones, por los dueños de Rosewood Puebla, para deleite de sus huéspedes, siempre “con la supervisión del INAH”, asegura Rafael Barquero Díaz Barriga.

Gentrificación

“La llegada de Rosewood fue impresionante; de entrada, la plusvalía de la zona subió como 500 por ciento”, calcula entusiasta Mauricio Hernández Castillo, empresario inmobiliario de la Ciudad de México.

“Es seguro que Rosewood va a jalar otras inversiones, igual o un poco menos pesadas, pero todas fuertes, como ya lo hizo City Express, porque el Centro Histórico de Puebla es un lugar maravilloso que debe ser conocido y necesita que se le inyecte ese potencial turístico, como lo dijo el gobernador Rafael Moreno Valle, que trabajó mucho por darle una importancia a lo turístico y a la valoración del patrimonio histórico como ningún otro”, señaló el arquitecto, quien tiene inversiones en Puebla, Oaxaca, Querétaro, Morelia, Guanajuato y Antigua, Guatemala.

“Se van a instalar hoteles, restaurantes, centros de diversión, tiendas, negocios que van a ayudar a la economía de Puebla y sus alrededores en los próximos años”, remata.

–¿Eso significa que la gente que vive ahí y los comerciantes en pequeño van a ser desplazados?

–se le cuestionó.

–No necesariamente, va a ser benéfico para todos, algunos querrán vender sus propiedades, porque ahora se están revalorando en el mercado y se les va a pagar un dinero que muy difícilmente podrían haber logrado antes de la llegada de Rosewood, City Express y otras marcas prestigiadas. Otros seguro se quedarán a competir, a sacarle jugo a su actividad tradicional, porque eso es también lo que se busca, lo que busca el turismo de altas miras: una combinación entre el lujo y la sofisticación del primer mundo, con la tradición y lo folklórico de cada lugar –contestó Hernández Castillo.

Rafael Barquero Díaz Barriga coincide con la apreciación del empresario inmobiliario, ya que afirma que los huéspedes de Rosewood Puebla no solo hacen consumos en el hotel, sino que adquieren los bienes y servicios de negocios ubicados en la zona, por ejemplo, contratan mariachis del Mercado de El Alto o comen ahí o en los restaurantes de San Francisco.

–¿No se corre el riesgo de que se esté generando la gentrificación del Centro Histórico? –se le pregunta al funcionario del INAH.

–¿Gentrificación entendida como qué? –cuestiona al reportero.

–Gentrificación entendida como el desplazamiento, la expulsión de los habitantes históricos de un barrio para que sus casas las ocupen grandes firmas nacionales e internacionales –se le responde.

–No, no se corre ese riesgo, porque lo importante de un lugar es su gente y su gente no se va a ir de ahí –contesta.

Francisco Vélez Pliego, director del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego” de la Universidad Autónoma del Estado de Puebla (UAP) considera que lo que Rosewood puede provocar al Centro Histórico de Puebla tiene “ciertas particularidades de la gentrificación”, pero advierte que ese concepto es mucho más amplio y complejo.

No obstante, señala las anomalías provocadas por el nuevo hotel: no hubo un manejo transparente de las transacciones que el Fideicomiso del Paseo San Francisco hizo con particulares para entregarles los inmuebles; se permitieron acciones que no fueron coincidentes con el programa de conservación para la zona y se dejaron abandonadas las estructuras originales, así que muchos edificios conservan sus fachadas restauradas, pero en el interior hay construcciones totalmente nuevas, que borraron la arquitectura original de cada inmueble.

Explica que desde la liquidación del Fideicomiso del Paseo San Francisco comenzó la opacidad sobre los predios que lo conformaban. Recordó que fue en el sexenio del priista Melquiades Morales Flores, cuando inició la venta en paquete de los inmuebles y que algunas familias que eran propietarias de los predios expropiados tramitaron recursos para recuperarlos, aunque en muchos casos llegaron a acuerdos con las autoridades para cederlos.

En el caso concreto de Rosewood –edificado durante la gestión del panista Rafael Moreno Valle Rosas–, Vélez Pliego diceque su construcción destruyó deliberadamente un edificio del siglo XIX, “la obra no respetó estructuras preexistentes” ni las alturas establecidas en la ley ni aspectos morfológicos de la zona, además de que se presume que pudo haber “saqueo hormiga”.

“La integración del proyecto del hotel no respetó la existencia de los Lavaderos de Almoloya, que son o eran parte del equipamiento municipal a cargo del fideicomiso y del gobierno del estado”.

Considera que la responsabilidad de lo que sucedió con Rosewood es del Instituto Nacional de Antropología e Historia, del gobierno federal, del gobierno estatal y del ayuntamientos en diferentes administraciones.

Zvezda Ninel Castillo Romero, quien participó en la defensa del patrimonio histórico destruido o en riesgo durante el gobierno de Rafael Moreno Valle Rosas, como la Antigua Casa del Torno, señala:

“Los procesos gentrificadores son peligrosamente disimulados, como este hotel; tienen una apariencia atractiva que da la idea de que se está invirtiendo en un modelo de progreso que se desbordará hacia todas las direcciones; sin embargo, los agravios cometidos en el camino y los trastornos patrimoniales, por bellos que se vean, están marcados por la manipulación de la ley, el despojo y la ausencia de procesos integradores. Sus beneficios están direccionados desde su concepción, van dirigidos a una clase social privilegiada que siempre exige más y no tiene paciencia para las demandas sociales de quien no pertenezca a su cerrado círculo”, opinó en una entrevista.

Y añade que esos procesos de gentrificación “son carreras de resistencia diseñadas para sacar del camino a quienes de principio fueron concebidos como eliminables o tolerables en calidad de servidores sujetos por correas muy cortas. Los habitantes originarios, generalmente clases populares, personas mayores o jóvenes con pocas oportunidades, no pueden soportar los aumentos en el valor catastral: las cuentas suben y las posibilidades de acceso a los beneficios se cierran más y más, se ven obligados a salir del embellecido carril de la zona transformada por la presumida obra, tienen que moverse a un lugar más adecuado a sus condiciones económicas, lugares de la periferia en donde son incluso más vulnerables, pero que por lo menos pueden pagar.

Sin registro

El 18 de agosto de 1993 La Jornada de Oriente publicó un reportaje escrito por un reportero que ya no está con nosotros, en el que afirmaba que el entonces gobernador de Puebla Mariano Piña Olaya había vendido los Lavaderos de Almoloya a su esposa en 2 millones 750 mil viejos pesos. El 25 del mismo mes y año el reportero entregó a los editores de esta casa un documento –fechado el 28 de noviembre de 1990– que envió el notario público número 50, Carlos Roberto Sánchez Castañeda, al departamento de la Propiedad Inmobiliaria del ayuntamiento de Puebla. En ella admitía que los Lavaderos de Almoloya eran propiedad de Patricia Kurczyn Villalobos, pero se trataba de un documento apócrifo, según los directivos de esta casa editorial comprobaron en el Registro Público de la Propiedad; la casa contigua a los lavaderos sí estaba en propiedad de la hoy (cosejera del IFAI o lo que se), pero en el número correspondiente a este inmueble histórico, que se encontraba debajo de la propiedad de Kurczyn, no estaba ningún nombre escrito. Los funcionarios de esa dependencia explicaron que eso ocurría porque eran propiedad pública, y así se presentaba en todos los demás registros de los inmuebles de este tipo, como el Palacio Municipal o la catedral; además, la falsificación era muy evidente, por lo que se corrigió públicamente el error.

Sin embargo, otros medios en ese mismo periodo y después insistieron en que los lavaderos eran propiedad de la esposa de Piña Olaya. Por ejemplo, el 20 de abril de 2001 el entonces corresponsal del diario El Universal, Fernando Pérez Corona, escribió que “el 19 de junio de 1996, el gobierno estatal indemnizó con 325 mil pesos ante la expropiación aprobada por el cabildo poblano para realizar el proyecto Paseo de San Francisco”, lo cual demostraría que “los Lavaderos de Almoloya sí eran de Patricia Kurczyn Villalobos. La Secretaría de Finanzas le pagó 325 mil pesos por la expropiación de su propiedad con un cheque de Inverlat”. Lo cierto era que el predio de al lado sí era de su propiedad, pero no había documentos de que el inmueble con valor patromonial lo haya sido.

Al momento de redactarse este reportaje es prácticamente imposible saber a nombre de quién está el terreno donde se edificó durante tres años el Hotel Rosewood Puebla, pues en el Registro Público de la Propiedad el inmueble con la dirección 1402 de la 10 Norte simplemente no aparece.

Luis Christian León González, quien en el Registro Público de la Propiedad se encarga de buscar los datos de los inmuebles tras el pago de una cuota de 640 pesos, dijo: “Es normal que no aparezca, a veces hay muchos cambios de nombres de las calles, hay que buscar cómo se llamaba esa calle antes, porque tan solo en esa área hubo 70 fusiones en los años 90”.

Es así que una inversión millonaria aparentemente benéfica para Puebla, por la derrama económica que supone, puede significar el peligro verdadero de que el patrimonio histórico edificado pase a manos privadas.

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