A cuento de la celebración de los pueblos indígenas el pasado 9 de agosto, el diario El País presentó datos interesantes de la mano de Marjorie Delgado, reportera de esa casa editorial española. Inicia de forma sugerente: “Tratemos de hacer el ejercicio: ¿Cómo imaginamos al indígena de América Latina? ¿Cómo es? ¿En qué paisaje lo ubicamos? ¿Haciendo qué? Lo más probable es que el boceto que hacemos en nuestra mente nos lleve a una escena en canoa o en una cabaña, en un paraje sin concreto, ni semáforos. Difícilmente, por lo menos no en un primer momento, lo imaginamos cruzando la calle en alguna ciudad. (…) El dato que contrasta con esta visión es que 49 por ciento de la población indígena de América Latina ha migrado al entorno urbano en las últimas décadas”. Por supuesto que cuando pensamos en la migración interna que vemos en nuestro país, usualmente hacia las principales ciudades, difícilmente nos figuramos que un porcentaje importante de ellos es indígena. Acaso, tendremos la imagen estereotipada y burda del Mil Usos (1981), película de Rafael Rivera donde un personaje interpretado por Héctor Suárez, es la caricatura de los “fuereños” (una imagen difusa de campesino de lenguaje marcadamente “indio”, terrible estereotipo) que llegan a la ciudad y que, al no tener referencia ninguna con respecto a lo que sucede en la capital, de sus ritmos y “modernidades”, irremediablemente se convierten en el hazmerreír de los citadinos. Cuando nos enteramos que pertenecen a uno de los numerosos pueblos indígenas que por milenios han vivido en nuestro territorio, producen sorpresa, pues pasan de la canoa a la imagen de un ser humano que trata de ganarse la vida.
La información de Delgado introduce la entrevista que le hizo a Germán Freire, experto en desarrollo del Banco Mundial. Freire, cuando se le preguntan las razones para la migración de estos grupos a las ciudades afirma que es por motivos económicos principalmente, empero, “las razones de más peso suelen ser el acceso a educación y salud. Si bien la escuela primaria experimentó una expansión transcendental la década pasada, persisten brechas significativas, especialmente a nivel de educación secundaria y terciaria. Asimismo, los servicios de salud en zonas rurales siguen teniendo deficiencias importantes. A veces estos servicios están presentes solo nominalmente o se prestan en condiciones que ponen barreras al acceso. (…) Por otro lado, los territorios indígenas han estado en constante presión por la expansión de las fronteras agrícolas y de las industrias extractivas. Una quinta parte del Amazonas tiene potencial minero, por ejemplo, y 20 por ciento de estas áreas de potencial explotación coinciden con territorios indígenas”. Freire cita un estudio realizado por varios años en el Continente por el Banco Mundial denominado Latinoamérica indígena en el siglo XXI y que fue publicado en 2015. Ahí se da “un examen crítico de los datos disponibles y de los principales desafíos que afrontan los indígenas latinoamericanos con el objetivo de contribuir a estas deliberaciones. El estudio se basa en microdatos extraídos de censos de 16 países y de encuestas de hogar en nueve países, así como en un análisis de datos secundarios, marcos regulatorios y experiencias regionales”. Al menos, en el prólogo, se reconocen las tremendas desigualdades entre los que más tienen y los que menos, los pueblos indígenas incluidos en este último grupo, aunque en algunos párrafos se afirma que la economía global ha mejorado y ha traído cierta bonanza a la región. Personalmente no comparto esa visión tan optimista.
La problemática indígena es sumamente seria y su presencia en zonas urbanas, mucho más. No solamente se encuentran fuera de su realidad inmediata y por lo mismo se integran irregularmente a la vida de la urbe, sino que corren el riesgo de quedar desarraigados totalmente de sus comunidades. El modelo económico y sus políticas, muchas de ellas dictadas por el propio Banco Mundial, han logrado que se incrementen los movimientos poblacionales en pos de mejores condiciones económicas, en parte por las carencias que aquejan a nuestras regiones, en parte por la falacia de la vida moderna y sus expresiones más nefandas. Hoy que el modelo echa agua por todos lados y que se cuestionan las premisas del mismo, es necesario que reflexionemos sobre el tema indígena, pues está presente y requiere atención. Por supuesto, podemos ignorarlo deliberadamente como se ha hecho con frecuencia, al colocarlos en el grueso de la estadística sin que se comprendan las implicaciones culturales e identitarias del caso, simplemente son otros pobres más que hay que incluir en los datos. Por otro lado, se corre el riesgo de que los ocultemos, a simple vista a través de programas diversos que se generan como meros paliativos, donde se fomenta su existencia como piezas exóticas en torno a zonas turísticas, elaboración de artesanías y festivales de folklore que más abonan a los intereses políticos y económicos que a la realidad de las propias comunidades. No extraña que muchos de los indígenas que llegan a las ciudades, tiendan a mostrar una idea estereotipada de sí mismos para subsistir, o que se mimeticen con la población claramente mestiza, para evitar sufrir más discriminación de la que viven de manera cotidiana. Negar el origen les ha producido, desde los años de la Colonia, resultados interesantes después de todo.