Esta conocida frase se puede aplicar también a los hombres, para que no vayan a decir que soy un misógino irredento: “¿Quieres conocer a Andrés? Viaja con él un mes”. Y esto es más cierto que la salida del sol por el oriente. Los viajes en grupo dan lugar a una convivencia diaria, muy estrecha, porque los traslados generalmente se hacen en el mismo autobús y en los trayectos largos, principalmente, las personas van manifestando algunos rasgos de su personalidad; además de que se comparten los mismos hoteles, los mismos restaurantes y los momentos de andar “en bola” (entiéndase a la manera mexicana).
En un grupo de casi cincuenta personas, que viajan juntas y convocadas libremente por un programa de excursiones recreativo–cultural, podemos encontrar un variopinto mosaico de personas, de ambos géneros, diversas edades y por lo tanto de actitudes, experiencias, conductas, costumbres, constituciones físicas, estados de salud, etcétera. Las hay muy positivas, sonrientes, las que disfrutan todo y que ven en el viaje una oportunidad de conocer cosas nuevas o de entender por primera vez las que ya conocían, también viajan con la expectativa de ampliar su círculo de amistades y son personas comedidas y correctas con todos.
Hay personas urgidas por comprar todo aquello que ven, lo necesiten o no. Éstos, tienen una verdadera compulsión por la adquisición de baratijas (“recuerditos”) y también compran muchos productos regionales, sin discriminar la calidad de éstos. Llenan sus maletas con cuanta “madre” pueden y suben al autobús, muy ufanas, con bolsas llenas de cosas de cada lugar que se visita, ya sean productos artesanales, industriales, ropa y toda clase de alimentos.
Hay quienes parece que andan buscando con lupa los “peros” a todo y que generalmente están a disgusto o molestos por cualquier cosa; que si hay algún retraso, que si se marean, que si sus compañeros no son los que esperaban, que no pueden comer casi nada porque hay muchas cosas que les hacen daño; que si los asientos son incómodos, que el aire acondicionado les afecta o que necesitan urgentemente aire acondicionado, que si el sonido está fuerte o demasiado bajo, que si las habitaciones del hotel no les gustan, que la falta de agua caliente o su exceso, que las camas son duras o blandas, que si alguien los “vio feo”, etcétera.
También existen aquellos viajeros que presumen de su “alto” estatus social, presente o pasado, y tratan de hacer saber a los demás viajeros que ellos han recorrido el mundo, al derecho y al revés, y que han parado en los mejores hoteles, han frecuentado los restaurantes más caros y buscan deslizar entre sus compañeros de viaje el motivo para viajar con ellos y que resulta ser la oportunidad para conocer como viaja “el infelizaje” y tener una audiencia que “les compre” sus relatos sobre sus viajes internacionales, principalmente a Europa, y los lujos de que han disfrutado y las cosas maravillosas que han comprado en esos lugares.
Hay algunos sabihondos, esotéricos que explican todo con sus pensamientos mágicos, los atentos, los picardientos, los imprudentes, los comedidos, los cooperativos, los relajientos, los jetones, los manipuladores, los sediciosos y podríamos alargar esta lista hasta el infinito. Como ven, “en gustos se rompen géneros” y tomando la pequeña muestra de las personas que caben en un autobús podemos encontrar un pequeño y singular mundo. Como decía mi padre “los viajes ilustran”, pero no sólo sobre los lugares del paisaje natural y cultural que se visitan, sino también acerca de la la naturaleza humana. “Ni modo… dijo Alfredo”.