Jueves, marzo 28, 2024

La última enfermedad de John Snow

En una esquina de Londres ubicada en un barrio bohemio y romántico, hay un lugar donde se expende cerveza (Pub House) que ostenta como característica un nombre que curiosamente pocos londinenses reconocen y que se relaciona con un médico que, independientemente de la popular bebida, representa una de las más grandes mentes que contribuyó en una forma extraordinaria, al campo de la investigación y sobre todo a la Epidemiología moderna. Se trata de John Snow (1813–1858), cuyo aniversario luctuoso se conmemora este 16 de junio.

Este humilde y modesto homenaje definitivamente no refleja la trascendencia de su tributo a millones de seres humanos que fueron y aún seguimos beneficiándonos con el fruto imperecedero de su trabajo. Desde su nacimiento mostró cualidades excepcionales con una aptitud particular hacia las matemáticas. Su talento se reflejó en una capacidad de organización y de lógica que iba a marcar una sobresaliente visión metodológica de la vida. Estas características lo llevaron a ser, desde los 14 años de edad, alumno de un cirujano llamado William Hardcastle, quien le brindó las primeras experiencias sobre el Cólera, que era una enfermedad literalmente devastadora en ésa época.

Ya para entonces, John Snow se había refugiado en el vegetarianismo como un modelo de vida; era un notable nadador, además de abstemio y frugal, pero sobre todo, obstinadamente ordenado, disciplinado y con una marcada idea de la rectitud. No contrajo matrimonio, pero independientemente de esta condición, no se le conoce algún tipo de relación sentimental, probablemente debido a su obsesiva pasión por el estudio y la rigidez disciplinaria impuesta a sí mismo.

Estudió medicina en la Hunterian School of Medicine. Hizo sus prácticas en el hospital Westminster, graduándose el 2 de mayo de 1838 con honores. Tres años después, presentó a la Sociedad Médica de Londres su primer trabajo sobre Asfixia y Resucitación del Recién Nacido y después, otra investigación donde describía un instrumento (inventado por él) para llevar a cabo un procedimiento quirúrgico llamado paracentesis del tórax, que consistía en la punción y extracción de líquido en el pecho, con fines diagnósticos y terapéuticos, tal vez motivado por un problema de tuberculosis pulmonar incipiente que posteriormente lo iba a atormentar, pero que no disminuiría su incansable capacidad de trabajo.

En 1842 publicó otros trabajos sobre un nuevo método para remover la placenta en casos de retención y un ensayo admirable sobre circulación capilar. En ése mismo año, supo de alternativas anestésicas practicadas en Estados Unidos, lo que condicionó que incursionara en esta materia, introduciendo los métodos modernos a Inglaterra y modificándolos sustancialmente para mejorarlos, volviéndose experto y llegando a que se le documentaran hasta 450 procedimientos por año.

Después de aplicar anestesia a la reina Victoria en dos de sus partos, pudo haber aprovechado esta condición para atender exclusivamente a la aristocracia y a la clase alta de Londres, pero fue un humanista que jamás dejó de desarrollar su actividad profesional a gente de todas las clases y condiciones. Se le conocen alrededor de 80 trabajos de investigación publicados, pero indudablemente su máxima contribución a la medicina se refiere al control de una epidemia de Cólera que azotó a Londres en el verano de 1854, utilizando el método científico e iniciando la especialidad de Epidemiología, de la cual se considera literalmente el progenitor.

Difícilmente se puede encontrar en la historia a un individuo que compita con él en su polifacética figura. No solamente atendía a enfermos, sino que además, administraba anestesias, investigaba, estudiaba, practicaba deporte y se alimentaba bajo un esquema estricto que él mismo se indicó. La muerte lo sorprendió en una forma particularmente extraña. El 9 de junio de 1858, mientras trabajaba en su último libro “Sobre Cloroformo y otros Anestésicos”, sufrió aparentemente una hemorragia cerebral, con un fallecimiento súbito cuando acababa de escribir la palabra “exit”.

Paradojas del destino, John Snow solamente tiene una simple tumba que se encuentra en el cementerio de Bompton y un salón de venta de cerveza, aún cuando él siempre fue un abstemio consumado; sin embargo, nunca dejará de relucir como un médico excepcional y un individuo particularmente valioso que debería ser ejemplo para cualquier persona, a través de toda la historia de la humanidad.

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