La palabra “stress” no existe en español; sin embargo, en el Diccionario de la Lengua Española editado por la Real Academia Española (RAE) ya existe el término “estrés”, el cual es un anglicismo que se define como La tensión provocada por situaciones agobiantes que originan reacciones psicosomáticas o trastornos psicológicos, a veces graves.
Yo prefiero el término “tensión emocional” a toda la gama de sensaciones que cotidianamente experimentamos cuando nos enfrentamos a la dureza de la vida. Esta puede ser aguda (de corto plazo) o crónica (de largo plazo). Indudablemente, las reacciones que manifestamos cuando nos plantamos ante un peligro inmediato, constituyen un mecanismo de defensa para mantener nuestra integridad física.
Una circunstancia de riesgo puede ser percibida por cada uno de nuestros órganos de los sentidos en una forma aislada o conjunta y las reacciones de protección son concientes, aunque existen mecanismos inconcientes que están regulados por nuestro sistema nervioso y establecen una íntima relación con todo el organismo a través de unas sustancias que se han denominado “neuro–transmisores”. Desgraciadamente, los efectos de las tensiones, si bien constituyen una forma de conservarnos con vida (en su forma aguda), hoy nos mantienen bajo presiones constantes que lejos de ayudarnos, representan un factor de riesgo determinante para generar una gama impresionante de enfermedades que en muchas ocasiones son mortales.
El ruido; el hacinamiento o “amontonamiento” que se acompaña paradójicamente de un aislamiento individualista; el hambre que no puede saciarse a tiempo por el exceso de trabajo; el peligro de subirse a un vehículo de servicio público o enfrentarse como peatón o automovilista a estos mismos, constituyen en la actualidad casi un “deporte extremo”. Uno se juega la vida literalmente en las calles de la ciudad. Gente inconciente, mal educada, que conduce irresponsablemente sin respeto social. El riesgo de ser asaltado o herido nos mantiene en una alerta constante, dando lugar a reacciones en diversos órganos y sistemas.
Indudablemente es el cerebro, a través de un “eje” denominado hipotálamo–hipófisis–suprarrenal, el que reacciona en primer lugar, condicionando un impacto en el corazón (aumentando la frecuencia cardiaca); en los pulmones (con un incremento en la frecuencia respiratoria) y en la circulación (elevando la presión). En su conjunto, estos órganos aumentan su rendimiento hasta en un 300 por ciento o 400 por ciento, lo que se refleja en un gasto de oxígeno y nutrientes mayúsculo a nivel muscular.
La falta de ejercicio y por lo mismo, un bajo volumen en la masa de los músculos, ejercen efectos más graves de desgaste. Como mecanismo compensador, se producen una mayor cantidad de células rojas y blancas que tratarán de mantener un equilibrio; pero la mala alimentación toma “reservas energéticas” que a la larga condicionarán un deterioro físico y emocional. Lo peor es que, esta mala nutrición va a tener un reflejo en el sistema inmunológico, lo que condicionará un verdadero estado de vulnerabilidad ante todos los elementos agresivos del ambiente.
También disminuye la producción de saliva y secreciones en la nariz y garganta, generando irritación, aunque en la piel sucede lo contrario pues se incrementa la producción de sudor. Esto no necesariamente es positivo pues refleja una mayor distribución sanguínea a los músculos, aumentando la capacidad física inmediata, pero disminuyendo nuestras capacidades de defensas externas. Además, la actividad digestiva se altera, cerrando un círculo vicioso que provocará alteraciones en todo nuestro metabolismo.
Desde el punto de vista médico, este conjunto de expresiones orgánicas puede ser catastrófico. Tal vez, en los tiempos primitivos, la combinación de respuestas orgánicas debió haber sido esencial para la subsistencia; pero hoy marca definitivamente un proceso de disminución en la calidad de vida. Por último, cuando nos sometemos a una circunstancia de peligro inminente, se suprimen áreas del cerebro relacionadas con la memoria a corto plazo, la concentración, la inhibición y el pensamiento racional. Esto provoca que la tensión emocional constante, impida la habilidad de desarrollar tareas intelectuales complejas y conductas sociales sanas, como la tolerancia e independencia.
Los fenómenos biológicos dependen de muchos factores en su conjunto y no podemos afirmar contundentemente que esto sea lo más importante para estar sano; pero lo que sí se puede aseverar es que urge un cambio en nuestro estilo de vida. Lo contrario puede representar una verdadera frontera entre la vida y la muerte.