Jueves, abril 25, 2024

¡Lobos BUAP, a Primera División!

Destacamos

Lobos BUAP culminó su seguidilla de sorprendentes triunfos coronando su sueño de ascender a Primera. Lo que había sido una constante a través de toda la eliminatoria –enfrentar arbitrajes dolosos, cerrar siempre jugando de visita–, tampoco en la instancia final constituyó un obstáculo para el equipo de Rafael Puente del Río. La moral de victoria, la fortaleza mental que siempre caracterizó al grupo también en Culiacán se hizo presente. Aunque con matices: excelente primer tiempo de los universitarios… y un segundo que fue puro resistir, acusando a ratos el pasmo que produce en gente demasiado joven la vista del gran objetivo, lo que se anhela tanto pero no acaba de llegar.

Gran reacción. Muy mal empezó Lobos porque, en el primer minuto, el arquerito Canales se extravió por completo y se metió con todo y balón a su portería en un córner desde su derecha. Un golpe como para fulminar a cualquiera. Pero los carolinos respondieron con admirable entereza. Apoderándose del balón y lanzándose sin prisa pero sin pausa en busca del empate. Conscientes de que, al adelantar líneas, se exponían al contragolpe culichi. Así cayó el segundo tanto del local, en la única jugada bien hilvanada que alcanzó a trazar Dorados, aprovechando el ecuatoriano Angulo la debilidad del flanco izquierdo lobezno para escapar en pared larga y poner el centro que Hachen, solo, manejó cómodamente en el área para cruzar rasito contra el poste izquierdo de Canales (28’).

Pero Lobos no perdió la calma ni extravió el plan. Y en una galopada solitaria por la izquierda, Diego Jiménez, lanzado por Ibarra, se sacó la deficiente marcación del lateral y tocó al primer palo ante la tibia salida del arquero Servio para igualar el global a dos (36’). Allí, Lobos olió sangre y ya no soltó la presa. En pleno acoso poblano, JIménez teatralizó una caída en el área local, el árbitro Oscar Mejía no mordió el anzuelo y señaló el córner; Jorge Ibarra cobró desde la derecha… y, casi al borde del área chica, Amaury Escoto cazó el balón que caía con una volea monumental, que hundió la red con la contundencia de un rayo. Fue casi lo único que hizo Amaury en toda la noche. Pero valió el ascenso.

Suspenso a fuego lento. En el segundo tiempo, cero futbol y suspenso a tope. Si Lobos se perdió, como azorado ante la hazaña que estaba a punto de consumar, Dorados acusó frustración y displicencia. Aunque, sin hilvanar una sola jugada, el desordenado repliegue poblano, sus notorias flaquezas por el lateral de la izquierda, facilitaron un acoso que dos o tres veces hizo cruzar el balón muy cerca de la meta de Canales y las miradas ávidas de defensores y atacantes. Fue una especie de pesadilla a fuego lento, que explotó en impotencia con los proyectiles que lanzó el público al campo –una botella estuvo a punto de golpear a Puente– y en la tonta agresión de Oliver Ortiz sobre Godínez (93’), presa ya de un desánimo irremontable. La tarjeta roja al central que fue como el epitafio para el pez mayor. Y marcaba, por anticipado, la consagración del bravo conjunto universitario.

Los hombres de Puente. Lobos BUAP alineó con José Canales; Carlos Martínez, Orlando Rincón, Daniel Tehuitzil (Richard Okunorobo, 84’) y Eduardo Tercero; Luis Pérez, Jorge Ibarra y Rodrigo Godínez; Alonso Sánchez (Omar Tejeda, 74’), Amaury Escoto (Diego Campos, 92’) y Diego Jiménez. Ibarra como pivote y eje de un equipo admirablemente solidario.

Semifinales pobres. Se jugaron las semifinales de la Liga MX, con la ventaja para el lector de conocer ya los resultados, en tanto quien esto escribe lo hace antes de que se celebren los partidos de vuelta. Una de tantas trastadas que debemos agradecer a los absurdos horarios que impone la televisión.

Por lo pronto, el jueves faltó futbol y escasearon las emociones. En Toluca debió ganar el Guadalajara, porque los rojos locales son pura anarquía. Pero el empate es justo si partimos de lo que cada equipo ofreció al espectador, que fue casi nada. Mientras Hernán Cristante no acaba de encontrarle la cuadratura al círculo de un equipo que perdió los mejores rasgos de identidad –los que tuvo cuando Cristante jugaba–, Matías Almeyda sí ha conseguido imbuir a sus huestes de coraje y espíritu ofensivo. Por desgracia, las juveniles Chivas –de nada, joven Salcido– se parecen cada día más a las de la leyenda de los 50, atrabancados pero ineficaces, hasta justificar con su desempeño el mote de chivas locas que recogería la tradición. Ya ante el Atlas sufrieron demasidado para clasificarse, y nada garantiza que puedan eliminar a los choriceros, según se las prometían sus partidarios.

Tigre aplatanado. Allí estarán esperando Tigres o Xolos, el que venza de los dos en la confrontación en que a estas horas aún están enredados, y cuyo capítulo inicial no habrá dejado a nadie satisfecho, pues más parecía lo que jugaron en el Volcán partidillo de pretemporada que semifinal de la Liga MX.

Y la culpa fue más del campeón del Apertura 2016 que del líder del Clausura 2017. Como si toda la energía del felino auriazul se hubiera concentrado en humillar al vecino regiomontano, el encuentro de ida contra los pupilos del Piojo Herrera lo afrontaron muy plácidamente, pese a las facilidades brindadas por un equipo que, a partir de la temprana lesión del Topo Valenzuela, prácticamente tiró sus cartas y se encerró en un mutismo de cuadros chico. Sin poder impedir que, sobre el cierre del primer tiempo, Zelarayán y Aquino, ayudados por gruesos errores de la zaga tijuanense, dejaran la pugna prácticamente resuelta, pues la segunda mitad la trotaron ambos como si lo que deseaban fuera el frescor de la ducha reparadora. Ante ese rival entregado, Tigres volvió a ser el equipo opaco de costumbre –costumbre inveterada en el Tuca– y perdió la gran ocasión de liquidar la eliminatoria en casa, de una vez por todas.

A estas horas ya se sabrá si el cálculo le funcionó o no a Ferretti, con un equipo superior en todo al de Miguel Herrera.

El “Chivo” y el “Inglés”. En dos días aciagos, miércoles y jueves de la semana que pasó, murieron los dos últimos sobrevivientes del Atlas campeón de la liga de 1950–51, que sólo perdió cuatro juegos de 22 y admitió únicamente 23 goles. Datos éstos que tomo de la imprescindible historia del futbol profesional de México que el gran Isaac Wolfson nos legó, y donde consta también la alienación que conquistó ese único título venciendo por 1–0 al Guadalajara, su eterno rival (22.04.51). Dicha formación, atenida al 3–2–5 de la época, la integraban Raúl “El Inglés” Córdoba en la portería, de derecha a izquierda los defensores “Chapetes” Gómez, Felipe Zetter y Ornelas; Del Valle y el argentino Nicolás Novello en la media, y adelante su paisano Juan José Novo, el tico Erwin Cubero, el histórico goleador Adalberto “Dumbo” López, Lupe Velázquez y José “El Chivo” Mercado. Es decir, ocho mexicanos y tres extranjeros, sensata proporción que prevalecería por varias décadas, hasta que la ambición de los agentes y sus contrapartes directivas rompió el esquema y condujo hasta el actual y nefasto 10/8.

A Raúl Córdoba, arquero elástico y de mucha personalidad, le llamaban “El Inglés” por la elegancia de su atuendo y de sus movimientos. Él falleció el miércoles 17, en la ciudad de León, a los 93 años de edad. Al día siguiente, en Guadalajara, José “El Chivo” Mercado dejaba el mundo con 89 años. A éste alcancé a verlo jugar, como extremo izquierdo del Toluca, y aún recuerdo la potencia de su zurda, que solía embocar goles formidables al ángulo contrario. Su hijo Sigifredo Mercado jugó para el Puebla de la franja durante varios años de la década del 90; curiosamente cubría la defensa derecha, es decir, en el puesto directamente opuesto al que ocupara su padre, de quien ahora mismo recuerdo un golazo de último minuto para vencer al Guadalajara en la Bombonera cuando las Chivas eran campeonísimas. Debió ser esto a finales de noviembre de 1964, cuando José Mercado –un rubio correoso y delgado, de bigotito y faz alargada a la que debía su apodo– era ya un veterano a punto de retirarse.

Del Atlas campeón pasarían al Puebla casi de inmediato dos de sus delanteros estrellas: el tapatío Lupe Velázquez –al torneo siguiente, 1951–52, y para seguir amargándole la vida con sus goles al Guadalajara–, y el costarricense Erwin Cubero –la temporada siguiente, 1952–53. Ambos llevarían al Puebla hasta el título de Copa México conquistado en el capitalino estadio de Insurgentes el 31 de mayo de 1953, como parte de esta alineación inolvidable: Vicente González; “Burro” Figueroa, Enrique Rivas y Torres Ruiz; Raúl “Güero” Cárdenas y Gonzalo Iturbe; Lupe Velázquez, Mariano Uceda, Manuel Del Toro, Mariano Fernández y Erwin Cubero, bajo la dirección técnica de Isidro Lángara, el vasco inmortal.

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