Una tarde de febrero
inopinadamente
una nube invadió la avenida central
en aquella ciudad polvosa
rompiendo ventanales
tronando parabrisas
descalabrando personas sin sombrero
asustando a los infantes
desatando las alarmas de bancos y vehículos
que dormían junto a la acera
marchitando hasta el último botón
las flores de los bosques
y colapsando en un santiamén
al sistema de aguas y drenajes
ante el terror de sus guardianes.
Dos horas duró el pánico que inundó
la vía principal de los desfiles
Luego gota a gota
se fue diluyendo la solidez de aquella fuerza
aunque resistió acumulada en los rincones.
Al día siguiente las autoridades estimaron los daños
y como acostumbran llamaron a la calma
a volver al orden y al ornato
con la misma frase cruda y muy frecuente:
una granizada no hace verano.
Aunque veo que el cielo recarga sus nubes.