La burocracia es un término polisémico que lo mismo se refiere al conjunto de servidores de un organismo público o privado y también califica la ineficiencia, complicación o lentitud del mismo conglomerado de empleados. Ésta, que es necesaria en cualquier organismo, puede convertirse en un maligno cáncer que invade los tejidos de un organismo y prácticamente lo anula.
Vistas las cosas desde esta perspectiva, el burócrata clásico o “burrócrata” es un individuo o individua que consiguió la chamba por la inercia institucional o por recomendación y se dedica principalmente a cumplir un horario, supuestamente de trabajo, al cual le resta el mayor tiempo posible. Llega al lugar de trabajo en el minuto justo de tolerancia o algunos minutos después alegando cualquier cantidad de excusas. Cuando había tarjetas checadoras los fulanos y fulanas se amañaban para checar su propia entrada, y las de sus cuates, quienes luego le devolvían el favor, asunto que se ha terminado con el registro de la huella digital.
Antes de llegar a su lugar, saluda a todos efusivamente y se prepara una taza de café que, en ocasiones, acompaña con algunas galletas, después se va al baño y se tarda lo suficiente para acicalarse o leer alguna revista de moda. Después, lentamente saca de un cajón sus utensilios de trabajo sin dejar de conversar con su vecino… ah, y dirige un vistazo de fastidio a los papeles acumulados en su lugar y al público que espera ser atendido. De mala gana va recibiendo por turno a los sufridos “derechohabientes”, a la par que chatea con su celular y lanza una mirada furtiva a una dama o caballero que llama su atención. Huelga decir que en medio de la jornada hay un desayuno memelero que deja en el ambiente de la oficina y en el aliento de los empleados un acre olor a cebolla. Con frecuencia se levanta de su sitio para acudir al baño en donde además de satisfacer las necesidades fisiológicas se hurga las fosas nasales y continua su coloquio chateador.
Un momento importante en la jornada semanal de un burócrata es cuando llegan las(los) “chivera(o)s” que ofrecen toda clase de mercancías en abonos, desde joyería de fantasía, ropa de todo tipo, incluyendo la interior; gelatinas, empanadas, tortas, bandejas con frutas, atole, catálogos de “artículos para el hogar”, perfumes, zapatos, adornos, películas “pirata”, boletos de rifas, “productos milagro” para adelgazar, para callos y mezquinos, para disfunción eréctil, cremas antiarrugas, etcétera.
Los burócratas exigen vehementemente sus “prestaciones” y son celosos guardianes de sus derechos; por lo tanto una de sus devociones es asistir a cursos de capacitación porque, por ley, ésta se debe llevar a cabo en horario laboral, debe ser gratuita y es la oportunidad para chatear sin restricción alguna, sobre todo si el curso que se imparte es de “relaciones humanas” ya que se divierten echando relajo, cuando se enfrentan con instructores poco experimentados en el manejo de grupos. Poco o ningún provecho sacan a la capacitación, porque se vuelven mañosos y artistas de la güeva y de la irresponsabilidad y eso sin hablar de las “mordidas” pa´acelerar los trámites.
No se me ofenda si usted se siente aludido entre aquellos que llamo burrócratas, porque entonces su indignación me revela que no cae usted totalmente en esa categoría, ya que los auténticos burrócratas, los de pura cepa, tiene una gruesa “concha” que los protege de toda crítica y todo aquello que pueda yo decir se les resbala olímpicamente.