Jueves, abril 18, 2024

El cuento de los clásicos

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El sábado no se llenó el estadio Omnilife ni lo que presenciaron los asistentes al Chivas–América fue como para tirar cuetes de felicidad. Ah, pero se trataba del clásico de clásicos y había que darle tratamiento mediático de acontecimiento, incrementado esta vez por el morbo de lo que pudiera pasar con La Volpe si su América cargaba con la derrota (ya una vez, hace muchos años, la administración de las Águilas lo despidió luego de lapidario 5–0 aplicado por las Chivas). Lo último pudiera repetirse pese a que esta vez el triunfo del Guadalajara fue por la mínima y de penalti (Zaldívar, a los 29’); además, la expulsión de Samudio dejó al visitante con uno menos durante más de media hora, lo que perjudicó a los de Televisa sin beneficiar a unas Chivas más preocupadas por tener y retener el balón que por buscar la meta contraria. Para que no faltara la polémica, el árbitro Santander ignoró un manotazo de Erwin sobre Renato Ibarra, en el primer tiempo, que pudo ser de roja. Y casi al final, La Volpe terminó expulsado por invadir tontamente el terreno para reclamar cualquier cosa, en una muestra más de su talante irascible y descontrolado.

Como remate, la transmisión televisiva del partido resultó calamitosa.

Clásicos a pasto. Fue un sábado adverso para la capital frente a los equipos tapatíos, pues por la tarde, el Atlas, sin hacer gran cosa, contribuyó con otro 0–1 a las inacabables penurias del Cruz Azul, que con Jémez al mando quiere pero no puede. Ambos, cremas y cementeros, se encontrará este fin de semana en un partido más con disfraz de clásico, así sea para discernir cuál de los dos es el menos malo.

Y ya que de clásicos se trata, por qué no meter en esa cesta el Puebla–Jaguares de ayer, clásico familiar aunque sea, con ambos más o menos tranquilos tras las afortunadas derrotas de Veracruz –cuya “afición”, tras el 0–3 del viernes, se lanzó contra la porra de Tigres con saldo de numerosos heridos durante la bárbara agresión– y del Morelia (12 ante el líder Toluca), que está más cerca que nunca del descenso a Primera A.

Al Barça, una goleada de campeonato. Apenas estamos en octavos de final y ya la amenaza de eliminación se cierne sobre uno de los grandes de Europa. El más grande de todos, si juzgamos por las credenciales que muestra el Barcelona a estas alturas del siglo XXI, del que le han bastado 16 años para consagrarse tetracampeón y protagonista principal de la Champions, por no hablar de lo restante de su asombroso palmarés nacional e internacional, sustentado en la belleza y eficacia de un futbol maravilloso.

Pero el martes, en París, el Barça estuvo desconocido. Y también el PSG, pero en sentido opuesto: encabezado por un Ángel di María más inspirado que nunca, el elenco parisiense le pasó por encima al catalán, que al trocar su uniforme tradicional por uno color yema de huevo podrido fue como si abjurara también del brillo habitual de su juego para vulgarizarse drásticamente y quedar a merced de la desconocida voracidad de los locales. Di María cumplía 29 años y lo festejó a tope: tiro libre lanzado con telémetro al ángulo izquierdo de Ter Stegen para abrir boca (17’) y remate desde fuera del área, no menos preciso y bello (54’), constituyeron lo estelar de su contribución; pero el argentino no se limitó a rematar como los dioses, fue un animador constante del juego y no cesó de alimentar en corto y en largo a sus compañeros, ayudándolos a redondear la paliza, mediante dos goles más, firmados por el alemán Draxler (39’) y el uruguayo Cavani (70’).

Enfrente, el otro rosarino, Lio Messi, fue una sombra. Y con él el resto de sus coequiperos, con Iniesta acompañando en su fracaso a André Gomes –a ambos los sustituyó Luis Enrique bastante antes de los 90–, la defensa hecha un lío –los veteranos Piqué y Alba tan perdidos como los novatos Sergi Roberto y Umtiti (que al última hora se lanzó al frente y estrelló un cabezazo en la madera)– y Busquets tan errático en la contención como el tridente Messi–Suárez–Neymar en sus escasos y descompuestos arreones ofensivos.

Desastre total y virtual eliminación de uno de los favoritos, porque pensar en una voltereta en Camp Nou suena a deschavetada quimera.

El Madrid, más contenido. Al conocerse en diciembre los resultados del sorteo para octavos de final de la Champions League, unos matemáticos futboleros de la venerable Universidad de Oxford le echaron números al asunto y concluyeron en que algo raro viene ocurriendo en los últimos años con el Real Madrid, invariablemente favorecido con los rivales más fáciles posibles, mientras los demás se despedazan entre sí. Según la ley de probabilidades, allí hay gato encerrado, denunciaron. Además, como bien sabemos, la UEFA, la FIFA y demás gavilleros del futbol son capaces de trampearlo y estropearlo todo. Pero como el show debe seguir, a dichos expertos nadie les hizo el menor caso, y, una vez más, el Madrid tiene delante un pichón con poquísimas posibilidades de toserle recio. Tanto que, a pesar del discreto 3–1 con que dispuso del Nápoli en el Bernabéu (goles de Benzemá, Kroos y Casemiro para remontar el remate lejano de Insigne que tomó a Keynor Navas papando moscas), y dada la inhibición y timidez del rival, su pase a cuartos se da por descontado.

Ya se verá entonces cómo trata a los merengues el sorteo correspondiente.

Bayer, presente. La otra goleada corrió por cuenta del gigante bávaro, que no tuvo piedad del timorato Arsenal de un Arsene Wenger al borde del despido, si hemos de atender al clamoreo de los hinchas londinenses. Se habían hecho ilusiones cuando el primer tiempo en el Múnich Arena terminó igualado a uno (golazo de Robben, con su clásica diagonal concluida en rosca al ángulo opuesto; y penal fallado, luego pifiado y finalmente puesto en la red por Alexis Sánchez); pero bastaron nueve minutos arrolladores del Bayern para poner las cosas en orden, no bien arrancó el complementario. Efectivamente, los tantos de Lewandowski (52’) y el par de Thiago Alcántara (55’ y 61’) pusieron en la lona al desconcertado conjunto inglés, que de milagro se libró de una cueriza peor pero no de un quinto pepino (Müller, 87’), que deja prácticamente resuelta la eliminatoria.

En síntesis, Arsenal fue un caos en todas sus líneas –patético en defensa, inexistente al ataque– y el local lo bailó a su antojo, con escasa puntería en la primera parte y con la necesaria para asegurar su pase a cuartos al volver del vestidor.

Otro alemán en línea. De todos es sabido que el Borussia Dortmund ya no es, ni dentro ni fuera de Alemania, lo que llegó a ser cuando Jürgen Klopp los llevó hasta la final teutona de la Champions 2013. Pero todavía funciona como digno representativo del futbol del país campeón del mundo, y lo demostró el martes, al visitar al Benfica en Lisboa. Sin sus figuras de entonces –los Lewandowski, Götze, Hammers o Gündogan– perdió potencia, pero su juego sigue siendo atractivo y tiene buenas posibilidades de superar al campeón luso, que en su estadio Da Luz lo venció por la mínima con la anotación del griego Mitroglou (47’). Pero incluso por oportunidades creadas, se mostró superior al águila lisboeta, y tiene argumentos de sobra para liquidar la eliminatoria jugando en casa.

Por cierto, Raúl Jiménez entró de cambio a falta de 15 minutos, cuando ya el Benfica se batía en retirada, y solo tuvo ocasión de mostrarse obstruccionista y batallador.

Partidos de esta semana. Los octavos de la Champios en su fase de ida se complementan a partir de mañana cuando choquen ManCity–Mónaco en Manchester, Bayer Leverkusen–Atlético de Madrid en Alemania, y el miércoles Porto–Juventus en cancha del Dragao luso y Sevilla–Leicester en el Sánchez Pizjuán.

Chícharo en alza, respira Memo. Ya con la mira bien pulida y corregida, Javier Hernández enfiló el viernes contra la meta del Ausburgo –partido adelantado de la bundesliga– la perforó en par de ocasiones y encabezó una victoria a domicilio por 3 goles a 1. En cambio el Frankfurt siguió resintiendo la ausencia de Marco Fabián y al caer sorpresivamente en casa ante el colero Ingolstadt (0–2) perdió dos puestos en la tabla y ahora marcha quinto, superados sus 35 puntos por los 37 del Borussia Dortmund y el Hoffenheim, ganadores de sus respectivos encuentros.

Pero la sorpresa gorda del fin de semana la dio el Granada, que de colero absoluto y blanco de todos los golpes en España pasó a vapulear 4–1 al Betis. Sigue último, pero el gusto de reencontrarse con la victoria no se lo quita nadie. Y menos que nadie a Guillermo Ochoa, que esta vez solo tuvo que recoger un balón del fondo de su red.

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