Un feliz año les deseo a los lectores de esta sección de La Jornada de Oriente, aunque desgraciadamente en el terreno económico las cosas no pintan nada bien, pues la otrora “economía de gran calado” se hunde, irremediablemente, pese a los discursos oficiales que nos atosiga con que “la medicina es dolorosa… pero no había otro remedio”. Los últimos 35 año son un muestrario de lo que no se debe hacer en materia económica.
El 3 de enero de 2015 Enrique Peña Nieto, en plena euforia tecnócrata, señalaba: “Gracias a la reforma energética, por primera vez comenzará a bajar el costo de la electricidad que pagan las familias; gracias a la reforma hacendaria por primera vez en cinco años, ya no habrá incremento mensual a los precios de la gasolina, el diesel y el gas L.P” y rematar con una burla más: “La mayor prioridad de mi gobierno es que a las familias les vaya bien”. Un año después el gozo se ha ido al pozo. El gasolinazo mostró que el discurso oficial es sólo dolosa fantasía.
En este mes el precio de las gasolinas se elevó hasta 20 por ciento, eso sí con la promesa que este aumento se mantendrá hasta el 3 de febrero del presente para, posteriormente, ser revisado en dos semanas más, y después será sometido a “otro estudio” para proceder a una nueva revisión de su precio y, así, hasta ajustar diariamente los precios. ¿Estos iban a ser los beneficios de la reforma energética? Aunque el señor Peña Nieto –queriendo imitar a Fox– dijo en septiembre de 2016: “Nunca prometí que no fuera a subir el precio de la gasolina”.
Los supuestos beneficios de las reformas estructurales peñistas, han sido festinadas por gente cercana al poder como el duopolio mediático Televisa–Azteca; por los sindicatos empresariales; organizaciones privadas como Mexicanos Primero del nefasto Claudio X. González y por organismos internacionales como el FMI que, en voz de la señora Christine Lagarde, no se ha cansado de repetir: “Las reformas han mostrado los beneficios esperados.”
Para la clase trabajadora, nada tiene que celebrar pues si ha habido beneficios para los empresarios, estos han sido alcanzados a costa de la pauperización del empleo y salarios miserables; pérdida del poder adquisitivo del peso, que analistas, como Julio Boltvinik, la sitúan cercana a 70 por ciento, además del sometimiento de las organizaciones sindicales a los intereses del capital; manga ancha con los virreyes–gobernadores para saquear y endeudar sus respectivas entidades.
El futuro de la economía mexicana está frente a la amenaza de una mayor devaluación, con la respectiva recesión y un despiadado incremento de precios de todas las mercancías (no olvidar que todo se transporta), con el consabido control del aumento en los salarios porqué, según los neoliberales, esos aumentos propician la inflación (lo bueno es que los elevados sueldos de los siervos del poder, no la provocan). Otra vez, el que se tendrá que ajustar el cinturón es… el pueblo.