En una ocasión, en una sala de cine atiborrada de espectadores en la que se proyectaba una película de misterio, justo en el momento en el que se iba a conocer la identidad del asesino y el público se encontraba expectante y tenso, en la oscuridad del lugar una señora –con una voz tipluda, pero poderosa– gritó… ¿alguien vio un zapatito? a lo que todos los que se encontraban en el cine contestaron como en un coro… ¡Noooo!
La anécdota puede ilustrar aquello inesperado que sucede en momentos en los que se pretende lograr una gran solemnidad o formalidad y que rompe la rigidez de los actos protocolarios. A estas alturas de mi vida puedo contarles que recibí la alta distinción del excelentísimo embajador don Gonzalo Martínez Corbalá, quien fue representante de nuestro país ante el gobierno de Chile que presidía en ese entonces el doctor Salvador Allende, precisamente en el momento del golpe de estado del soldadote Pinochet, para presentar un libro que contenía las vivencias de este personaje, como embajador en Cuba y Chile, en momentos cruciales de ambos países.
La presentación del libro La historia que viví estuvo rodeada de toda la solemnidad posible y fue programada en el aula máxima de la UAP (el paraninfo), con la participación del rector de aquella época y reservando para el presentador y el autor la extraordinaria tribuna de ese salón para desde ahí dirigirnos a la distinguida audiencia formada por académicos de la institución, principalmente, y selectos invitados. Por supuesto que leí el libro, “de cabo a rabo”, y preparé mi texto exprimiendo las neuronas y haciendo acopio de mi limitada elocuencia.
Inicié la presentación con la lectura de mi discurso que al parecer iba fluyendo convenientemente a juzgar por el gesto atento de la concurrencia. En el mismísimo remate de mi disertación escogí decir que: –el libro era un valioso testimonio de la historia contemporánea de América, contado por alguien que la había presenciado en primera fila: don Gonzalo Martínez Corbalá y que reflejaba fielmente la Cuba de Fidel y el Chile de Salvador Allende, frase esta última que desató un generalizado murmullo de risas contenidas debidas a mi involuntario albur.
¿Alguien vio un zapatito?