Jueves, marzo 28, 2024

Colombia y el no

Poco más de la mitad de los colombianos que participaron en el plebiscito de este domingo –poco menos de 40 por ciento de su padrón– le dijeron No a los acuerdos de paz que pactó el gobierno de ese país con las FARC. Lo anterior, según afirma Álvaro Uribe, principal opositor a los acuerdos, deriva de un rechazo claro a las condiciones de paz: aparentemente las FARC se benefician más que el gobierno de los acuerdos. Los puntos centrales dentro de la crítica: el que los combatientes que asuman las atrocidades cometidas, tendrán amnistía y no pisarán la cárcel. Ciertamente, habría que considerar que todos aquellos colombianos que tuvieron familiares muertos por la guerrilla clamarán justicia; empero, el asunto es todavía más complicado de lo que parece. Según reporta el informe del Grupo Memoria Histórica llamado ¡Basta Ya! Colombia: Memorias de Guerra y Dignidad los “impactos son complejos, de diverso orden, magnitud y naturaleza. Esto debido a que en su configuración inciden varios aspectos, entre los que se pueden contar: las características de los actos violentos sufridos (el grado de sevicia, la intencionalidad del grupo victimario, el carácter intempestivo de los hechos, el lugar de ocurrencia, etcétera.); el tipo de victimario, las modalidades de violencia, las particularidades y los perfiles de las víctimas (es decir, si vivieron los hechos directa o indirectamente); su edad, género, pertenencia étnica, condición de discapacidad, experiencia organizativa, adscripciones políticas y religiosas); el tipo de apoyo recibido (familiar, comunitario e institucional, durante y después de que ocurrieron los hechos); las respuestas sociales frente a los hechos y a las víctimas (manifestaciones de solidaridad o rechazo); y las acciones u omisiones del Estado, en especial de las Fuerzas Militares y de Policía y de la justicia, pues son los organismos encargados de brindar protección a la población”. Por tanto, focalizar la culpa de las atrocidades cometidas en 50 años de conflicto en el grupo guerrillero no solo es ingenuo, sino que a la par termina siendo pernicioso o deliberadamente olvidadizo.

En efecto, las atrocidades, por omisión o acción, también se le deben a las fuerzas del estado, especialmente al Ejército. Por tanto, a Uribe como a los que votaron por el “no” debería preocuparles también el perdón que han tenido generaciones de militares y actores del estado pese a todas las atrocidades que hubieran cometido. Lo mismo sucede en nuestro país, donde los abusos usualmente no tienen consecuencia real y donde la impunidad es una dolorosa constante. América Latina, en general, sufre constantemente de este flagelo. De igual manera, cuántos de los grupos paramilitares fueron alimentados por el estado o por la iniciativa privada y cuántos de ellos se encuentran ahora en la discusión. “El carácter invasivo de la violencia y su larga duración –continúa el informe– han actuado paradójicamente en detrimento del reconocimiento de las particularidades de sus actores y sus lógicas específicas, así como de sus víctimas. Su apremiante presencia ha llevado incluso a subestimar los problemas políticos y sociales que subyacen a su origen. Por eso a menudo la solución se piensa en términos simplistas del todo o nada, que se traducen o bien en la pretensión totalitaria de exterminar al adversario, o bien en la ilusión de acabar con la violencia sin cambiar nada en la sociedad”. Acaso esta fue la lógica que imperó en el plebiscito, la de la simpleza más absurda con un tufo a cerrazón de ultra derecha. Y es que, con poca fortuna, como lo he comentado en otras entregas, la derecha avanza inexorable en el mundo. Ejemplos claros son el caso de Dilma en Brasil, los recortes a la educación de Macri en Argentina –con todo y la militarización de las calles, según me informan amigos argentinos– las manifestaciones católicas en México, las manifestaciones antimigratorias, xenófobas y racistas en Europa y Estados Unidos, y ahora el “no” a la paz en Colombia, se le vea por donde sea. Amnistías similares se vivieron en otras partes del mundo con la derecha, las juntas militares, los dictadores y sus grupos en una desafortunada acción, pero, se ha dicho, terriblemente necesaria para que se construya el perdón. El Cono Sur está lleno de ejemplos.

Las zonas rurales más afectadas por la guerra fueron las que votaron principalmente por el sí y en las zonas urbanas que corrieron menos riesgos fue donde decidieron votar por el no, lo que comporta una indudable contradicción, pero que es perfectamente comprensible; es decir, que en las zonas donde se vieron más afectados, están dispuestos a asumir una nueva relación con los participantes del conflicto incluso si ello lleva un perdón que pudiera parecer injusto. En el caso de los que están en las zonas menos afectadas, quizá no compartan del todo la realidad del conflicto y eso hace que se inclinen en contra de una paz que los comprometa a cosas a un nivel que va más allá de su experiencia. Como sea, la derecha avanza gracias la apatía del resto de la sociedad representada por el alto abstencionismo en el plebiscito de igual manera que sucede en nuestro país. La apatía viene en buena medida por el estilo de vida en que nos encontramos, pero también acaso por la distancia en tiempo y espacio con los acontecimientos. Paradojas, sin duda, de un mundo moderno cada vez más conservador.

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