Viernes, abril 19, 2024

El CTBC ha reencauzado sus líneas para cumplir con objetivos

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Ideado para la formación de investigadores en fisiología, con el paso del tiempo el Centro Tlaxcala Biología de la Conducta (CTBC) de la Universidad Autónoma de Tlaxcala (UAT) ha ido reencauzando sus líneas operativas y de investigación, a fin de cumplir no sólo con su propósito inicial, desarrollar investigación de calidad, sino también formar recursos humanos y producir resultados que permitan atender problemáticas en materia de conservación de recursos naturales en la entidad.

Para alcanzar estos propósitos, sostiene Margarita Martínez Gómez, actual coordinadora del CTBC, se ha logrado conformar un grupo de trabajo sólido, diverso, que si bien tienen diferencias también “tiene un verdadero compromiso con la institución, son verdaderas garzas (el distintivo de la UAT) y eso creo que se nota y se percibe en los resultados obtenidos”.

El CTBC nace en 1996, sin embargo, sus orígenes se remontan a 1984 con la llegada a la entidad, particularmente a la UAT, del doctor Pablo Pacheco Cabrera y un grupo de estudiantes del Instituto de Investigaciones Biomédicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), a invitación de Hugo Aréchiga y Carlos Beyer Flores, para que colaboraran con el Centro de Investigaciones en Reproducción Animal (CIRA), que operaba en Panotla.

“Más adelante, en 1993, el doctor Pacheco, la doctora Rosa Angélica Lucio –quien había llegado entre 1985 y 1986–, unos estudiantes y una secretaria y yo, nos movimos y fundamos el Centro de Investigaciones Fisiológicas (CIF)”, recuerda a La Jornada de Oriente Margarita Martínez, quien es bióloga de formación y especialista en fisiología de la reproducción. Este nuevo espacio fue el antecedente inmediato del CTBC.

El CIF inició operaciones en unas instalaciones que tenía el gobierno del estado en el centro expositor de sanidad animal y que no ocupaba. “Se las cedieron a la UAT y la universidad nos ayudó a adaptar los espacios para que tuviéramos animales de laboratorio, pues el problema que tenemos en esta área de ciencias biológicas es que trabajamos con animales, entonces los bioterios de ratas y conejos son súper indispensables”, rememora.

El CIF, cuya operación se dio bajo un esquema de colaboración entre la UAT y la UNAM, ocupó las instalaciones del centro expositor entre 1993 y 1999, cuando ya se pasaron a un edificio propio ubicado en el campus de Rectoría.

“Nos venimos para acá Yolanda Cruz, Jorge Rodríguez, Lourdes Arteaga, Armando Bautista, varios académicos que eran jóvenes y que ya formaban parte del cuerpo de profesores, éramos como cinco o seis”.

“Aquí, la idea fue que gente joven se integrara a formar un grupo de la UAT, siempre con la colaboración y lazo con la UNAM, y que tuviera una identidad de garza. Un aspecto muy importante a considerar en la investigación científica es que todos los procesos de formación de recursos humanos toman mucho tiempo, en nuestro caso, estamos hablando de más de 20 años”, observa.

El CIF, recuerda, se creó para realizar investigaciones sobre el funcionamiento de los sistemas de los animales, específicamente roedores, pues “la escuela del doctor Pablo Pacheco era la neurofisiología y la del doctor Carlos Beyer la biología de la reproducción, a nosotros nos interesaba más la fisiología. Claro que de origen estaba la neurofisiología, pero no estaba únicamente enfocada a la reproducción, entonces este otro grupo de investigadores más interesados en el funcionamiento de los sistemas, quiso llevar esta bandera y por eso se fundó el CIF”.

Por ahí del año de 1987, refiere Margarita Martínez, conoció a Robyn Hudson, psicobióloga reconocida a nivel mundial, quien vino a Tlaxcala –a invitación de Carlos Beyer–, a iniciar unos proyectos con conejas en el CIRA. “Ella y yo nos conocimos ahí e hicimos migas, ella estaba más enfocada a cuestiones de conducta y a mí me interesaba más la neurofisiología y la fisiología, y empezamos a trabajar conjuntamente en diversos proyectos”.

Esta nueva relación de trabajo trajo consigo un nuevo enfoque al CIF y que no solo obligó un cambio nombre sino que le abrió otras oportunidades, incluso de infraestructura.

“Se nos ocurrió a Robyn Hudson, Rosa Angélica Lucio y a mí organizar en 1996 un evento en el que se pudiera hablar del modelo del conejo desde diferentes perspectivas, no que fuera nada más sobre su fisiología reproductiva, sino también desde la ecología, la psicología, la etología como tal.  En esa época no pensamos que fuera a ser tan importante en la ciencia esta estrategia que era tomar un modelo animal y estudiarlo desde diferentes disciplinas”.

“Vino gente que ahora es muy connotada del Instituto de Ecología de la UNAM, como el doctor Hugh Drummond, que es el padre del estudio de la conducta animal en México, y Constantino Macías, que ahora es el director de Instituto de Ecología de la UNAM. Les gustó mucho lo que hicimos, de tener muchos enfoques sobre un fenómeno y sobre un modelo, así que nos dijeron: esto estuvo muy bien, pero por qué no hacemos algo que no sea solo sobre el conejo. Entonces se hizo un segundo evento, que quisimos fuera curso, después un tercero y así ya llevamos 21 años”, refiere.

El impacto de este curso es ya internacional, pero su inicio derivó que en el CIF se intentara comenzar estudios de la conducta animal en condiciones silvestres.  Esto último también porque surgió la inquietud, sobre todo en los profesores jóvenes, de “si lo que se estudiaba en el laboratorio estaba cercano a la realidad, o era artefacto de la condición de laboratorio.  Entonces quisimos ir a ver si, efectivamente, la conducta, en este caso la maternal de la coneja, era en el campo como la de laboratorio”, recuerda.

“De todo esto sentimos que el nombre de Centro de Investigaciones Fisiológicas ya nos quedaba corto y se decidió cambiarlo a Centro Tlaxcala Biología de la Conducta. Queríamos que tuviera el nombre Tlaxcala, que es especial, de hecho el curso se le conoce a nivel internacional como curso Tlaxcala de Biología de la Conducta. Así fue como, en 2001, cambiamos formalmente de ser sólo fisiólogos a incluir otras disciplinas”, refiere Margarita Martínez.

Pero para estudiar a los animales en condiciones naturales se requerían atender otros factores, “pues no es nada fácil estudiar los conejos en el campo, por ejemplo, durante 10 años no encontramos ni un solo nido, así que se nos ocurrió hacer una especie como de encierro, para lo que se necesitaba un poquito de dinero”, comenta.

Fue así que nació el proyecto de la Estación Científica La Malinche, que fue construida por el gobierno del estado, amueblada y equipada por la UNAM, y coordinada desde 2007 por la UAT a través del CTBC. “Esta facilidad reforzó más los estudios a nivel de campo, de animales en condiciones silvestres, lo que ha sido una veta que ahora hemos podido desarrollar en este centro de investigaciones”.

A 23 años de vida, el CTBC ya cuenta con una estructura más compleja, “por un lado están los laboratorios de los fisiólogos, con líneas de investigación con muchos años y, por otro lado, tenemos el área de la psicobiología de la conducta que también ha sido muy productiva; ambas con reconocimiento nacional e internacional. Además tenemos todos estos estudios que hemos estado desarrollando en La Malinche, que dejaron de ser sólo de conducta animal y se han convertido en estudios que tienen que ver con la conservación de la biodiversidad, porque un asunto nos llevó al otro; en esto fue fundamental la colaboración con el Centro de Investigaciones en Ciencias Biológicas (CICB)”.

De iniciar con dos investigadoras de la UAT, ahora el CTBC cuenta con 17 profesores de tiempo completo (PTC), todos ya con doctorado y de los cuales 14 están en el Sistema Nacional de Investigadores (SNI), también tiene cinco cátedras Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) para estudios de conservación de la biodiversidad de La Malinche.

El CTBC es la sede de la Maestría y el Doctorado en Ciencias Biológicas, cuya planta docente la integran 23 PTC, pues también colaboran investigadores del CICB y del CIRA, “somos tres centros que estamos empujando la maestría y el doctorado, y con el 90 por ciento de profesores propios de la UAT”. Ambos posgrados son reconocidos por el Conacyt como de calidad.

“La verdad nunca pensé que íbamos a desarrollarnos tanto, a veces hasta me da miedo por la responsabilidad que implica, porque veo que vienen más y más compromisos. Ahorita se ve bien la situación, pero es producto de 20 años de estarse formando, del comienzo en Panotla y horas y días en la soledad del trabajo académico. Nunca pensamos que pudiéramos tener tanta proyección”, señala Margarita Martínez.

El CTBC también impulsó un nuevo enfoque de la investigación, que es la  comunicación de la ciencia, es decir, relacionarse con la sociedad. “Lo que tenemos desde los salarios, donativos, reconocimientos son fondos provenientes de los impuestos que pagan todos los demás. Entonces, tenemos un compromiso moral, ético, no puedes estar cómodamente en tu laboratorio y ver tantos problemas de salud, de pérdida de la biodiversidad, de pobreza, de desigualdad. Así que ahora tenemos un área muy intensa de estrategias para comunicar lo que hacemos en investigación. La maestría, desde su fundación en el año 2002, tiene una asignatura obligatoria de comunicación de la ciencia que ha servido para que estudiantes y profesores nos preparemos un poco en esta área”.

Bajo este enfoque, desde hace más de 10 años, el CTBC organiza una serie de eventos, como la Semana del Cerebro, donde se acude a escuelas y comunidades de la entidad a compartir con niños y población en general hallazgos sobre la investigación en esta área.

“En el caso de La Malinche, no se puede pensar en un trabajo de conservación sin involucrar a los que viven en esa zona, en esta área natural protegida, ellos tienen el derecho de saber lo que hacemos, pero además ellos saben muchísimo, es un diálogo en el que ellos nos enseñan mucho, aprendemos y nosotros les compartimos lo que vamos haciendo”, expone la investigadora.

“En el fondo, lo que queremos es que la investigación que hacemos, el conocimiento que se va obteniendo, forme parte de la cultura local, que se entienda que sociedad y naturaleza son una sola cosa”, refuerza.

“Yo creo que, en principio, el CTBC ha impactado en el sentido de formar un núcleo de investigación propio de la UAT. Otro aporte con el posgrado,  es que estamos devolviendo a la sociedad a jóvenes mejor preparados, con una mayor conciencia social, ambiental, que reconocen la importancia de una buena educación. Creo que estamos contribuyendo a formar buenos ciudadanos. El compromiso social es  muy, muy importante para nosotros”.

Otra cosa con la que ha contribuido, es que de manera formal con los programas de posgrados y con la Estación Científica La Malinche se está impactando en la problemática de la conservación de los recursos naturales en Tlaxcala. “La gente que está aquí ahora es muy competente, muy preparada y está tratando de resolver problemas concretos”.

“Varios de nuestros egresados de las diferentes áreas –fisiología, ecología, psicobiología– están ahora en otros instituciones o posgrados; nuestros estudiantes salen cotidianamente a la UNAM, a Puebla, Veracruz, Hidalgo, entre otros estados, pero también han salido a Canadá, Estados Unidos, España, Francia, Costa Rica, para realizar estancias cortas o largas, dependiendo de las necesidades de sus proyectos, con la idea de enriquecer el trabajo que se hace en la UAT, pero también expandiendo el impacto de sus áreas de investigación”.

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