Sé que en México existen personas íntegras y que se esfuerzan todos los días por mejorar la realidad en la que se encuentran, con tesón, con ahínco, como nuestros atletas olímpicos. La semana pasada afirmé que habrían ganado sus medallas por sus propios medios, no México, no los mexicanos; de haber sido así, es muy probable que hubieran secuestrado, extorsionado o desaparecido a los jueces y a los contrincantes; que hubieran comprado a todo el Comité Olímpico para lograr tener todas las medallas y más; y si resulta que tales malandrinadas surgieran a la luz, pues habrían contratado un paquete de periodistas de medio pelo para desestimar tales notas calificándolas de cosa menor. ¡Vamos!, incluso, como está muy de moda hoy, podrían haberse agandallado los resultados de alguno de los otros atletas adjudicándoselo sin siquiera haber participado en la competencia… como el agudo lector habrá adivinado, eso sería cometer un plagio evidente. Por tanto, mi reconocimiento a nuestros competidores olímpicos que, medallas o no, pueden decir que sus triunfos son propios y no de otro. No importa que hayan quedado en el lugar 32 o en el cuatro o con medalla de bronce o plata, a todas luces los méritos son propios. Lo vuelvo a decir, México es corrupto y el cochupo, el albazo y el plagio, son más la tónica que la excepción. Ya en ocasiones anteriores he escrito al respecto y parece que el problema dista mucho de terminar con los dos más recientes escándalos: el de Alatriste en la UNAM y el de Núñez en el Colegio de México.
En junio de 2011 comenté sobre los plagios cometidos por Pérez Reverte y por Camilo José Cela en España, escándalo de escándalos… y apunté a cuento de lo académico: “La situación de hecho se presenta más grave en el ámbito en que me desenvuelvo: el académico. Como en un absurdo pacto tácito entre caballeros, pareciera que alumnos y maestros se debaten en un duelo en el que los primeros tratan de sacarle la vuelta al profesor a como dé lugar –plagio de por medio, por supuesto– y los profesores habrán de intentar sabotear por todos los medios los intentos de sus discípulos. Por mi parte, asumo bien el rol y me he vuelto un auténtico policía cibernético y logro detectar a kilómetros a la distancia el plagio infantil de los educandos. Con todo, el problema es mucho más serio de lo que imaginamos. No se trata nada más de unos estudiantes harto perezosos y con cavernas cerebrales que tratan de engañar al profesor; es un auténtico sistema en que colaboran perfectamente bien los profesores y las autoridades desde la primaria hasta el doctorado”. En efecto, es con demasiada frecuencia que el plagio académico pasa desapercibido por la flojera de denunciarlo, porque en ocasiones existe el contubernio de las autoridades como hemos dicho, porque se ha diseñado una ley de derechos de autor que, sea por omisión o por acción, pero dejó fuera la palabra plagio. No obstante, como dice Manuel Becerra Domínguez, especialista en plagio académico del Instituto de Investigaciones jurídicas de la UNAM, “sí existe una valor ético que prohíbe que alguien se atribuya como propio un trabajo o una expresión que no es suya, por supuesto, eso independientemente de que se recurra a las normatividad en materia de derechos de autor”. La última celebridad que es acusada por plagio, como sabrá el lector informado, es nada más que nuestro Presidente Enrique Peña Nieto, sólo que no se trata de literatura o de algún otro tipo de obra artística; lo suyo fue académico. He reprobado a muchos estudiantes por plagios similares a los cometidos por Peña y tengo clarísimo lo que significa. No caigo en pretextos como los que han argumentado los defensores de Peña –auténticamente pueriles– que lo mismo niegan importancia al hecho, que lo justifican pretextando un “error de citado”, o una transcripción incorrecta en un sitio de fotocopiado –como argumentó el tutor de tesis de Peña–; o como aquellos que dicen que un resumen no admite plagio justificando el copiar y pegar párrafos completos de un texto para entregar una tarea. El plagio es plagio aquí y en China, aunque abogados y legisladores hagan legislaciones acomodaticias e interpretaciones igualmente mañosas.
Peña tuvo que haber citado, lo mismo que todos los estudiantes que he reprobado. Las evidencias son contundentes y lo que tendría que suceder, es que el grado se le retirara, como sucedió con Rodrigo Núñez Arancibia, el chileno que plagió su tesis doctoral en el Colegio de México. Y de ahí en adelante… ha habido quien demanda una revisión completa de las reformas propuestas por el Ejecutivo pues pudiera ser plagiadas. Lo cierto es que lo más seguro es que no sucederá nada con Peña. La Universidad dará largas al asunto y no habrá juez que quiera echarse ese trompo a la uña. El problema no es menor pues, más allá de si el plagio está o no tipificado, el caso es que nuestro presidente hizo trampa y no merece estar entre esas personas que se esfuerzan día con día para ganarse la vida de forma honrada, como esos atletas a los que les escamoteamos sus triunfos. Hay quien argumenta que Aristegui publicó el reportaje donde denuncia el hecho para beneficiar a Morena y al Peje… No me lo parece, pero con independencia de ello y de que haya sucedido hace años, el plagio está documentado lo que nos hace ver que su título fue obtenido de forma tramposa. Magniplagio habría que llamarle, por la magnitud del personaje que lo realizó. Lo dicho, Peña se tituló muy a la mexicana, qué vergüenza.