La disminución de las facultades físicas y mentales de las personas conforme van avanzando en edad constituyen fenómenos indiscutibles. Ciertamente, existen un conjunto de medidas como la actividad física, la alimentación y la preparación mental, que sirven para atenuar los efectos negativos de la edad y al parecer pueden ofrecer, en la mayoría de los casos, una mejora sensible en el deterioro natural de los organismos. Pero, un buen día la decrepitud se instalará en cada quien, a la edad y en la condiciones que a cada persona le son propias y únicas y se acercará el indefectible fin con el cese de las funciones vitales: la muerte.
Una característica de los viejos es una persistente intención de aferrarse a ideas, hábitos y comportamientos invariables, adquiridos a lo largo de la vida y que funcionaron, mal que bien, en condiciones y circunstancias específicas. De ahí que con el nombre de “experiencia” sean las únicas formas de reaccionar de los rucos ante las condiciones cambiantes que se presentan ante ellos.
–Yo no uso celular, porque antes nunca lo usé y pude vivir bien sin este aparatejo.
–Pero puede serte útil para localizarte de inmediato en caso de ser necesario.
–Pues sí, pero yo no quiero pasarme las horas pegado al teléfono como los chamacos que hasta corren el riesgo de ser atropellados por su distracción con el celular.
–Tú no vas a hacer lo mismo que los jóvenes y piensa que si tienes algún percance nos puedes pedir ayuda rápidamente.
–Sí, pero no… ¡Ya dije que no!
Este es un diálogo típico con un “rucailo” en el que no hay forma de hacerle entender las bondades de la tecnología actual y los cambios actuales, inevitables, que están ocurriendo. Si la persona no fue genuinamente pensante y crítica durante su vida joven, lo más probable es que con la edad esa situación se recrudezca al extremo y rechace cualquier innovación en las ideas, en las costumbres y mantenga sus inveteradas conductas y actitudes.
Como ven, aparte del cuero que se arruga, las patas de gallo, las bolsas bajo lo ojos, las manchas en las manos, las venículas en los talones, el andar claudicante, el pelo cano, las chichis abatidas, la “palanca al piso” y otros muchos signos del deterioro natural de la vejez, está la total negativa de ajustarse a los tiempos actuales y acudir al pasado como referencia de todo. Eso sí, el uso de afeites es la forma más importante de resistirse al envejecimiento; en algunos casos el empleo de ropa juvenil, calzado de moda se agregan al repertorio de las rucas y de los rucos para parecer más jóvenes. Muchas veces el resultado es que con todos esos recursos se consigue una apariencia de güegüe y a veces “logramos rejuvenecer” si acaso unos días o un par de semanas.
Envejezcamos con dignidad y ajustémonos en lo posible a los nuevos tiempos, pero desechemos tanto lo viejo como lo nuevo que no nos satisface ni nos aporta nada más que apariencia. Reflexionemos acerca de nuestras experiencias que pueden ser muy ricas, aunque descubriremos que algunas de ellas son sólo fantasías e intentos que nunca concretamos. Debemos asumir como viejos que aún tenemos un papel en la familia, en la sociedad y hagamos lo que nos corresponde hacer sin repetir “todo tiempo pasado fue mejor”, porque hay que tener presente siempre que nosotros hemos contribuido a crear esta sociedad que estamos viviendo, con sus aciertos y desaciertos.
¡Viejos…los cerros!