Hace tiempo que viene sintiendo angustia. Como puede, la capotea, pero no siempre puede. “Se te juntó la chamba”, le dije. Y sí, la chamba y las presiones, porque todo era para ayer. Su vida ha cambiado de tal manera que no sabe cómo actuar, quiere empezar algo y la fuerza misma de las circunstancias le cambia la jugada. El orden de las cosas ya es otro; la velocidad en que éstas suceden es vertiginosa. Busca cambios pero esa velocidad, atolondra.
Añorar cómo eran las cosas antes, no sirve de nada. No se puede vivir de glorias ni de fracasos añejos. Ya fueron, pasaron. No existen. No vale siquiera recordar los métodos con los que antes se podía sacar los asuntos. Hoy no hay procesos, hay mutaciones. Lo único que vale es lo que puedes hacer hoy, hoy, hoy y darle continuidad como lo entiendas y puedas.
El agobio la ha rebasado. Está fragmentada y ya no es capaz de quejarse. “¿Para qué, si mis amigos y familiares están igual o peor? Sólo nos vemos ya con miradas vacías, porque el consuelo de antes ya no se puede encontrar.”
“A toda edad necesitas consuelo, –me refiere. Sólo que ahora, de adulta, la gente cree que te toca consolar. Creen que tienes los elementos para hacer que ‘otros’ se sientan bien y es abrumador. ¿Y cuando me sucede a mí, a quién acudo?
“Te voy a contar un secreto. Lo puedes publicar pero no digas mi nombre: Cada quien crea su realidad. Nuestros pensamientos nos determinan cómo percibimos y actuamos en la vida. Esto no es nuevo pero ahora ya hay un método. Con lo que pensamos, va lo que sentimos, la emoción acompaña a los pensamientos y a la inversa. Mira: un día yo ya no podía ni con mi alma. Entonces decidí irme a acostar. Me di un buen regaderazo, me puse calcetines calientitos y limpios, coloqué almohadas todo alrededor de donde me meto, y por alguna razón, busqué el ‘Mentholatum’ en mi buró, ¡me encanta ponerme en la nariz! Apagué la luz y me acosté ahí adentrito tapándome bien hasta la cabeza, sólo dejé afuera mi nariz. ¡Mi cama estaba deliciosa!
“¿Sabes? Me sentí consolada… Me sentí niña. Reviví cuando mi abuelita me llevaba a acostar, me cobijaba así, me ponía Mentholatum en mi nariz y apagaba la luz. Yo me quedaba con los ojos bien abiertos para darme cuenta de todo lo que sentía, de todo lo que aspiraba… Así lo hice, todo, igual, ¡lo sentí, me consolé! ¡Recuperé la alegría y la esperanza en mi vida; la tranquilidad y seguridad sabiendo que no estoy sola!… Te digo; cada quien crea su propia realidad, y ya sé hacerlo para sentirme bien.”