Jueves, abril 25, 2024

El alma de la toga

Destacamos

Para José Luis Soberanes Reyes.

Coordinador del IMPLAN.

Por su brillante trayectoria política y profesional

 

El título de esta entrega, es el mismo que contiene la impronta del eximio jurista madrileño, miembro de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación en Madrid, alcalde de Barcelona, legislador en dos ocasiones y embajador de Francia, Bélgica y Argentina, donde murió en el exilio, autor de un buen número de libros de naturaleza jurídica y política, destacando el “Alma de la Toga” (1919), cuyo contenido no tiene desperdicio por los temas deontológicos que en él se contienen y que de cierto serán de gran utilidad para quienes elegirán o recién han elegido la ardua pero gratificante carrera del abogado postulante. ¡Al tema!

Siempre he dicho, sin desdoro para los demás profesionales del derecho, que la actividad del postulante es la más sufrida pero la que identifica al abogado por antonomasia. Por supuesto que no trato de desdeñar a quienes han dedicado su vida a la docencia, la investigación, el servicio público ya en la judicatura como en la procuración de justicia o en áreas propias de la administración pública, empero, quien tiene el deber y obligación de atender un asunto en cualquiera de las ramas del derecho en ocasión de la defensa o ejercitar en juicio una acción de quien solicita sus servicios, tiene la gran carga de conducirse con ética y moral procesales, dentro del litigio y fuera de él, con mayor razón.

El concepto del “abogado” en no pocas ocasiones ha sido vilipendiado y motivo de vejaciones injustas que se han venido dando gracias a quienes traicionando los principios deontológicos hacen de esta noble profesión un cutre cuan zafio medio para enriquecerse. Sobre el particular nos dice Ángel Ossorio: “…Urge reivindicar el concepto del abogado… y no hay chiste o comentario sarcástico de quien lo es…”, “ya que no sirves para nada útil. Estudia para abogado”; “el inventor de un explosivo, o de una nave aérea o de unas pastillas para la tos, es abogado”.

En México, las descalificaciones y epítetos no se quedan atrás, desde “tenía que ser abogado”, hasta “es más chueco que un abogado”.

Hay que acabar con este equívoco, nos dice Ángel Ossorio, merced al cual la calidad de abogado ha venido a ser tan difuso, tan ambiguo, tan incoercible, como el de “nuestro compañero en la prensa” o el “distinguido sportman”.

Como ustedes verán, el autor del “decálogo del abogado” realiza una defensa a ultranza de nuestra profesión, manchada en ocasiones por verdaderos “picapleitos” fanfarrones y embusteros, litigantes inmorales que a sabiendas de que carecen de razón no perderán la oportunidad para alentar a sus clientes (por lo general de la misma catadura de ellos) para obstaculizar la justicia, envilecerla, prostituirla o para evitar que el ofendido o la víctima del acontecimiento acceda a lo que le pertenece, gracias a ellos nos han endilgado tan infamantes descalificativos.

La ética, entonces emerge como elemento sustancial del proceder que anima a quienes desean hacer de la profesión un hábito permanente de los conceptos que inspiraron a Ossorio a escribir “el decálogo del abogado” o a Couture escribir “los mandamientos del abogado”.

Por el contrario quienes se aparten de estos principios de cierto que habrán de alcanzar “triunfos” materiales, al tiempo de abundantes ganancias económicas, sin embargo, no tendrán jamás derecho a ser llamados orgullosamente ¡Abogados!

Para culminar esta breve entrega, remataré con un párrafo del madrileño que la inspira: “…La Abogacía no es una consagración académica, sino una concreción profesional. Nuestro título universitario no es de ‘abogado’, sino de ‘Licenciado en Derecho’, para poder ejercer la profesión de abogado. Basta pues, leerle para saber que quien no dedique su vida a dar consejos jurídicos y pedir justicia en los tribunales, será todo lo licenciado que quiera pero abogado No…”. Entonces, seamos abogados y conduzcámonos como tales, buscando siempre encontrar la máxima que reza: melius est a sapiente córrigi, quam stultorum adulatione décipi que significa: “es mejor ser corregido por el sabio que ser engañado por la adulación de los necios”.

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