En una colección del Colegio de México intitulada Los Grandes Problemas de México, en el volumen VI dedicado a los movimientos sociales, leí un capítulo de María Fernanda Somuano, catedrática del Centro de Estudios Internacionales del Colegio de México donde aborda los Movimientos Sociales y los Partidos Políticos. En su introducción, ella nos comenta que es “claro que ante el descrédito y la desconfianza que generan los partidos políticos, los movimientos sociales y sus organizaciones se han convertido en medios de expresión y canalización de las demandas de ciertos grupos o sectores de la sociedad. Aunque los movimientos sociales representan una parte de la sociedad civil, no se puede desconocer que éstos pueden ser generadores de nuevas identidades que den lugar a nuevas formas de representación política. (…) las expresiones no institucionalizadas de hacer política –que en ocasiones llegan a convertirse en propuestas ‘antipolíticas’– se vuelven muy atractivas para los ciudadanos”. La crisis de credibilidad generalizada que vive el sistema de partidos de nuestra rudimentaria democracia, como bien señala Somuano, hace que medren líderes y movimientos de todo cuño, desde aquellos centrados en la ecología, los derechos humanos, los estudiantiles, hasta llegar a los de género. Las temáticas se han diversificado y como efecto del modelo imperante, se han atomizado. Dentro de la revisión histórica que realiza la autora con respecto a los movimientos en nuestro país, destaco aquellos surgidos de las organizaciones nacientes de los terremotos en México. Ellos se convirtieron en la válvula de escape que permitió que el Estado se desentendiera de múltiples causas y dejara en manos de las organizaciones no gubernamentales el trabajo de atenderlas. Por tanto, entró en nuestro discurso el concepto de sociedad civil y de lo socialmente organizado.
Hoy, nuestros movimientos han encontrado una expresión natural en las redes sociales al grado de que, para gusto de los tecnofílicos, buena parte de las movilizaciones son virtuales. Claro, siguen existiendo marchas y plantones, pero para muchos, el medio de expresión es la red. Afortunadamente no han prosperado ni lo harán las numerosas promesas que candidatos a gobernadores hacen en campaña de dotar de internet a todos los rincones del país, que de hacerlo, probablemente las movilizaciones no existirían. Para mí, tales expresiones virtuales, fuera de conducir a mayor participación ciudadana, generan en esencia la desmovilización de los sujetos. Ya escucho la andanada de comentarios a favor de lo virtual y en contra de mi visión “análoga” de la vida, pero lo siento, para que un movimiento social funcione del todo, ha de ser social… Continuando con el texto, Somuano comenta que, aunque tanto los movimientos como los partidos pudieran tener corte político, se manifiestan de manera distinta. Por extraño que parezca, para ella “los partidos políticos como los grupos de interés están especializados en las tareas de representación. Tienen suficientes recursos –particularmente cierto nivel de institucionalización, autoridad y profesionalización–, lo que significa que normalmente no necesitan recurrir a movilizar a sus simpatizantes o miembros, esta actividad no forma parte esencial de sus actividades cotidianas, hecho que sí sucede con los movimientos sociales y sus organizaciones”. Interesante, lo que quiere decir que los partidos no son de masas y sí de relaciones y gestión; entonces, valdría la pena preguntarse ¿a quién representan?
Por otro lado, más adelante aventura una clasificación de la participación que pueden tener los movimientos sociales con los partidos: articulación, permeabilidad, alianza, independencia y transformación. A lo largo de la historia del país hemos visto que múltiples movimientos se vinculan a una o varias de las anteriores posibilidades hasta llegar a la transformación en partido político, lo que los hace caer en una institucionalidad, acaso la misma que el movimiento criticaba. Sería tanto como pensar que el 132 o el movimiento por Ayotzinapa se convirtieran en partido político… Como bien comenta Somuano, la “decisión de un movimiento de trabajar con o en un partido político involucra una identificación importante con los otros objetivos del partido. Con el tiempo, los miembros pueden estar dispuestos a sacrificar las prioridades del movimiento a favor de las del partido”. Lo anterior ha ocurrido con todos los movimientos ecologistas que se han constituido más adelante en Partido o que han colaborado con uno. Pero quizá lo que hoy está en boga sea una especie de alianza efímera, que opera mientras la campaña política se desarrolla y que vincula a los candidatos a una causa o a solventar determinada necesidad social una vez obtenido el poder. Lo interesante es ver si en verdad se cumplen los compromisos –por ambas partes, hay que decirlo– y en qué lugar quedan los valores de ambos, movimiento y partido. Es decir, ¿cualquier movimiento, por más puro que sea, puede firmar con cualquier partido? ¿Caben aquí todas las ideologías con todas las causas? ¿Si firmo con un partido, inmediatamente estaré aceptando todo su programa político, ideológico y de acción? Preguntas pertinentes en un momento en que se estila mutar de piel constantemente. Acaso la merma en las ideologías producto de la destrucción sistemática de la enseñanza y la historia está consiguiendo sus resultados más apabullantes y nefandos en estas indefiniciones.