Un error frecuente es considerar al neoliberalismo sólo como propuesta económica, cundo en realidad es toda una concepción de la vida sobre la que vale la pena reflexionar para desmitificarla.
Para decirlo pronto, el neoliberalismo no necesita ciudadanos sino consumidores que confundan necesidades con deseos y vivan exclusivamente para satisfacerlos. Con esa manera de ser, y de pensar, tener éxito es no tener deseos insatisfechos, de ahí que el mundo se divida en dos: quienes tienen éxito y quienes no lo tienen… ni lo tendrán. Los primeros son unos cuantos, es la élite, los segundos constituyen millones de seres humanos sometidos a la explotación, y a una ideología que los hace sentir fracasados por no poder acumular objetos materiales y consumir lo que los deseos, manipulados por los medios masivos y la cultura dominante, exigen.
Al ser de esta manera las cosas, no extrañan declaraciones como la de Aurelio Nuño, secretario de Educación, quien contundente dijo: “Le quitamos el sistema educativo de Oaxaca a la Sección 22 del Sindicato Nacional de Maestros”. En su lógica, los maestros no pueden ser partícipes del proceso educativo, ¿cómo dejar tan importante tarea a quienes no han tenido éxito en la vida? ¡No! Eso no es posible. Tarea tan noble y delicada debe ser emprendida por quienes egresan, como Nuño, de la Universidad de Oxford, Inglaterra, donde se estudia Latinoamérica desde la óptica colonial –¿qué otra visión pueden ofrecer las universidades imperiales sobre América Latina?–; por eso, se puede marginar a los profesores, imagínese usted, egresados de las escuelas normales (y en una de esas hasta rurales), pero imposible dejar fuera, por ejemplo, a “Mexicanos Primero”, organismo dirigido por el empresario Claudio X. González, que hace propuestas educativas desde el lado exitoso de la vida, es decir, hacer los cambios necesarios para que todo siga igual, para que quienes mandan hoy sigan mandando mañana y quienes obedecen sigan obedeciendo hasta la eternidad.
Según ellos, los empresarios y sus peones de brega en el aparato gubernamental, en toda sociedad debe haber perdedores y ganadores, y estos deben ser siempre menos para que los más aspiren a ser parte de los menos y en ese intento pasarse la vida. ¿Y esto cómo se logra? Pues compitiendo. La competencia es natural, dicen los competidores. En este juego, el éxito o el fracaso es responsabilidad exclusiva de quienes compiten y la competencia da a cada quien lo que merece, y esos merecimientos únicamente se pueden medir con dinero, “cuánto tienes cuánto vales”, y así se inicia la competencia para vencer a los demás. Así, la competencia no es una ideología sino un método en el cual únicamente sobreviven los mejores en un mercado de feroz competencia.
Se constituye, así, una sociedad en la cual nada se hace si no deja dinero. El razonamiento neoliberal tiene que ver, siempre, con el costo–beneficio para obtener la máxima ganancia y, entonces, no es inteligente emprender actividades, como la amistad o el ocio, que no permitan obtener ganancia.
Pronto veremos que una sociedad así se impondrá de nuevo en Brasil, Argentina o en Venezuela, como en su momento la impuso Pinochet en Chile y terminará de imponerse en México, donde Carlos Salinas fue el primero en creer en ella y traer la buena nueva: el mercado autorregulado y la competencia individual, se convierten en los pilares inamovibles de la sociedad.
En esa sociedad, el Estado no puede intervenir para procurar la igualdad social, eso sería antinatural pues no sería justo que quienes salen adelante con su “esfuerzo individual” sean igualados por otros individuos que todo lo esperan del gobierno, aquí se incluyen todos los fracasados, los perdedores, los enfermos crónicos, los viejos que cuestan demasiado al gobierno y todos aquellos que no son capaces de pagar con sus ingresos su propia supervivencia. Son los incompetentes, los que no se esfuerzan y que exigen al gobierno resolver sus problemas, sin pretensiones de triunfar. Además, esa masa enorme de población, debe seguir existiendo pues es la medida del éxito de los pocos. En realidad para que se pueda hablar de exitosos debe haber perdedores, si estos no existieran aquellos, simplemente, desaparecerían y una sociedad no puede organizarse para hacer desaparecer a los exitosos.
En fin. El problema real es que desde el poder económico y político, a través de la educación, se pretende hacernos creer que esas relaciones alienantes son naturales, eternas e imposible de cambiar. ¡Nada más falso!