La palabra soledad proviene del latín solitas que significa “cualidad de estar sin nadie más”. Se trata de un estado subjetivo muy complicado, que tiene características extraordinariamente variadas y que se presenta en circunstancias complejas. Tan es así que a veces se busca con ahínco, convirtiéndola en algo esperado; mientras que en otras ocasiones es inoportuna, no deseada, tratada de evitar pero inexorablemente presente aunque no se quiera. Puede darse en el aislamiento o bien en medio de una multitud. Se puede producir en un individuo que conscientemente se ha separado o bien en alguien que, sin quererlo, es segregado. Hay un tipo de soledad que permite el encuentro con uno mismo pero también aquel estado que puede llevar a la perdición. Puede ser fructífera o bien, inútil e improductiva.
Podemos llegar a sentirnos solos cuando no podemos expresarnos o simplemente cuando nos encontramos en un medio en el que lo ignoramos todo. La soledad que experimentamos en medio de las grandes ciudades, tan común en la actualidad, que nos lleva a la búsqueda insensata de compañías cibernéticas con programas de comunicación a través de charlas impersonales con desconocidos; o aplicaciones telefónicas que acentúan el sufrimiento de estar aislado en un mundo interconectado a través de un celular.
La soledad del que se va cuando los demás se quedan; o la del que se queda cuando los demás se van. El sentimiento que llega abruptamente cuando un ser querido fallece de repente; o también aquel que nos aborda cuando por alguna acción y enfermedad, nos desfiguramos, nos deformamos, nos transformamos o nos transfiguramos aunque sea inconscientemente.
Curiosamente a veces es indispensable, generando un placer que se puede calificar como exquisito; pero también puede llegar a ser implacablemente dolorosa, atormentadora, lenta e interminablemente pertinaz.
El problema de permanecer en un estado solitario no radica en el hecho en sí mismo, sino en la incapacidad de poder crear una especie de puentes que permitan salir del aislamiento en el momento en el que se desee. De otra manera existe un alto riesgo de caer en depresión mayor, cuyo riesgo más alto alcanza la cúspide con el intento o logro de suicidio.
Es evidente que estos estados emotivos pueden tener un impacto en la salud general, por lo que un médico que posea la sensibilidad y agudeza suficientes como para percibir clínicamente un fenómeno de esta naturaleza, debe estar obligado a establecer estrategias de diagnóstico en enfermedades crónicas y degenerativas como hipertensión arterial, diabetes, hipercolesterolemia, hipertrigliceridemia o ambas.
Hasta donde tengo entendido, no existen dentro de la propedéutica médica (es decir, el conjunto ordenado de métodos y procedimientos para obtener los síntomas y signos y con ellos elaborar el diagnóstico) que se orienten para diagnosticar la soledad y su impacto en la salud individual y pública. Por esta razón, considero válido abordar este aspecto para que se adquiera una mayor conciencia de esta condición y así aspirar a vivir con una mejor calidad de vida.
Esta condición adquiere una importancia capital en las personas mayores, aunque a últimas fechas puedo percibir muy altos grados de aislamiento en los jóvenes, por lo que creo sinceramente que este es un problema de salud pública actual.
Sea valorado desde una óptica médica o desde la perspectiva humanística, en efecto puedo decir metafóricamente que, navegar en un mar de soledades es navegar sin rumbo.