Miércoles, abril 24, 2024

Feminicidios

En el periódico Central, en los comentarios del público a un reportaje que daba cuenta del entorno del presunto asesino y novio de Samaí Márquez, una de las más recientes mujeres asesinadas en el Estado, un joven publicó lo siguiente: “Momento momento, las cosas por su nombre Samaí no es ninguna novia, es la amante, y ojalá sirva esto para que muchas jovenes solteras dejen de fijarse o dejen de enamorarse de un casado, siempre va a ser la misma historia, la joven engañada que termina viviendo un trauma e idealizando al infiel para justificarlo y de paso justificar el sentimiento, que a base de engaños, le produjo esa ‘aventura”. Por supuesto, el comentario está tomado exactamente como fue escrito por quien lo publicó y me disculpo de antemano por las faltas de ortografía, de puntuación y errores de dedo tan frecuentes en la red; las mayúsculas fueron puestas también por quien firmó el comentario. Después de leer semejante dislate me surgen muchas preguntas: ¿acaso el adulterio ha de ser castigado con la muerte?, ¿es justificable que una mujer sea asesinada por atreverse a vivir una aventura?, ¿una vida vale menos que toda la construcción moral de una sociedad cuya hipocresía linda con el absurdo? Bueno, de acuerdo a quien comentó la nota sí. Quien quiera echarse un clavado y revisar los comentarios que llovieron en el Facebook a cuento del descubrimiento del cadáver de Samaí, se llevará la desagradable sorpresa de que se justifica el suceso, cosa no solamente criticable, sino que resulta preocupante en tanto confirma las razones por las que se produjo el homicidio: las mujeres, para esta sociedad en 2016, siguen valiendo muy poco…

No es la primera ocasión que hablo de los feminicidios y sigo sosteniendo que es correcto el término pues se trata de un homicidio planificado y realizado a mujeres con el expreso objetivo de “predicar valores” y aleccionarlas. Se trata de demostrar poder y obligar sumisión. El 28 de julio de 2011, en el entorno del secuestro y asesinato de Thalía Martínez a manos de su cuñado, publiqué lo siguiente “Claro, se podrá decir que nosotros no fuimos ni quien desaparecimos a esas mujeres y mucho menos quienes las ultimamos; pero, como lo atestigua el auténtico problema de feminicidios en nuestro país, se trata de una cuestión ampliamente imbricada en nuestra cultura. Simplemente consideramos que la mujer es un objeto, que se puede tomar, maltratar, romper y después tirar como si se tratara de un muñeco de trapo. No, en definitiva, no tenemos cara, y mucho menos podemos cerrar los ojos a la reacción común de autoridades y público general cuando se enteran de que una mujer sufrió cualquiera de las cientos de expresiones de la violencia hacia ellas –tortura, violación, golpes, asesinato–: “eso le pasó por salir vestida así a la calle, ella lo provocó…” o “seguramente su marido le pega por respondona…” o “eso y más merecía por loca…” Igualmente, legisladores / as, funcionarios / as y jueces / as, en general, han tenido poco valor para enfrentar esta situación, o simplemente no les ha importado. Puebla, aunque se diga lo contrario, no es la excepción”. Me molesta sobremanera que a la vuelta de unos cuantos años, el problema no solamente no ha cesado, sino que ha empeorado de manera que en lo que va del año tenemos cifras alarmantes –15 víctimas en menos de dos meses.

El problema está profundamente enraizado en la cultura de nuestro país al grado de que se ve naturalizado por amplios sectores de la población que no solamente no les importan estos decesos, sino que además consumen prostitución y alientan el tráfico de personas; viven relaciones de noviazgo y matrimonio donde impera la violencia y la demostración de poder; transmiten ese odio, discriminación y verticalidad a sus hijos casi de inmediato, todo ello sustentado en la muy perniciosa idea del orden y la superioridad de unos sobre otros –en el caso que nos ocupa, de hombres sobre las mujeres. Es un hecho que en Puebla la violencia va in crescendo y el asesinato de mujeres es tan sólo una de las expresiones de esa violencia, pero no ganamos nada con minimizar el hecho; por el contrario, al ignorarlo, al borrarlo de nuestro pensamiento, contribuimos a que el problema continúe y se agrave. Mucho se ha criticado a las autoridades por su falta de acción en la protección de la ciudadanía; cierto, debieran ser más efectivos. Sin embargo, es necesario decir que poco puede hacer la autoridad cuando todo en la sociedad conspira para que las mujeres puedan ser asesinadas. No se trata de lanzar cientos de miles de policías a la calle sino de modificar formas de pensar que indudablemente llevan a las acciones más deleznables. Es muy probable que todos los victimarios de estas mujeres tengan algún tipo de desequilibrio que no les permita entender que el asesinar está mal; pero lo verdaderamente preocupante es que, a nivel cultural, logran justificar su accionar y ante eso, no hay tratamiento médico o legal que valga; lo único que existe es la educación en torno a valores muy distintos donde la igualdad entre géneros –sí, los hombres y nuestros derechos también cuentan– sea la tónica al grado de que se normalice. En los últimos dos años, seis mujeres embarazadas han sido asesinadas por el simple hecho de su gravidez… como diría Rosario Castellanos “sufro más bien por hábito, por herencia…”

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