Mi célebre y querido amigo Juan Jorge Ayala (a quien ustedes pueden leer en uno que otro miércoles de “Medieros”) publicaba recientemente en Facebook que “las reformas estructurales avanzaron; Peña, Videgaray y Chong siguen con sus casotas; Moreno Valle sigue saqueando Puebla; no aparecen los 43 normalistas; se recrudeció la represión contra los maestros; no le quitaron el registro al PVEM ni al PT; Carmen Salinas sigue de diputada… ¿será que las protestas por feisbuc y los memes no están funcionando bien?”.
Y sí… todo esto y aún más (incluyendo que las protestas por feisbuc y los memes no están funcionando bien)… mucho más inunda con letras las páginas de nuestros diarios, con imágenes y sonidos nuestros quesque noticiarios, los chismes, relatos y sobre todo nuestra dura, tremenda, complicada y absurda realidad.
Pero al margen de, siempre (por extraño que parezca) hay algo que nos hace creer, que nos hace pensar que hay un rayo de esperanza, que sí es posible que hagamos las cosas como corresponden, que un México más justo y mejor para todos y para todas es una utopía que, ¿por qué no? pudiese hacerse realidad. Curiosamente (al margen de “Lo que callamos las mujeres” o “La rosa de Guadalupe”) ese tipo de milagros no tienen espacio (al menos no protagónico) en los medios nuestros de cada día. He aquí un breve intento de cambiar dicha realidad.
Para considerar el milagro (mi milagro) tuve que ser mordido por una víbora de cascabel y permanecer cinco días en cuidado y observación total en el Hospital General de San Andrés Cholula. Lugar en el cual no solo sí tenían el antídoto (anda… vayan a encontrarlo en un hospital privado), sino que me dejó anonadado por la hospitalidad, dulzura, humanismo, preocupación, solidaridad, profesionalismo, esfuerzo, tacto, delicadeza y mil adjetivos más que no alcanzan para demostrar mi agradecimiento a doctores, gestores, enfermeros y enfermeras, nutriólogas, personal de limpieza administrativos, etcétera no sólo (ojo… no sólo) por salvarme la vida, sino por hacerme ver un hospital público que sin importar si el paciente era rico, pobre, ateo, católico, mordido, accidentado, baleado, ladrón, asesino, infectado, atropellado… trataba a cada uno como seres humanos.
Gracias a toda esta gente insisto… no por salvarme la vida, sino por recordarme quiénes son los héroes anónimos en este mundo, cómo visten, cómo actúan, como tratan a los otros. Gracias por mostrarme a qué sabe la humanidad. Gracias por demostrarme que aunque no aparezcan en diarios, noticieros, radio, espectaculares ni ningún tipo de medio… ellos son unos de los tantos y tantos y tantos mexicanos y mexicanas que nos hacen creer que no todo está perdido.
¿Se merecen este espacio? Yo creo que se merecen muchos tantos (¿te imaginas La Jornada de mañana sin Peña, sin Osorio, sin el “Chapo” y lleno de estos vatos?)