Ya de regreso en casa, el fin de semana me puse al corriente viendo las tres cintas para mí más atrayentes: la húngara Hagen y yo (White God) y las norteamericanas Pasante de moda (The intern) y Misión rescate (The martian). Muy distintas, las tres me resultaron gratificantes, aunque –claro– en niveles y medida diferentes. De Hagen y yo, dirigida por Kornél Mundruczó, algo mencioné en este espacio la semana pasa-da, sugiriendo incluso su metáfora política. Hoy la abordo de nuevo, para profundizar al respecto…
La premisa es relativamente simple: Lili (Zsofia Psotta), una niña de 13 años, se empeña en buscar por las calles de Budapest a Hagen, su perro, al que su padre dejó ir para no pagar el impuesto por su tenencia (un impuesto sólo aplicable a esos cuyos perros son “cruzas” sin pedigree). Hasta aquí, todo “aterrizado”. Pero la película da un giro grande e inesperado hacia el lirismo casi onírico, a partir de que Hagen es maltratado y transformado (a través de químicos e inyecciones) por un malandrín dedicado a las peleas de perros. Es ahí que Hagen y yo (un título engañoso) decide alejarse de lo ordinario para transitar los caminos de la alegoría, de un helado cuento con moraleja, que en momentos remite a Los pájaros e incluso a Planeta de los si-mios, tornándose una especie de “cruza” (la ironía es pretendida) que sustituye dichas faunas por una horda canina decidida a ajustar las cuentas acumuladas con el abusivo género humano. Tal es el sorprendente, poderoso, tercer acto de Hagen y yo, que culmina con una escena alucinante, seguramente inolvidable, que vale el bo-leto por sí misma. Así pues, sin ser para todos los gustos –ni visual ni dramáticamente– se trata de una cinta que vale la pena ver.
El desempance por ver Hagen y yo está probablemente en Pasante de moda, de Nancy Me-yers, especialista en comedias románticas de esas catalogadas como feel good movies; v.g. (¿se acuerdan?) Lo que ellas quieren, Alguien tiene que ceder, El descanso, etcétera. Aquí el protagonista es Ben (Robert De Niro), viudo y jubilado septuagenario que por mero aburrimiento consigue entrar de “auxiliar aprendiz” (o algo así) a una exitosa empresa que vende ropa por internet. Su jefa es Jules (Anne Hathaway), ni más ni menos la fundadora, una workaholic 40 años menor que él. En medio de esta brecha generacional, del abismo entre la tecnología y los asideros clásicos (que algunos llaman “ex-periencia”), la posibilidad de que el modernísimo jefe aprenda más que su “interno–aprendiz” queda abierta. Pasante de moda –si bien inofen-siva y carente de un conflicto real– me ha parecido dulce, divertida y agradeciblemente sutil; esto último inesperado, dadas las evidentes vertientes “comédicas” que tan bizarra situación pone a disposición. No es lo mejor de Nancy Meyers, pero Pasante de moda tiene lo suficiente para que el cinéfilo disfrute de un rato amable, algo cada vez más raro en los tiempos y el cine que corren.
Finalmente está Misión rescate (The martian), de Ridley Scott, llamada a ser una de las películas del año cuando menos en términos de expectativa. Su reparto es de primera, con Matt Damon, Jessica Chastain, Chiwetel Ejiofor, Ka-te Mara y el infalible Michael Peña, entre otros. El punto de partida es tan apasionante como in-quietante: en Marte, el accidente provocado por una inesperada tormenta hace abortar la misión de un equipo de astronautas. Asumiendo que Mark (Damon), uno de ellos, ha muerto, los de-más emprenden el largo regreso a casa. Pero Mark está con vida; y ahora, también solo, con mínimos recursos y provisiones, sin posibilidad alguna de comunicarse, abandonado a su suerte a millones de millas de la Tierra. Ahora bien: por extraño que parezca, todo lo que viene después no se siente como una gringada imposible. Así que Ridley Scott ha regresado al espacio sideral, lo que habrá que comentar con más am-plitud en alguna columna venidera.