Entre las filas de vehículos
que traen y llevan,
van o vienen
desde la Diana de Acapulco
al borde del México moribundo
en Matamoros o Laredo,
en cada esquina, crucero,
retén, caseta, desvío,
retorno o eterno freno,
trazan con jabón y esponja
efímeros grafitis
borrados con paño ceniciento,
niños y niñas en añil,
hombres verdes sudorosos,
muchachos tatuados sobre cobre,
adolescentes embarazadas de palidez
y viejos con el sol en cada pliegue.
De tanto trazo,
alguno mina
el cristal del carro en el que viajo.
Aquí lo llevo puesto como signo.