Allá por junio de 2011 participé en una manifestación denominada “La Marcha de las Putas”. En ese entonces escribí lo siguiente: “Mientras la marcha se desarrollaba con cánticos, consignas y diatribas dirigidas a todos aquellos individuos, hombres o mujeres que han visto a la mujer como un objeto, la gente en la calle, confundida, observaba con gesto a veces de censura, a veces de piadosa paciencia, a veces de verdadera solidaridad. Al grito de “no es no…”, o “saquen sus rosarios, de nuestros ovarios”, o “no soy una vagina ni soy unos pechos, soy una mujer exigiendo sus derechos”, el contingente femenino –principalmente– dio una modesta vuelta por la plaza principal del centro de Puebla en una manifestación que a momentos corrió el riesgo de quedar opacada por la música entonada por varias bandas de colegios diversos, de los payasos que ahí laboran o del sonido que se montaba para el espectáculo que habría más tarde en el lugar. Varias decenas de mujeres y observadores estuvieron reunidos en el sitio para manifestar su deseo de que las mujeres sean tratadas como personas y no como meros objetos sexuales. Como seguro sabrá el lector, este acto se sumó al que han venido realizando a lo largo del año mujeres a lo largo del orbe siguiendo a aquél que inició en Canadá y que se ha expandido como reguero de pólvora: La Marcha de las Putas”. En aquel momento se pugnaba por evitar que las mujeres, como hemos comentado, fueran tildadas de prostitutas por tener una vida sexual activa, por tener más de un compañero, por ser mujeres simplemente; además, se evidenciaba el poder de una sociedad en donde el hombre y su discurso son los dominantes y donde las mujeres son meros objetos sexuales. Por supuesto, la marcha se centraba en la crítica a esta forma de pensar, pero muy en el fondo, de lo que se trataba era de evitar otra cosa muy distinta: la cosificación de la mujer.
El tema adquiere nuevamente relevancia hoy que presenciamos la desaparición y supuesto asesinato de Paulina Camargo a manos de su novio, perfil que a la fecha ya parece lugar común. De acuerdo a cifras documentadas por el Observatorio de Derechos Sexuales y Reproductivos (Odesyr), en Puebla se suman ya más de 140 feminicidios de 2013 al corte de agosto de este año. Según informa Samantha Páez para el portal e–Consulta, “El reporte –de Odesyr– menciona que de enero al 31 de julio hubo 30 feminicidios en Puebla, mientras que para el mismo lapso de 2013 hubo 28 asesinatos violentos de poblanas y en 2014 sumaron 35 casos. (…) Las cifras hemerográficas del Odesyr indican que uno de cada tres feminicidios que ocurrieron este año fueron en la ciudad de Puebla, en tanto que cuatro acontecieron en Tehuacán, tres en Izúcar de Matamoros y dos en Coronango”. Las cifras hablan solas, en Puebla se mata a las mujeres y de manera constante; de hecho, como bien señala Brahim Zamora de Odesyr, se debiera implementar una alerta de género en Puebla, cosa que las autoridades han negado porque, de acuerdo a su juicio, no son tantos los feminicidios como para que ello se implementara. Se podrá calificar de crímenes pasionales los muy diversos casos que hemos conocido de muertes de mujeres a manos de sus parejas; se podría decir, como piensan conservadores retrógrados –muchos de ellos jóvenes– que ellas tuvieron la culpa por no haberse fijado con quién se juntaban o porque andaban en la calle tan noche y solas o simplemente porque no eran chicas de “casa” y por tanto no estaban protegidas. Como sea, el caso es que lo que se cometió contra estas mujeres se llama feminicidio… ellas no lo buscan por caminar en la calle o por enamorarse o por estar fuera de “casa”; ellas son víctimas de un mundo donde ser mujer está muy cabrón, tal cual suena.
Por tanto, si se es mujer, se es una cosa que está a la disposición de los hombres para gozar y desecharse cuando ya no sea necesaria, que se puede explotar, vender y asesinar con total impunidad; pero lo que es peor, ahora el problema se está extendiendo hacia los niños, que también son sujetos de todo tipo de explotaciones y vejaciones. El ser humano, en pleno siglo XXI se ha confirmado como el peor depredador de la tierra, no sólo para las otras especies sino para consigo mismo. Los gobiernos de los estados y el federal no podrán negar por mucho tiempo que hay un serio problema de violencia en el país. No importa si su expresión está o no relacionada con la delincuencia organizada –que existe, sin duda–; lo que se ve en estos casos es que se trata de una violencia ejercida contra las mujeres porque la sociedad lo ha naturalizado hace años. No necesitamos ser feministas a ultranza o defensores de derechos humanos para comprender que la vida de cualquiera debiera ser protegida por el Estado y todo su aparato de seguridad, no como demagogia o como parte de una estrategia para ganar elecciones; pero hay que decir que también es la responsabilidad de la sociedad en su conjunto, que todos debemos participar en la construcción de una sociedad libre de agresión entre sus propios integrantes. El problema es mucho más grande que el escándalo en redes sociales o su manoseo en radio y la prensa amarilla, y se sitúa, como he comentado líneas arriba, en la cosificación de las personas y el comercio del cuerpo humano como carne para el mejor postor. Alentador nuestro presente, qué duda cabe.