Cuando creíamos imposible una declaración peor que aquella donde Peña Nieto afirma la existencia de países a los cuales les ha ido peor que a México, el sábado nuevamente fuimos sorprendidos por el mismo presidente, quien dijo, reflexivo: “La devaluación del peso genera escozor, pero es positiva para… el turismo.”
Pero claro, cuando hay beneficiarios también hay la contraparte, pues con la devaluación salen perjudicados los mexicanos, ahora amenazados por los comerciantes e industriales, quienes advierten que la devaluación del peso frente al dólar “hace insostenible el actual nivel de precios a los consumidores” y, en consecuencia, se disponen a elevar los precios al consumidor a partir de septiembre. La explicación es sencilla: los productos elaborados en México tienen un alto contenido de componentes importados encarecidos por la devaluación, lo cual termina, tarde o temprano, por incidir en los precios. De esta manera, seguramente habrá muchos turistas, lo cual pone feliz al presidente, que vendrán ver, quiéranlo o no, como seguimos empobreciéndonos los mexicanos y, seguro, si no se divierten con la realidad, sí lo harán con las declaraciones del Ejecutivo y sus funcionarios.
Por supuesto, a los mexicanos no nos cae nada en gracia la caída en los pronósticos del crecimiento de la economía, con todo y la devaluación, cuya única virtud es aumentar las ventas al extranjero, por ejemplo, de automóviles y de otras empresas maquiladoras de exportación, todas en manos de capital foráneo. Resulta que por cuarta ocasión en el año, el Banco de México disminuyó su pronóstico de crecimiento del PIB, para fijarlo entre 1.7 y 2.5 por ciento, con lo cual el sueño de crecer a tasas superiores a 4 por ciento pronosticado inicialmente quedó en un sueño, sí, pero guajiro.
Lo bueno es que Enrique Peña Nieto cree haber encontrado la solución a sus problemas y a los nuestros. Ahora presume de haber recibido de uno de los jóvenes ganador del Premio Nacional de la Juventud el regalo de una Biblia que el obsequioso joven le pidió leer, no hacer caso a las críticas y encontrar en ese libro –el único que cuando era candidato Peña Nieto reconoció haber leído, eso sí, confesó sincero aquella vez, no completo– “una razón para siempre servir”, claro si no llega al Cantar de los Cantares de Salomón, uno de los mejores libros eróticos de la literatura universal.
Por cierto, en esa ceremonia de premiación, Peña Nieto pidió a los jóvenes presentes “retar los estatus”, ser rebeldes, contestatarios y desafiantes, aunque los adultos “deseamos siempre, a veces (sic), que se amolden a las normas y principios que tenemos”. Esta declaración me recordó una estrategia seguida por los cuerpos de seguridad allá por los años sesenta y setenta del siglo pasado. En las asambleas universitarias, alguien con un discurso incendiario convocaba a la violencia y aquellos que respondían afirmativamente a la invitación eran de inmediato identificados y luego detenidos, caían en la provocación y eran fácil presa de la represión. Pero qué sentido tiene esa declaración presidencial si sabemos que jóvenes desafiantes y contestarios son los 43 normalistas desaparecidos; si jóvenes segados eran Nadia Vera, Yesenia Quiroz, Alejandra Mile y Rubén Espinosa Becerril, como jóvenes son los universitarios agredidos el 8 de febrero en el Zócalo de la ciudad de Puebla… y a que seguir, si la lista pude hacerse infinita en un país donde hay más de siete millones de jóvenes que no estudian por no haber encontrado un sitio en las instituciones de educación superior para cursar estudios que les permitan construir un futuro distinto y muchos otros más han buscado un trabajo que no encuentran, todos ellos son la masa de jóvenes vulnerables, candidatos a ser sicarios de la delincuencia organizada.
¿Y dígame usted, qué hacemos con la paranoia del desgobernador de Oaxaca, que ha pedido la militarización de su estado, porque él ha resultado incapaz de negociar soluciones con los profesores de su entidad y como no tiene solución cree que la represión violenta le resolverá sus problemas, que en buena medida él mismo ha creado y preguntamos: cuándo un gobierno no es la solución, sino el problema, qué procede?