En un artículo publicado en Yucatán el 15 de noviembre de 1848 en el periódico liberal El Fénix, Justo Sierra O’Reilly escribió: “El Gobierno del Estado, en uso de las facultades extraordinarias de que se halla investido, ha decretado que todo bárbaro hecho prisionero con las armas en la mano, puede ser expulsado del territorio de Yucatán. Aplaudimos semejante medida y ojalá hubiera podido realizarse de mucho tiempo antes. Esto prueba que se comienza ya a conocer la necesidad de dividir nuestros intereses de los intereses de los indios. La raza indígena no quiere, no puede amalgamarse, (permítasenos esta metáfora) con ninguna de las otras. Esa raza debe ser sojuzgada severamente y aún lanzada del país, si eso fuera posible. No cabe más indulgencia con ella: sus instintos feroces, descubiertos en mala hora, deben ser reprimidos con mano fuerte. La humanidad, la civilización lo demandan así”. Lo anterior fue a cuento del decreto publicado el 6 de noviembre anterior que permitía detener e inclusive enviar fuera del estado hasta por 10 años a todo indio descubierto con las armas en la mano. Un año antes, el 30 de julio de 1847, los indígenas mayas atacaron Tepich en el actual Quintana Roo comandados por Cecilio Chi con lo que iniciaría formalmente la guerra civil conocida como “Guerra de Castas”, lucha que enfrentó por más de 50 años a los indígenas mayas yucatecos con la población “blanca” de Yucatán. El decreto tuvo como consecuencia la venta de mayas yucatecos –muchos detenidos aunque ni siquiera estuvieran vinculados con la lucha armada– a Cuba para la realización de trabajos forzados, especialmente en las plantaciones de caña de azúcar.
De acuerdo con Javier Rodríguez Piña en su libro Guerra de Castas, la venta de indios mayas a Cuba, 1848–1861, “La ‘guerra de castas’ en Yucatán y el decreto del 6 de noviembre de 1848, que ordenaba la expulsión de los sublevados, crearon una coyuntura favorable, y le proporcionó la solución –a la sacarocracia cubana– para hacerse de mano de obra intermedia etre la esclavitud y el trabajo libre. Los mayas encarnaban el ideal factible: habían sufrido ya el paso hacia la servidumbre personal, y además, se encontraban en un punto relativamente próximo, apenas a unas cuantas horas de navegación”. Esta es una de las historias más negras que ha dado la historia nacional y de la cual poco o nada se menciona en las aulas de educación básica o media superior; a veces incluso ni siquiera llega a las aulas de la educación superior. La mezcla aberrante de una sociedad extremadamente conservadora con profundas reminiscencias coloniales que fue –todavía es, lo sostengo– la yucateca con el pensamiento liberal de la época propició el diseño de semejante política esclavista disfrazada de justicia. En esta guerra estaba en juego el dominio del territorio a manos de las comunidades mayas por primera ocasión desde que los europeos conquistaron territorio de la península de Yucatán. Los blancos lo sabían y no iban a permitir que el statu quo se les fuera de las manos. Sierra, un liberal consumado, apoyó sin chistar la causa como atestigua el artículo que cito líneas arriba lo mismo que lo harán otros liberales posteriores a él. Por otra parte, Alan Knight distingue entre tres formas de peonaje vinculado a deudas en el México del XIX y principios del XX en su texto Servidumbre por deuda en América Latina: la deuda por adelanto de sueldos, el peonaje regular donde las deudas eran mínimas y las relaciones con los patrones eran más laborales y el peonaje obligado por deudas derivadas de embustes perpetrados por enganchadores o por condenas como las que enfrentaban los mayas en Cuba. La esclavitud se ocultaba detrás de este tipo de peonaje que por cierto, permitía perfectamente el liberalismo decimonónico; hoy, nuestros neoliberales del XXI también lo permiten. Baste echar un ojo a cualquier cocina en restaurantes de chinos –o de mexicanos– para ver los migrantes que tienen que trabajar para pagar la deuda de su traslado; o el tráfico de personas en América Latina del que se alimentan policías, guardias de seguridad, maras y otras mafias; o los migrantes que son forzados a trabajar en las maquilas enganchados desde sus países de origen.
A casi 170 años de esto, la reflexión está en los resultados del liberalismo en el siglo XX y de su expresión más nefanda en el neoliberalismo de principios de este siglo XXI. La diáspora sigue hacia los centros económicos del mundo y miles de africanos esperan hoy impacientes si serán aceptados por Europa; Grecia juega a la subsistencia y nuestras reformas estructurales nos empujan a la ignominia. La venta de personas sigue y la esclavitud se va diversificando –sexual, laboral…– y so pena de la lucha contra los movimientos armados en nuestro país, se podrán cometer las atrocidades más retrógradas en un siglo donde supuestamente gozaríamos de la razón, el progreso y la globalidad omnipotente. Unas joyas del discurso neoliberal de hoy: Christine Lagarde argumentó que los griegos tienen la culpa de la crisis “porque no pagan impuestos”; el todavía gobernador campechano Ortega Bernés el año pasado aseguró que “es pobre quien no trabaja”; un empresario español, José Luis Manzanares sostuvo que “al pobre se le hizo mucho daño con la idea de que su pobreza se iba a terminar con subvenciones y donaciones”. Los liberales del XIX se quedaron cortos…