La imagen que acompaña marchas, caravanas, paros, luchas callejeras, asambleas, producción, consumo comunitario y fiestas y arte de los de abajo es la de una fuerza construida con el tejido de las diversas causas y raíces del pueblo trabajador y de los pueblos indios y mestizos y en la resistencia ante los proyectos capitalistas de explotación, despojo, depredación y engaño.
Avanzar desde la resistencia a la ofensiva popular hoy, forma parte de las transformaciones del campo político en América Latina y el Caribe. En México, la agresión de los capitalistas ha elevado el descontento y exigencia de verdad y justicia como conciencia inmediata de vastos sectores populares acerca del carácter criminal del sistema, de la dependencia entreguista y del fracaso del régimen político sujeto a la dictadura del capital mundial y a sus nuevas élites de funcionarios del Estado, las empresas transnacionales, los partidos y las mafias del crimen organizado.
Con un Estado desmantelado en la seguridad para la población y la justicia social, pero centralizado y corrupto durante más de 50 años, y bajo las orientaciones de los organismos financieras internacionales, crece el proceso de recolonización de México. La ofensiva económica y militar del gobierno de Peña Nieto sirve a los intereses de las élites locales carentes de un proyecto social, por ello recurre al despojo de los territorios y a violentar a la resistencia popular. La resistencia aún no es general y decisiva, pero se fortalece influenciada por el pensamiento crítico local y del continente, en su combatividad y con formas de cuidado y protección indígena, anti-patriarcal, campesina, obrera, juvenil, ecológica o cultural, y se sabe ya defender de los planes de infiltración y contrainsurgencia.
Al deseo profundo de justicia de importantes franjas sociales, se añaden hoy nuevos aspectos a las resistencias del pueblo frente a problemas como la impunidad, el modelo económico y sus reformas estructurales, la unidad popular, o en la búsqueda del crecimiento y consolidación de nuevos movimientos sociales y políticos. Con matices diferentes empiezan a dialogar, con ello avanzan en el debate al interior del pueblo para construir y fortalecer su organización y resistencia.
Se viven momentos complejos, pero con millones de pobres que no están dispuestos a perder su territorio, ni a sembrar enervantes o a vivir entre el narcotráfico, como parias sometidos por el paramilitarismo o los partidos del sistema. Tampoco admiten ser humillados por el poder opresor que les expulsa y despoja de sus territorios.
Reanimado por el poder de la acumulación de capital, el PRI y sus satélites encabezan la violencia múltiple del régimen con el deseo de redirigir el país desde la base del sistema político, eliminando derechos y oposiciones en regiones con riqueza natural y cultural. Por ello, las comunidades rurales y urbanas se defienden de los partidos y las transnacionales.
En esta disputa necesitamos como pueblo en lucha ir más allá de las resistencias, con ellas ha logrado experiencias importantes en la defensa de sus organizaciones, comunidades y territorios. Ahora se trata de construir unitariamente, desde ya y en todo México, alternativas parciales pero crecientes de poder popular, contrapoder, defensa comunitaria y autonomías en lo local y regional, siempre con un sentido antiimperialista, contrario a la globalización de la depredación y del saqueo.
Son metas que conducen a desaprender y a deshacernos de las formas caducas de unirse que no pusieron ni ponen adelante la acción y participación directa, asamblearia o comunitaria en las decisiones del cómo vivir y cómo gobernarnos.
No se trata de seguir dando vueltas detrás y obedeciendo a un líder o caudillo, menos de confiar en las instituciones que violan todo derecho humano y de la Madre Tierra. Se trata de vivir y rehacer el protagonismo de los y las comunes, del pueblo organizado desde las bases trabajadoras del campo y las ciudades que deciden andar, a su ritmo, las rutas de su movimiento. Son las comunidades de lucha y solidaridad quienes aprenden a evaluar lo que hacen y lo que falta hacer. Actúan con la ética de aprender en la lucha lo que le va bien o mal al movimiento contra el capital y sus formas de explotación y dominación.
Así edifican los pueblos nuevos poderes y definen metas para reproducir sus valores, sin caudillismos que desnaturalizan y sujetan a las organizaciones populares. No hay paradigmas unánimes, la unidad del pueblo y las transformaciones sociales profundas, serán a mediano y largo plazo. Ante el fracaso sonoro de la democracia parlamentaria amafiada y formalista -la que combatirá siempre la obra colectiva y permanente de los pueblos-, son y serán las comunidades auto organizadas en el campo y las ciudades las que construyan una alternativa contraria al capitalismo. Aclaremos cuáles son las acciones a impulsar, con quiénes coordinarlas y con qué estrategias de cambio. Habrá que afianzar los “pequeños pasos”, pero con la conciencia ética de que es una construcción social de elaboración colectiva y en dialogo constante.
No se puede seguir ignorando, disfrazando o pervirtiendo las formas conciliadoras que aceptan al capitalismo y a su sistema de muerte y corrupción. Tampoco se pueden dejar de criticar las propuestas políticas de quienes dan gobernabilidad y se ilusionan con un “estado de derecho” desde un régimen diseñado por los grandes poder del capital para excluir y reprimir la organización del pueblo pobre y trabajador. Quienes confían en que es dentro de este sistema como se puede generar otro Estado, apoyan en los hechos los renovados intentos del régimen de fragmentar y descabezar, otra vez, al movimiento popular con la “ética del privilegio”, y la componenda en pactos entre actores y cúpulas.
No se pueden desnaturalizar los intereses y la lucha del pueblo, estos son legítimos y la base de cualquier poder popular constituyente que desde abajo se construya. Hay que resistir ante las agresiones y el despojo, fuentes de acumulación del capital, el deber de los ciudadanos es unirnos en colectivos, consejos o comunidades para resistir dignamente y afianzar sus poderes territoriales. A la vez, estimulemos la oleada de luchas populares de América Latina y el Caribe con lazos de unión cada vez más fuertes, más integracionistas, que mejoren las fuerzas del campo popular y abran grietas profundas en el poder imperialista, por la libertad de nuestro pueblo y para liberar a Nuestra América.
Por la construcción de una Casa de los Pueblos, México. Julio de 2015
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