Lloraba, inconsolable… Tenía rato encerrada en el baño sin emitir un solo sonido, vaya, ni un murmullo siquiera. Pero si de veras se quería escuchar qué pasaba adentro del cuarto cerrado, se tendría que tener oído de tísico… Y sí, entonces se escucharía el teclear del celular…. Lloraba, inconsolablemente, pero mensajeaba.
–¿Estas despierta? –le preguntaba a la amiga que a las cinco de la mañana estaba en el quinto sueño pero la despertó el cling–cling de los mensajitos de texto.
–Si, weya, ya me despertaste, ¿Qué pasó?
–No mms (mames), wey, no sé qué pedo. Dejaré a mi marido. Lo he decidido.
–¿Por, qué pasó?
–Todo estaba bien, excelente, fuimos a una comida ayer y todo se descompuso. Lo desconocí, le pregunté ¿qué pasa? Algo traes.
–Ajá, ¿y?
–¡Estoy triste, lastimada, esto, llorando!, –y mandaba múltiples selfies de su rostro mojado con lágrimas de diferentes ángulos y diferentes poses, para que no hubiera duda. Ya es demasiado –continuaba–, no mms (mames). No sé qué pedo… y me voltea todo. ¡Ahora resulta que yo soy la culpable! Y le pregunté: ¿Qué te hice? Y no responde, sólo se encierra en sí mismo y se voltea para dormir. No me permite abrazarlo. Hoy es nuestro aniversario y le compré sus regalos. Y mira ¡todo lo echa a perder! ¿Y qué hagooo, qué hagoooo? –escribía– No lo sé, –y ponía cinco caritas tristes llorando –(¡sufrimiento más gráfico no podía haber!).
–No lo peles, weya.
–¿Y el aniversario? –y ponía la figurita de un corazón rojo y roto– ¿Los regalos?
–Dale el puto regalo, lo abrazas y sigue con lo tuyo.
–Estoy encerrada. En el baño. Llorando. Y mandaba más selfies de su rostro en nuevos ángulos con grandes y muchas lágrimas bajando por sus mejillas.
–¡No llores weya, no llores!
–¡No puedo! ¿Crees que tenga a otra?
–No weya, no tiene otra. Y ya no llores. Yaaaaa nooooo
–¡Me duele!
–Pues que ya no te duela. Ve y dale su pinchi regalo.
–Lo compré con tanta ilusión. ¡Tú viste!
–Sí, weya, pero eso es lo tuyo. Tú no puedes controlar lo que le pasa a él. Y tampoco le quieras jugar a la adivina ni bailar al son que te toque. Así que limpia tus pinches lágrimas y sal. No te azotes. ¡Déjalo que viva lo que tiene que vivir!
–¿Y qué hago?
–No lo peles, sigue con tu celebración de aniversario y dale sus regalos. Es su pedo. ¡Ponte bonita y sin lágrimas, weya!
–Ya traigo ojos de sapo… –y mandaba selfies de sus ojos de sapo por si había duda.
–Pendeja, ¡así los tienes!
–Jajaja, pues me arreglaré, ya me limpié las lágrimas.
–¡Y así, con tus ojos de sapo, sal!
–Sí, ¡de sapote! Al carajo! Gracias, amiga; al rato te veo.
–¡Si y ya sabes que aquí tienes a tu pendeja para otra cosita que se te ofrezca a las cinco de la mañana, cualquiera de estos días!