Conmemoramos la gran batalla que dieron los trabajadores en Chicago para arrancar a los explotadores sus derechos a una vida digna. La reflexión sobre las historia lleva a pensar en el enemigo, sus fuerzas, sus aliados, el campo de batalla, el teatro de la guerra y los cambios en el tiempo de los distintos factores que determinan los resultados de la contienda: los cambios en la correlación de fuerzas.
A finales del siglo XIX, 1866 en Chicago y 1871 en la Comuna de París los trabajadores sentaron los precedentes, para qué la primera mitad del siglo pasado el mundo “occidental” –Europa y los EEUU–viera el surgimiento de una clase obrera orgullosa, digna, valerosa que disputó al enemigo el derecho a la vida, a la educación y al bienestar. Fueron etapas en las que la gran burguesía y sus correspondientes Estados requirieron de su clase obrera, junto con su esfuerzo productivo, de su capacidad combativa, de su heroísmo para “la defensa de la patria y los valores nacionales…”
Los obreros y los campesinos de los países beligerantes se mataron entre ellos.El ejército industrial de reserva fue reducido al mínimo. El desarrollo de las fuerzas productivas y la capacidad de producción siempre han sido, sobre todo en el siglo pasado, una de las consecuencias de la guerra.
Siempre gana el que tiene la mayor capacidad de destrucción, “capacidad de fuego” le llaman y ésta es un reflejo del mayor desarrollo del aparato productivo y de su producción para el consumo “destructivo”.
Terminada la contienda hubo que redirigir la producción hacia el consumo civil y en el mundo capitalista, como se sabe, el consumo está mediado por la distribución, por la magnitud relativa que guardan entre sí los componentes del nuevo valor producido: P+V (Plusvalía + Capital Variable o Salario).
En términos cotidianos la distribución es la expresión de la relación que guardan el salario y la ganancia y por lo tanto de la correlación de fuerzas entre los explotados y los explotadores.
Luego de las guerras mundiales, con el ejército industrial de reserva disminuido o desaparecido y la crecida capacidad de producción fue necesario incrementar el consumo. Las condiciones de posguerra fueron favorables para mejoras para el proletariado. Las luchas consiguieron aumentos del salario real y de la participación social de los trabajadores en el fruto de su propio trabajo en forma de servicios públicos y e derechos sociales.
Fueron cambiando las condiciones, el campo de batalla, el teatro de la guerra y la correlación de fuerzas. El crecimiento continuo de la producción impulsado por la competencia y el dogma de “a mayor volumen, menores costos de producción” exigió de un crecimiento correspondiente del consumo y, por lo tanto, de la “producción de consumidores”, tarea encomendada a la publicidad y a una nueva herramienta: la televisión.
En ese ámbito, la lucha de clases tuvo un nuevo escenario: la enajenación. En el campo de batalla de la ideología se plantea un mundo al revés, donde los trabajadores son llevados a pensar como burgueses y a través de la idea de “progreso” a ser convertidos en consumidores reales o en consumidores potenciales, “para cuando existan recursos”. La ilusión por consumir, por “progresar” ha enajenado a la sociedad. 1
Pero en la economía, a pesar del crecimiento del mercado en la segunda mitad el siglo pasado, la cuota de ganancia comenzó a descender, descenso que se acentúo en el último cuarto. Las causas principales fueron, por una parte la sustitución de la fuerza de trabajo por las computadoras y la robotización, lo que redujo proporcionalmente la creación de plusvalía y, por otra, la participación de una masa mayor de capital dinero a partir de la “creación de dinero” por el capital bancario.
Una mayor masa de capital y una fuerza de trabajo proporcionalmente reducida, se tradujeron en una menor cuota de ganancia. La manera más fácil de contrarrestar la caída de la cuota de ganancia es la reducción del salario, medida que en este país se ha impuesto desde hace por lo menos treinta años.
Esto ha sido posible por el crecimiento del ejército industrial de reserva debido a la “explosión demográfica” y a la incorporación de la mujer al trabajo asalariado. La contradicción “objetiva” se ha agudizado, en tanto que la contradicción “subjetiva” se ve frenada al estar sumergida entre la enajenación mediática y la presión de la desocupación.
Pero ese “progreso” está en contradicción con la naturaleza. La biósfera está exhausta, el capital con su voracidad la ha agotado. La “vida buena” alejada del consumismo, de la explotación de la humanidad y en armonía con la madre tierra, es el camino que nos marcan los saberes ancestrales de los pueblos originarios.
1 En esa enajenación hay que buscar el surgimiento del “eurocomunismo” y la caída de los intentos de construcción del socialismo en el siglo XX.
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