El error de nacer se corrige con el error contrario, el error de morir. Sin embargo, los hombres, lejos de aceptar esa dualidad pues llegada la hora siempre tienen algo que hacer en el mundo de los vivos. Y entonces prefieren invocar un Ser Superior. Fue la figura del padre en la infancia y que sigue proyectada en los cielos.
Un ser superior es perfectamente concebible siempre y cuando no se lo considere como el último, sino como un producto de la evolución. En otras palabras, llegada la hora de cada uno no hace falta dar cambio de domicilio. Y tampoco valdrá una apelación al padre. Vamos hacia un mundo superior y cuanto se diga sólo tiene valor como hipótesis. Este mundo será posible alumbrar si las bombas atómicas no caen antes sobre nuestras cabezas dando el espectáculo de cómo el hombre se destruye a sí mismo superando a la ciencia ficción.
Volviendo al comienzo de estas líneas, no todo se realiza al nacer y al morir si los considerarnos puntualmente. Entre ambos se desarrolla la vida. Casi nada. Es la evolución, las piedras, el agua, a la cabeza la lechuga, De los animales se sirvió el hombre al punto de plantear el ser superior: de los robots el mundo indistinguible del hombre para sus tareas sin tardar en lo que este hizo a las otras especies animales: el sometimiento. Y por si los robots llegaran a fallar, la Naturaleza nos tiene preparada la muerte cósmica, es decir, la imposibilidad de trascender ya sea dirigiéndonos al interior del sistema solar o fuera de este. Pero, tal vez, ya por entonces se haya creado un vehículo capaz de atravesar la barrera cósmica y seguir viaje.