Los datos, videos, fotografías, documentación sobre los hechos cruentos de Tlatlaya, estado de México –masacre de 22 personas y montaje para exponerlos ante los medios como si fuera el resultados de un enfrentamiento y no una masacre- son apenas una de las múltiples acciones en las que al ejército y la armada mexicana, se les ordena cumplir operativos de terror de Estado.
Lo que hoy llama la atención de los que estudian, conocen o padecen los operativos militares, paramilitares y policíacos es que se rinda una lección a la incredulidad popular de lo que el secretario de gobernación llama “una excepción” al comportamiento “general” de respeto de las fuerzas armadas a los derechos humanos.
Desde el poder esto parece significar: obedecer órdenes de represión y operativos de guerra dentro del protocolo de intervención armada, que adecuan a su modo los principios constitucionales y el derecho internacional, acerca de la detención de personas o los enfrentamientos con los que consideran (y algunos lo son) enemigos del orden.
Cubrir las apariencias ante la opinión mediática y el juicio de organismos internacionales, parece la consigna, en el momento en que se mantiene la fuerza beligerante del ejército y la armada, que se conocen más y más (no necesariamente nuevas) relaciones de militares con el crimen organizado y cuando la persecución, ejecuciones extrajudiciales de luchadores sociales, de defensores de derechos humanos e incluso de población inerme y su participación al lado y a favor de las empresas transnacionales o mexicanas que despojan y atacan la defensa de territorio que realizan pueblos, comunidades y organismos no gubernamentales.
No es fácil arreglar la imagen del ejército y la armada, a esta última se la consiente como la joya de la corona del poder opresivo. Los actos de detención en instalaciones militares, por ejemplo de los soldados que participaron en Tlatlaya, ha traído roces, malestar y opiniones encontradas al interior de las fuerzas armadas y en particular de sus altos mandos. Pero quien interprete en esto una decisión democrática y una ética humanitaria, se confunde de realidad.
Más bien es un acto que juega en las ligas internacionales donde al títere que vive en Los Pinos le han dado la tarea de clausurar la conducta no intervencionista ante conflictos e internacionales y de fuerzas extranjeras en México.
La misma tarea que han cumplido por presión gringa algunos gobiernos, incluso con fuerzas armadas pequeñas: Haití y Uruguay entre otros: participar con contingentes de paz en conflictos, particularmente en esta coyuntura en las regiones donde Obama hace su guerra al mundo islámico y no sólo a los terroristas del islamismo político que procreó Estados Unidos y la OTAN.
Mal, mal, mal esta obediencia aprendida de gobierno y su gabinete militar y de seguridad. como dice la caricatura de Patricio hay otras habilidades que son más reconocidas en el mundo y padecidas en México que más que con la paz tienen que ver con la pacificación por terror sobre el pueblo.