Viernes, abril 19, 2024

La real magnitud del racismo de los mexicanos

“Retrasamos nuestro progreso

cuando minimizamos nuestro racismo”.

Abel Pérez Rojas.

 

Como la actitud discriminatoria de los mexicanos no se limita al color de la piel, tenemos frente a nosotros un gran abanico de conductas “socialmente aceptables”, como el maltrato, la exclusión o los chistes y las vejaciones hacia las personas de la comunidad LGBT (lésbico, gay, bisexual y transexual), los indígenas, las personas con capacidad diferente, los pobres, los analfabetas, a los migrantes de origen centroamericanos, sólo por mencionar algunos ejemplos.

 

Nuestra conducta social de discriminación encubre la real magnitud del problema.

 

En el 2011 el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED) lanzó una campaña denominada “Racismo en México”, en la cual evidenció la forma alarmante en que piensan los niños mexicanos.

 

Basado en un experimento de los psicólogos Kenneth y Mamie Clark, realizado en los años 40, los niños mexicanos prefirieron elegir a un muñeco de color claro sobre uno oscuro, manifestando que el color claro les inspiraba confianza y que en términos generales está  más bonito, no obstante que era exactamente igual al otro.

 

Sobra decir que esta elección de los infantes es una deformación social que los niños abrevan porque en sus entornos están presentes estas conductas discriminatorias como si fueran naturales.

Para nadie es un secreto que los mexicanos somos racistas y que este conjunto de sentimientos se ve acendrado contra su propio origen y sus similares, sin embargo este fenómeno, que es cada vez más visible, pasa inadvertido en cuestiones elementales que vale la pena reconsiderar para franquear las barreras que no permiten nuestro desarrollo.

 

A propósito de las humillaciones que los mexicanos propinamos a los indocumentados centroamericanos, es preciso decir que esta serie de conductas agravan más las deplorables condiciones de indefensión de los niños que marchan con la esperanza de reunirse con sus padres en los Estados Unidos, o las mujeres que son raptadas en su peregrinar al norte y son obligadas a ejercer la prostitución.

 

El caso de la situación de los migrantes centroamericanos en territorio nacional sirve para ejemplificar como en un asunto con claros componentes de discriminación; se aborda como si se tratase de una cuestión eminentemente económica, de inseguridad pública o de éxodo político de los lugares de origen.

 

Esto es terreno fértil a las conductas discriminantes de los mexicanos, porque estamos perdiendo la oportunidad de reflexionar, cambiar y asumir una postura como país que llegue al punto de no retorno como país tolerante y como nación democrática que defiende lo que es suyo, pero que no infringe lo otro, a los otros.

 

Para ejemplificar lo anterior es importante recurrir a estudios como el que realizó el año pasado Parametría, el cual arrojó, entre otros datos, que:

 

38% de los mexicanos considera que las personas indígenas estarán limitadas socialmente por su aspecto físico.

24% está de acuerdo en que los hombres ganen más que las mujeres.

44% considera que un ateo es menos confiable que una persona que practica una religión.

47% considera que en un país que se permite muchas diferencias de opinión tendrá graves conflictos.

31% está de acuerdo en que los derechos humanos no se deben aplicar a todos.

Es imprescindible que como sociedad reflexionemos si las planeaciones y ejecución de programas públicos están contemplando que somos discriminadores y que en consecuencia actuaremos como tales.

 

Tal vez los esfuerzos públicos y privados serían más efectivos si se partiera del hecho evidente de que –a pesar de las notables excepciones- los mexicanos somos una sociedad altamente discriminante y que esta variable estará presente en cualquier esfera de nuestro acontecer. Si lo aceptamos como sociedad estaremos en la posibilidad de obtener mejores resultados en los asuntos públicos y por supuesto con aplicaciones en nuestra vida diaria, de lo contrario seguiremos engañándonos con algo que desde el exterior ya percibieron de nuestra realidad. ¿O no?

 

Abel Pérez Rojas ([email protected] / @abelpr5 / facebook.com/PerezRojasAbel) es poeta, comunicador y doctor en Educación Permanente. Dirige: Sabersinfin.com

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