Martes, abril 16, 2024

Adiós al Atlante, al Zacatepec… ¿y al Barça?

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Si hasta los inmortales mueren –aunque se llamen Gabriel García Márquez– por qué no los equipos de futbol, sujetos a los rigores del tiempo y los avatares de la fortuna, dirigencias brillantes o nefastas, jugadores emblema o insoportables vedettes, y a los cambios de humor de aficiones cuya fidelidad suele flaquear en tiempos de vacas flacas, cuando hasta los más apegados dejan de sentir los antiguos ardores por su equipo. Si siempre fue así, que esperar de esta época en que los colores del uniforme son más cuestión de moda y cálculo mercantil que de tradición, y sobreabundan –sobreviven– directores técnicos emergentes y futbolistas más atentos a enterarse de cuál será su siguiente “club”, y más obedientes a los designios de sus agentes que a las instrucciones del entrenador. Por lo pronto, dos históricos del futbol mexicano han descendido de categoría el mismo día –el 13, a mayor gloria de los supersticiosos–, sin que al parecer eso provocara especial pesadumbre en sus menguados seguidores.

Trelles, Cañedo y el Zacatepec. Es hasta cierto punto comprensible que sean ya muy pocos los aficionados capaces de relacionar este nombre con la oncena más ganadora de los años 50 del siglo pasado, por encima inclusive del Guadalajara, cuya leyenda comenzaba. En apenas un lustro de oro, los cañeros ganaron dos veces la liga de Primera División (1954–55 y 57–58), otras dos la Copa (56–57 y 58–59) y obtuvieron, en 1957–58, el título de Campeón de Campeones. Eran tiempos de auge económico para el principal ingenio azucarero del país y su club de futbol, comandado nada menos que por Guillermo Cañedo, se dio el lujo de llevar como entrenador al entonces incipiente y hoy legendario Ignacio Trelles. Ambos terminarían emigrando al América, que acababa de adquirir Emilio Azcárraga Vidaurreta para iniciar lo que con el tiempo se convertiría en el negocio futbolero más lucrativo del orbe: Trelles no hizo huesos viejos en Coapa, pero Cañedo llegaría a alto ejecutivo tanto de Televisa como de la FIFA, autor, entre otras cosas, de la idea de organizar en México una Copa del Mundo –a la larga fueron dos–, con la construcción del Estadio Azteca como argumento irrebatible. Puede afirmarse que, con Cañedo al frente, el futbol mexicano se desarrolló razonablemente bien, salvo por el favoritismo de que disfrutaba su América.

Pasada su etapa gloriosa, el Zacatepec se comportó como un péndulo decreciente. Pero entre los títulos de los años 50 y su caída a Tercera División de la semana pasada –la llaman Segunda, en uno más de los cursis eufemismos que la Femexfut estila y destila–, se dio tiempo para convertirse en el sube y baja más conspicuo de nuestro futbol. Nada menos que cinco descensos a Segunda registró entre 1961–62 –cuando un plantel envejecido y desasistido sufrió la primera caída– y el 19 de mayo de 1985, fecha de su adiós definitivo a la Primera División, derrotado por el Necaxa en medio de descomunal bronca desatada por la porra azucarera en su minúsculo estadio, un parquecito con árboles aledaños que en las grandes ocasiones se poblaban de espectadores furtivos, y cuyo nombre oficial recordaba al mayor orgullo local de los años 50, un joven y habilidoso extremo, que fue campeón antes de su prematuro fallecimiento; se llamaba Agustín Díaz y era mejor conocido como “el Coruco”.

Por el Zacatepec grande pasaron un día jugadores como Raúl Cárdenas, José Antonio Roca, Mario Pérez, “el Picao” Arnauda, “Chapela” Cuburu y los argentinos Nelson Festa –arquero–, Carlos Lara –“el Charro”, campeón de goleo más de una vez– y “el Chueco” Ernesto Candia, puntero por izquierda.

Penoso peregrinaje. Si el último descenso del Zacatepec apenas hizo ruido, el del Atlante se daba por descontado, y su derrota en Torreón solo firmó el certificado de defunción. Fundado en 1916 por habituales de los llanos de La Condesa, no tardó en convertirse en favorito de las clases proletarias del DF, donde la mayoría de los clubes fundacionales procedían bien de colonias de inmigrantes extranjeros, bien de colegios y vecindarios de gente acomodada. “Peluche” Ramos, el legendario “Trompo” Carreño –autor del primer gol de México en mundiales–, “El Moco” Hilario López y su hermano Juan, “Nicho” Mejía o “El Caballo” Mendoza denotan, desde los pintorescos apodos, su inequívoca filiación barrial. Era un equipo bravío pero corto de recursos, por eso sus victorias, nunca abundantes, tuvieron un sabor muy especial.

Éstas aparecen divididas por las dos épocas de nuestro futbol: en la llamada amateur, los Prietitos lograron ganar dos ligas (1931–32 y 40–41) y una Copa que ese mismo año les dio acceso al título de Campeón de Campeones. En la era profesional (1943–44 en adelante), se coronaría dos veces en la liga (1946–47 y 92–93), otra en la liguilla del Apertura 2007, dos en la Copa (50–51 y 51–52) y en 51–52 fue Campeón de Campeones. Posteriormente, el Atlante se consagraría como una especie de montaña rusa con salida en el DF, con escala –y puntuales descensos– en Querétaro y Cancún, donde los añosos Potros de Hierro derivaron en Caballito de Mar hasta desaparecer de la superficie, aunque Juan Antonio García, el desaprensivo propietario, esté moviendo cielo y tierra con tal de evitar el cuarto descenso de su historia, que ahora busca lejos de las canchas, escenario de la triste mediocridad azulgrana.

Situación comprometida. En la Libertadores, mientras tanto, nuestros dos representativos enfrentan un futuro brumoso. Sobre todo el León, incapaz de batir en su propia cueva al Bolívar (2–2), y que tendrá que ir a Bolivia sabiendo que sólo le vale ganar, pues para prosperar empatando, la nueva igualada tendría que ser a tres o más goles.

Mejor perspectiva parece tener el Santos. Relativamente, pues el gol de último minuto admitido en jugada tipo carambola el mismo miércoles, en Buenos Aires, pone en ventaja para el Lanús (2–1), que en Torreón buscará por lo menos hacer tablas, a sabiendas que a los Guerreros de Pedro Caixinha les bastaría el 1–0 para eliminarlos. Pero también que, de conseguir anotar ellos, la situación del once mexicano se tornaría harto comprometida, a despecho de una aparente superioridad futbolística, desaprovechada, por falta de audacia, en el encuentro de ida.

El Madrid, rey de Copa. La clásica cita ocurrió esta vez en Valencia y la solventó el Real Madrid, asestando al Barcelona un golpe de tal manera severo que podríamos estar a las puertas de una auténtica revuelta en el feudo azulgrana, azotado desde todos los frentes incluida la FIFA, que castigó con un año de suspensión de compra–venta de jugadores la sistemática violación de una cláusula que prohíbe el tráfico de menores de edad procedentes de otros clubes o países. Aunque la institución apeló ante el organismo mundial, de confirmarse la penalización quedarían atados de pies y manos en asuntos tan delicados como la urgente contratación de, por lo menos, un portero y un defensa central a la altura de su alcurnia y pretensiones. En Mestalla, ambas carencias quedaron expuestas al desnudo por el implacable contragolpe del Madrid.

La victoria blanca fue justa y debió llegar antes de la fantástica galopada de Gareth Bale, coronada con el gol ganador a falta de cinco minutos. Aún hubo tiempo para que Neymar, completamente solo, rematara al poste izquierdo de Casillas, pero antes, Benzemá había disparado también al palo, Bale errado dos tiros por muy poco, y Pinto salvado par de manos a mano sin saber muy bien cómo. Mientras tanto, el Barça intentó tejer su juego. Tuvo el balón, pero sólo para moverlo con tal lentitud y ausencia de explosividad que al Madrid le bastó con cerrar espacios y esperar la ocasión para el contragolpe vertiginoso para ser mucho más incisivo que su lánguido adversario.

Ni qué decir tiene que la conquista de la Copa del Rey supone una inyección de optimismo para un equipo que sigue aspirando a tres títulos, considerando la liga española y la de Campeones.

Del ausentismo al autismo. Hablamos, naturalmente, de Lionel Messi y su preocupante situación. No aparece, no se muestra, no explota, no remata, no juega ¿Qué fue del mejor  jugador del orbe? ¿Dónde está Martino para averiguarlo, motivarlo, sacudirle la modorra? ¿Sirve de algo mantenerlo intocado y en su nicho? Sin Messi, el Barça se vuelve un carrusel de feria, y la monotonía de su tiquitaca carece de inspiración, dirección y sentido. Que Bartra, un central, empatara cabeceando un córner (67’) es de lo más atípico, tratándose del Barcelona. Hacía una hora que el Madrid navegaba con ventaja (10’: Di María, haciendo un nudo de Mascherano para cruzarle el tiro raso a un Pinto lento de reflejos). Y fue un milagro que no haya ganado por una diferencia mayor.

Galeses. País de Gales, esa meseta minúscula e inhóspita que se recuesta sobre el oeste de Inglaterra, acaba de colocar por primera vez en la Premier dos representativos –Swansea y Cardiff. Nunca fue muy pródiga en futbolistas, pero los que llegaron a destacar lo hicieron en grande. Una lista de celebridades tendría que incluir a John Charles –brilló en la Juventus por la década del 50–, Ian Rush –otro goleador de prosapia y nombre sagrado para Anfield y el Liverpool–, y desde luego Ryan Giggs, una de las mayores glorias del ManU de Ferguson, donde ha superado todas las marcas de permanencia al nivel más alto, como exquisito extremo zurdo y más tarde en labores organizativas a medio campo. Y como al parecer, cada vez que un galés célebre declina otro toma su lugar, ahí está Gareth Bale, que no sólo rompió el mercado con la millonada que el Real Madrid pagó por él, sino encarna, rasgo por rasgo, al idóneo jugador del futuro, muy bien dotado técnicamente pero, sobre todo, de potencia física arrolladora, como bien demuestra su impresionante carrera de 70 metros por la banda izquierda antes de ingresar en el área para tragarse a Pinto y al Barça de un solo bocado, o la violencia de sus reiterados remates desde cualquier ángulo que, cuando van bien dirigidos, son promesa inminente de gol y amenaza permanente de daño físico para cualquier arquero que se interponga.

¿Y entonces Neymar? Si Bale anticipa el porvenir, Nymar Jr. es casi un vestigio del pasado. De aquel futbol romántico de toque, finta y gambeta, pisada, amago y salida inesperada, de caños de ida y vuelta y exuberantes colas de vaca, genialidades que requieren imaginación, espacio y tiempo para sustanciarse. Dos bienes, el espacio y el tiempo, cada día más escasos en este balompié fanático de la productividad y el gimnasio, lo cual puede explicar –entre otras razones– el opaco desempeño del garoto con la elástica del Barcelona.

No digo que él y el tipo de futbol que representa estén inexorablemente destinados al destierro –allí están Iniesta y el mismo Messi para desmentirlo– pero sí que, si han de sobrevivir, tendrán que remar duro y a contracorriente. Por lo pronto, el mortecino Barça lo vive en carne propia.

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