La liturgia católica es bastante difícil de definir, pero se podría resumir como todas las formas bajo las cuales se le rinde culto a dios. Así, la Semana Santa es el tiempo que comienza en el domingo de ramos, que conmemora la entrada de Jesús de Nazaret a Jerusalén, quien aclamado por una multitud se prepararía para su “pasión, muerte y resurrección”, dando fin precisamente a los siete días de haber iniciado.
Las fechas más importantes están formadas por el “triduo pascual” que constituyen el viernes santo (día de la crucifixión), sábado santo (su sepultura y por lo tanto, de luto en la iglesia católica) y domingo de resurrección (cuando desaparece de su tumba por haber resucitado).
El cálculo de estos tiempos toma en cuenta el día viernes inmediatamente posterior a la primera luna llena de primavera en el hemisferio norte. Esta condición puede generarse en una etapa tan temprana como el día 21 de marzo o tan tarde como el 23 de abril. La variación, sin embargo, prácticamente no es tomada en cuenta por todos quienes, lejos de toda religiosidad, imaginamos esta semana como un periodo anhelado vacacional, lo que a su vez nos lleva a condiciones a veces ridículas, incomprensibles, absurdas e irracionales.
Ignoro por qué si la duración desde el punto de vista eclesiástico es de 7 días, el periodo de asueto se extiende por dos semanas. Aunque este tiempo se me hace insuficiente para descansar, quienes no salimos a vacacionar permanecemos en la ciudad un poco menos agobiados por el tráfico, menos gente en las calles, mayores posibilidades de reconocer el entorno urbano y hasta levantarnos tarde sin otra preocupación más allá de lo que vamos a comer o tomar.
Pero en mi caso personal, al margen de considerar que salir de vacaciones implica un incremento de riesgo de sufrir un accidente, gastar de más, enfrentar un hacinamiento o amontonamiento de gente en cualquier sitio turístico y un agotamiento físico por la dificultad que implica estar fuera de casa, las probabilidades de enfermar son significativamente mayores, sobre todo cuando se va a un lugar con agua, sea balneario o playa.
La Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris) y la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) llevan a cabo estudios ambientales para determinar en qué medida nadar en playas puede ser nocivo para la salud. Es obvio que si estos estudios se llevan a cabo antes de que los turistas lleguen a sus objetivos, los niveles de contaminación serán mínimos.
Una forma de medición del grado de suciedad que hay en el agua lo constituye contabilizar bacterias que se encuentran concentradas por cada 100 mililitros (es decir, una décima parte de un litro). Para lograr una buena medición se consideran como determinantes los enterococos, es decir, las bacterias que se encuentran habitando nuestro intestino y que son expulsadas a través de la defecación.
Habrá quienes no se escandalicen por comer excremento. Si existen menos de 200 bacterias por cada 100 mililitros de agua se considera que el riesgo de enfermar es bajo; sin embargo, no dejan de ser microbios que están en nuestras heces, de modo que un clavado en una playa que tenga 10, 50, 100 o hasta 200 nos hace ver que estamos rodeados de deposiciones intestinales de todas las nacionalidades (condición nada romántica para cualquier visitante del mar).
Pero entonces entran en juego una serie de condicionantes que nos ponen a pensar seriamente en la derrama económica cuando se habla de turismo. Poseemos lugares verdaderamente paradisiacos, pero también altamente contaminados. No han sido raros los casos en los que si la Cofepris o la Semarnat marcan un lugar con contaminación elevada, es decir con más de 200 bacterias por cada 100 mililitros de agua, pues se le cambia de nombre a la playa y listo, deja de aparecer milagrosamente como un destino de alto riesgo para enfermar.
Por otro lado, las enterobacterias no solamente afectan nuestro intestino, pueden causar infecciones de vías urinarias, enfermedades respiratorias, problemas cutáneos y complicaciones sistémicas. En orden de frecuencia y cualitativamente hablando el género Escherichia puede dar infecciones en el sistema nervioso central; Klebsiella, Enterobacter, Escherichia se asocian a neumonías; Escherichia, Klebsiella y Enterobacter llegan hasta el torrente sanguíneo; Salmonella, Shigella, Escherichia y Yersinia producen enfermedad intestinal para culminar con Escherichia, Proteus, Klebsiella, Morganella, que infectan las vías urinarias.
Si le agregamos a lo anterior las altas tasas de resistencia que pueden generar estos microbios, no es difícil valorar que ir a la playa en estos tiempos de Semana Santa constituye un grave problema de salud pública.
Por último, siempre me he preguntado a dónde arrojan sus desechos orgánicos los hoteles y restaurantes que se encuentran ubicados cerca del mar, y la respuesta es tan obvia que me da comezón imaginar lo que sucede.
Por esta razón, quienes decidimos año con año quedarnos en las ciudades creo que no tomamos una mala decisión. La sola idea de permanecer, aunque sea un tiempo mínimo, en un lugar lleno de excremento, además de parecerme francamente desagradable, me hace preferir un encierro vacacional para escribir, esto que pocos vacacionistas, en un asueto introspectivo, seguramente leerán.