Jueves, marzo 28, 2024

Ruanda

Este mes se cumplen 20 años del genocidio en Ruanda, país africano lastimado totalmente por conflictos denominados “tribales”, pero que en el trasfondo lleva elementos raciales y políticos. África, continente históricamente vulnerado por conflictos diversos, por conquistas, esclavitud y abuso, ve en los nefandos acontecimientos de 1994 en Ruanda uno de sus capítulos más amargos. Cerca de 800 mil personas asesinadas en 100 días, el genocidio más veloz de la historia de la humanidad, cruel estadística que definitivamente produce vergüenza a los habitantes de ese país, lo mismo que a las autoridades de la ONU que no previeron lo que se avecinaba. Pareciera justo el reclamo a la organización por parte de diversos países, de poblaciones enteras diezmadas por la guerra, el genocidio, el hambre; la ONU ha permanecido impávida ante numerosos acontecimientos, quizá porque no tiene poder a partir de su acotada legislación, pero en muchos casos, pareciera que ni siquiera ha querido intervenir. El mismo Ban Ki–moon reconoce que “Debimos hacer más, los cascos azules fueron retirados de Ruanda en el momento en que más se les necesitaba”, según recoge Miguel Mora, enviado especial en París para el diario español El País. De hecho, en los discursos de conmemoración –sigue Mora–, Paul Kagame, el presidente ruandés, hace duras acusaciones contra Francia y Bélgica. “Las potencias occidentales querrían que Ruanda sea un país normal. Pero es imposible. Vean el caso de Francia. 20 años después, el único reproche que admite es que no hizo lo suficiente para evitar el genocidio. Es un hecho, pero esconde lo esencial: el papel directo de Bélgica y Francia en la preparación política del genocidio, y la participación de esta última en su ejecución. Pregunten a los supervivientes de la masacre de Bisesero en junio de 1994, y les dirán lo que hicieron los soldados franceses de la Operación Turquesa. Cómplices seguro; en Bisesero y en la llamada zona humanitaria segura. Pero también actores”. En efecto, con mayor o menor participación, la presencia europea –y estadounidense más recientemente– ha sido determinante en la vida de estos pueblos.

Michel Adam en su texto Golpes de Estado, guerras de sobrevivencia, guerras de depredación. Algunos casos de guerras africanas contemporáneas (1991–1999), presente en el libro Identidades en juego, identidades en guerra (2005) editado por el INAH y el CIESAS, da cuenta de las posibles razones que han motivado que la región viva en un permanente conflicto. Adam afirma que según testimonios de los primeros viajeros a la región central africana, las guerras duraban relativamente poco tiempo y en la medida de los posible, se dejaban fuera del conflicto a madres e hijos. Sin embargo, “para hallar un punto común entre las múltiples situaciones de beligerancia –razona Adam– es preciso recurrir a la historia reciente, que es la única capaz de aportar un primer esbozo de explicación. Radicalmente trastocadas en unas cuantas décadas por la empresa colonial (coyuntura que no tiene equivalente en ningún otro sitio del planeta), las sociedades africanas fueron dotadas de formas estatales de gobierno que ejercen de manera no democrática su autoridad sobre grupos patriarcales (con fundamentos étnicos o gentilicios) que tienen que competir para tener el acceso al poder”. De acuerdo a esta versión, se sumarían a la disputa una serie de políticas de segregación y racismo introducidas por los europeos, que no hicieron otra cosa que acentuar las posibles diferencias que existían en la región, aspecto que retomaré en otra entrega de esta columna. Por otro lado, las alianzas políticas generadas por belgas, alemanes y británicos en la región propiciaron estratificaciones entre los habitantes de la zona que trajeron como consecuencia odios acendrados interétnicos; si a ello le sumamos que en su mayoría los dueños del capital en los países africanos son los gobiernos mismos que además acaparan y distribuyen a su antojo la ayuda internacional, se generan cacicazgos difíciles de controlar.

Para los tutsis, etnia que se vio particularmente perjudicada por el genocidio antes mencionado a manos de los hutus –cerca de 700 mil murieron y muchas mujeres fueron violadas y sistemáticamente contagiadas con el virus del VIH– y a la que pertenece el actual gobierno, los franceses y los belgas tuvieron un papel preponderante tanto en la represión del Frente Patriótico Ruandés –liderado por el mismo Kagame– que pretendía derrocar al gobierno hutu, aliado de esos países europeos. Adam arroja datos aterradores: “instalada desde entonces –1962– en el corazón mismo del país, la guerra civil crónica causó cada vez más víctimas tal como lo demuestra una síntesis aterradora: 10 mil muertos en 1964; 40 mil en 1973; quizá 100 mil en 1991; al menos 700 mil en 1994, repartidos entre tutsis y hutus liberales”. Kagame, envuelto en sospechas de haber perpetrado genocidios por su parte, empero, representa hoy la voz que lleva el sentir de muchos africanos: una denuncia clara ante la injerencia internacional en esos territorios ricos en materias primas, piedras y maderas preciosas. Como colofón, el apilamiento de víctimas de genocidio en todo el siglo XX y parte del XXI sigue creciendo: Ruanda, Guatemala, Nicaragua, El Salvador, Chile, Argentina, Vietnam, Camboya, Bosnia–Herzegovina, Siria, Libia, el Kurdistán…

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