Jueves, abril 25, 2024

Se afianzó una generación renacentista

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Hace tres años, cuando despuntaba la segunda década del siglo, la pequeña historia de la temporada de corridas 2010–2011 podía sintetizarse en el encabezado que este columnista utilizó: Insultante superioridad foránea (La Jornada de Oriente, 15 de marzo de 2011). El balance de aquellas 20 corridas en la plaza México había arrojado números incontestables en favor de los espadas extranjeros: 20 orejas y un rabo contra apenas 14 apéndices a los nuestros, sin contar que los locales tuvieron 33 oportunidades más, al estoquear 85 toros contra sólo 52. Desde el punto de vista de la torería nacional, un panorama francamente desolador.

Marrajo a contraestilo para nuestra tauromaquia, el siglo XXI fue acumulando en sus primeros años una suma de inconvenientes que hacía recordar las bíblicas plagas de Egipto: crisis de público, crisis de figuras, crisis de ganado, crisis de medios, empecinamiento y ceguera empresariales, dependencia total de nombres, valores y pseudovalores extranjeros. Y, para colmo, la orquestada embestida globalizadora contra la tauromaquia. Algo así como el apocalipsis, en versión no de bolsillo sino de espuerta torera. Para colmo, cuando ese mismo año Madrid abrió la cartelería de San Isidro a varios diestros mexicanos, solamente logró sacar la cabeza Sergio Flores, a quien la presidencia de Las Ventas negó arbitrariamente un apéndice solicitado por la plaza entera –del novillo “Farolero”, de Montealto–. Por lo demás, ni Diego Silveti tuvo suerte con los utreros de El Ventorrillo, ni Joselito Adame, al confirmar, consiguió otra cosa que palmas en reconocimiento a su entrega, ni Arturo Saldívar, a quien Morante cedió muleta y espada el día del santo madrileño, manejó con acierto ésta última cuando quizá estaba en condiciones de cobrar algún apéndice; le valió para tomar una sustitución, malograda por el flojo encierro de Las Ramblas. Total, entre todos los paisanos no dieron una sola vuelta al ruedo. Y a Nacho Garibay, un pablorromero de 672 kilos lo mandó al hule con el muslo perforado. La imagen de nuestra tauromaquia continuó donde estaba, o más borrosa si cabe.

 

Viraje mexicanista. Nadie lo hubiera imaginado, pero estábamos a las puertas de una especie de renacimiento para la torería azteca. Por lo pronto, la estadística de la campaña siguiente en la México ofrecía un vuelco espectacular, con mejores entradas y triunfos mexicanos a pasto –30 orejas y tres rabos, cobrados respectivamente por Saldívar, Silveti y Spínola–. Ímpetu que, si las cifras no mienten, los espadas nacionales habrían de confirmar en la temporada 2012–2013. Con 23 apéndices auriculares sumados en la México, ese mismo año la torería azteca consumaría, por fin, de la reconquista de Madrid, con un incontestable Joselito Adame a la cabeza. Por algo, Juan Antonio de Labra le ha denominado Capitán general de una más que prometedora camada de diestros nacionales. Los mismos que, con pocas excepciones, plantaron su bandera con toda firmeza en la recién concluida temporada grande.

 

La generación renacentista. La pléyade de jóvenes matadores que están sacudiendo a la dormida afición del país comprende de Fermín Rivera (alternativa el 06.11.2005, en la México) a Sergio Flores (doctorado en Bayona, Francia, el 02.09.12). Básicamente la integran diez matadores jóvenes, cuya presencia ha animado extraordinariamente las dos últimas campañas capitalinas.

Lo que sigue es un somero repaso a sus actuaciones en la temporada capitalina recién finiquitada.

 

El arte pide permiso. Precisamente Fermín Rivera, último eslabón de la dinastía potosina fundada por su abuelo, que además del nombre le heredó la torería, fue quien menos suerte tuvo este invierno. Pero, para el aficionado, no sufrió mengua su cartel, acreditado desde el año anterior con dos señalados triunfos y la enorme faena a “Gavioto” de San Mateo (06.01.2013). Torero de corte clásico, Fermín hace el toreo más severo y puro de esta generación. Y tendrían que darle más toros, en la república y en España, donde aún no se presenta, siendo, con José Mauricio, de los pocos enteramente formados en el país. Por lo pronto, mantuvo el tono en sus dos participaciones, marcadas por cuatro post toros de lidia.

José Mauricio tampoco ha toreado fuera de nuestras fronteras, pero representa la opción más profundamente tocada por el arte entre los diez jóvenes de referencia. Alternativado, como Fermín, en la propia Plaza México (04.12.05), ha tardado lo suyo en despegar, pese a sus óptimas condiciones. Nunca le han fallado el valor ni el estilo, pero le cuesta estructurar faenas que vayan a más en vez de decaer, como a menudo le pasa. Tendría que dar mayor desahogo y despaciosidad a su versificación muleteril, a la que no vendría mal mayor flexibilidad corporal, pues su toreo vertical y quieto resulta un tanto frío –algo almidonado, hierático, tieso– para el grueso del público. Tandas menos amontonadas y pases algo más largos y redondeados le permitirían superar estos inconvenientes. En cambio, su toreo por la cara emana gallardía y un sabor añejo incomparable. Y posee el capote de trazos más finos y armoniosos de su generación. Como varios de sus colegas, tiene problemas con la espada, lógicos en quien torea muy de vez en cuando.

Este invierno le vimos inaugurar la temporada sin demasiada fortuna con los de Barralva –el primero francamente potable–: pero en su segunda actuación bordó de capa y forzó la máquina en el tercio final con el castaño “Costurero”, de La Soledad, al que cortó merecida oreja.

 

No sólo valor. Dos toreros que han construido sus respectivas carreras bajo el signo de una férrea disposición al estoicismo, el hidrocálido Arturo Macías y el queretano Octavio García El Payo, llegaban algo tocados a la temporada. Pero ambos se sobrepusieron y mejoraron su cartel.

Macías, todo quietud y sonrisas, volvió a ser el que solía con “Tito”, el único que embistió de un desabrido sexteto de La Punta (12.01.14) y le cortó las orejas. Lo repitieron hasta la corrida final y a punto estuvo de asegundar, pero esta vez lo traicionó la espada.

El Payo anduvo desigual con un animal que pasó de muy noble a rajado (“Fina Estampa”, de Fernando de la Mora), por lo que su muleteo, que llegó a levantar clamores, decayó hacia el final. No conforme con la oreja conseguida, obsequió otro del mismo hierro, resultó “Fuego Viejo” el toro d ela tarde y Octavio se entregó por completo con él, conquistando par de apéndices y la salida en hombros al lado de Joselito Adame, que, no hay ni que decirlo, se había presentado en la temporada con una actuación arrolladora (10.11.13). Volvió el 5 de febrero y se encontró, con el sustituto del sexto, a un bicho perlino de capa y de nobleza ducal: iba camino de un nuevo triunfo, pero lo estropeó con la espada. Como Arturo Macías, puede decirse que su cartel se revaloró.

 

Dos hidrocálidos de mucho peso. Juan Pablo Sánchez y Arturo Saldívar destacaron a partir de tauromaquias muy distintas. La de Saldívar está basada en una quietud rayana en el estoicismo, y además de comportar una emoción dramática de primer orden, el trazo largo y ajustado de su toreo es propio de un auténtico mandón. Lo será en cuanto adquiera regularidad como estoqueador. Esta vez, su balance, en tres tardes, se redujo a dos orejas que saben a poco (“Don Pato” de Barralva en la inauguración y “Enamorado” de La Joya el 19 de enero).

También a Juan Pablo lo traicionaría su estoque, para decepción de un público entregado al sedoso temple de los lentísimos derechazos que, en caudalosas series, prodigó con el débil pero muy noble “Costurero”, de Bernaldo de Quirós (09.02.14). Le hicieron dar dos vueltas al ruedo pese a pinchar. Y con ello, en su tercera aparición de la campaña, se ha colocado definitivamente entre los preferidos del público capitalino, luego de estrellarse en anémicos bureles de Marrón y La Joya.

 

Y Joselito Adame… Ocho orejas en cuatro apariciones –en realidad en tres, pues el 5 de febrero fue nefasto para todos–, dos de las faenas y estocadas cumbres de la temporada –con el fiero “Farolero” de Barralva (01.12.14) y el noble “Atrevido” de Montecristo, al que mató recibiendo (26.01.14)–, profusión de lances y quites de gran ajuste y colorido –incluido, con “Atrevido”, el quite de oro de Pepe Ortiz–y una actitud no igualada por ninguno otro torero, incluidos nacionales y foráneos, dan razones y motivos de sobra a la entrega, también sin reservas, de un público que ha percibido en el pequeño diestro de Aguascalientes el aliento de las figuras de época, que es lo que Joselito Adame puede llegar a ser, de continuar sobre la ruta que se ha trazado.

Fue, sin discusión, el suceso grande de ésta y muchas temporadas.

 

Preocupante retroceso. Por ahora, así puede juzgarse el paso de Diego Silveti por tres de los carteles estelares de la serie que acaba de concluir. En cada una de ellas le correspondió al menos un bicho de ideal condición –ideal bajo los discutibles parámetros actuales– y sus tres faenas conocieron parecido destino: buenas de inicio, clamorosas al alcanzar su pico más alto y a menos en su fase terminal, muy mal coronadas con el estoque. Con una nota más preocupante aún: tan propicios fueron el colorao “Farolero”, de Barralva (01.12.14) y el jabonero sucio “Cantaclaro” de La Joya –ambos de arrastre lento– que, hacia el final de ambas faenas, la gente tomó partido por los astados. Y ni las arrojadas bernadinas de Diego modificaron esa percepción. Creo que Diego debe meditar y analizar muy bien lo sucedido.

 

Esperanzas latentes. El más joven de todos –el tlaxcalteca Sergio Flores– y otro que ya no lo es tanto –Mario Aguilar– serían los que menos sacaron en claro de la campaña. No actuaron sino una vez, y lo logrado con la muleta lo borraron sus deficiencias con los aceros. Mario lleva ya tiempo apuntando sin acabar de disparar. A Sergio la empresa lo ha tratado con su acostumbrado desdén –incluso Joselito Adame y Arturo Saldívar lo han resentido en el pasado– y apenas le dio ocasión de confirmar (21.11.14). Y ni Xajay ni Carranco les ofrecieron bichos con reales posibilidades.

 

Retrospectiva. Por supuesto, la temporada 2013–2014 abundó en sucesos esperanzadores y no pocas veces triunfales, por cuenta de diestros con mayor experiencia y años de alternativa que los de la generación renacentista. De ello y de ellos se ocupará nuestra próxima Tauromaquia.

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