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No puedes ser tan directa”, le dijo Lucía a Juanita, quien confesó que le gustaba el carnicero: “Es guapo el hombre. Maduro. Siempre llega bien acicalado, muy limpio. Sus uñas, sus manos… llega bien vestido y arreglado. Con sombrero y chaleco de cuero. ¡No puedes creer que trabaje con carne. Ni se ensucia al cortarla!” dijo Juanita muy entusiasmada y soñadora.
Su amiga rio de buena gana y Juanita continuó en su monólogo quimérico: “¡Con un hombre así sería feliz! Pero no sé cómo iniciar la plática. Es muy penoso. Sólo sonríe cuando le digo cualquier cosa. Y las únicas palabras que se le escuchan son: qué le damos. Y trae a sus achichintles bien movidos, y cuando quiero sacarles plática a ellos no se dejan… los chamacos no se prestan para hablar con ellos”.
–¿Es casado? –preguntó Lucía.
–No sé –respondió Juanita.
–Habría que investigar –continúo Lucía.
–Sí, pero cómo le pregunto. Ni modo que le pregunte si es casado.
Y ahí fue cuando Lucía le dijo que no podía ser tan directa.
–¿Entonces cómo supones que pueda saber, si no me llevo con ninguno de sus chalanes?
–Pues no sé, hay que pensar… ¿usa anillo de casado?
–No. Se lo he buscado y no. A no ser que se lo quite para cortar la carne. Pero me ha tocado llegar cuando recién abre la carnicería y no. No veo que se quite nada. De todas maneras cuando te quitas un anillo que has llevado por mucho tiempo, pues se ve blanco en ese lugar. Y no se ve nada.
–A lo mejor es gay –dijo Lucía.
–No lo creo, en un pueblo tan chico, se sabría luegoluego.
–Ya sé –gritó emocionada Lucía. La próxima vez que vayas a traer tu carne, ya que te esté atendiendo, dile: Qué bonito le planchan sus camisas. –¡Eres una pendeja!
–¿Por qué? Ahí debe decirte, a fuerzas, si se las plancha él o su esposa.