La hepatitis es la inflamación de la glándula más grande del organismo: el hígado. Muchas son las causas de este problema y aunque en su origen se pueden contar substancias ingeridas como el alcohol, medicamentos y drogas; con mucho, lo más frecuente es la inflamación generada a través de infecciones. Si bien podemos considerar a cuatro agentes biológicos como los productores de enfermedad hepática (bacterias, parásitos, hongos y virus), definitivamente son las infecciones virales las que, por su mayor frecuencia, deben ser tomadas en cuenta detenidamente. Aunque virus como Citomegalovirus (CMV), virus Epstein Barr (EBV), virus de la fiebre amarilla, virus del herpes simple, virus de la rubéola y hasta enterovirus pueden ocasionar inflamación hepática, existen virus clasificados dentro de una estirpe extraordinariamente pequeña y compleja a los que se le han denominado genéricamente como picornavirus.
En este grupo se han llamado, siguiendo el orden de las letras del alfabeto, como virus de la hepatitis humana A y B. A finales de la década de 1980 se identificó el agente etiológico de la hepatitis C. Éste es un virus distinto, perteneciente a la progenie de la familia flaviviridae.
En la transmisión de esta variedad de hepatitis infecciosa se ha relacionado el contacto con sangre contaminada en un 70 a 80 por ciento de los casos y una baja proporción por contacto sexual. Así la transfusión sanguínea y el contacto con agujas contaminadas son las vías más frecuentes de contagio. La hepatitis C evoluciona a una infección crónica en cerca de 50 por ciento de los casos, con el desarrollo de hepatitis crónica activa (inflamación por periodos prolongados) que puede progresar a cirrosis hepática y, de acuerdo con algunos autores, también una alta posibilidad de evolucionar a cáncer.
Este virus puede reproducirse a una velocidad impresionante (un billón de nuevos virus por día) y tiene una alta tasa de mutación, por lo que no es reconocido fácilmente por nuestro sistema inmunológico.
En 1977, un investigador italiano llamado Mario Rizzetto informó sobre un nuevo agente de hepatitis viral, al cual denominaron “virus de la hepatitis D”. Este es un virus que podría considerarse “defectuoso”, ya que para su replicación requiere unirse a antígenos del virus de la hepatitis B. Por eso se supone como un elemento dependiente de una infección anterior o concomitante con este virus. Por último, ya han sido descritos otros virus al que se les ha llamado E y G.
Nos encontramos en plena temporada de hepatitis A (otoño e invierno), por lo que considero oportuno hacer varias consideraciones.
Muchos casos comienzan con pérdida de apetito, náuseas, incomodidad, vómitos y fiebre. Los fumadores pueden llegar a sentir asco al tabaco. A veces hay dolores en las articulaciones. Al cabo de tres a 10 días la orina se vuelve oscura (coluria); el excremento palidece (acolia) y aparece la ictericia (coloración amarilla de la piel). En una o dos semanas la ictericia llega a su punto más alto y tarda en desaparecer entre dos y cuatro semanas más, periodo que dura la recuperación.
La transmisión de la hepatitis A es esencialmente fecal oral; es decir, por la ingestión de alimentos y agua contaminadas de material excrementicio. Esto nos permite entender que las zonas más afectadas se caracterizan por tener bajo nivel sanitario, carecer de red de drenaje y de agua potable. La población tiene contacto con el virus a edades muy tempranas. Por este motivo, la mayoría de los niños no presentan los signos y síntomas de la enfermedad y desarrollan anticuerpos que les confieren protección por el resto de sus vidas.
Por el contrario, en las zonas con un alto nivel sanitario, la población prácticamente no tiene contacto con el virus y en consecuencia, aun en la edad adulta, la mayor parte de las personas permanecen susceptibles de contraer la infección. Por este motivo, en estas áreas, la hepatitis A ocurre con más frecuencia en adolescentes y adultos.
Cabe destacar que cuanto mayor es la edad al contraer la infección mayor es la gravedad de la hepatitis. Cuando el virus, por algún motivo, se introduce en estas comunidades, suelen ocurrir epidemias.
En la actualidad ya se cuenta con vacunas inyectables. La vacuna de Hepatitis A puede aplicarse en niños a partir de un año de edad y en adultos susceptibles. No hay tratamiento específico; sin embargo, por la benignidad de la enfermedad en la infancia se debe dirigir la atención a vigilar las condiciones generales del individuo y definitivamente no administrar medicamentos (que en muchas ocasiones se metabolizan precisamente en el hígado).
Hay qué brindar alimentos con muy bajo contenido en grasa, incrementando indiscutiblemente la cantidad de agua tomada a lo largo del día. Absurdamente, incluso entre médicos, se recomienda la ingestión excesiva de dulces y caramelos. Esta ilógica indicación gira alrededor del concepto de que el hígado, al almacenar una sustancia denominada glucógeno (que es un regulador de la glucosa) se encuentra afectado. De ninguna manera, existen evidencias científicas de que esta medida modifique el curso natural de la hepatitis.
Por último, se debe entender que la higiene estricta es la mejor estrategia para evitar el contagio; pero como hablamos de una enfermedad de inoculación por el consumo de alimentos y bebidas contaminadas, el aislamiento estricto del enfermo de ninguna manera está justificado, contrariamente a lo que, en el pasado se consideraba como una regla. Ahora se sabe que lo mejor es educar, simplemente, en lavar enérgica y concienzudamente las manos después de ir al baño y cuidar con esmero la higiene en los alimentos.