Es muy difícil encontrar los orígenes de la palabra “piojo”. Muy probablemente provenga del latín pediculus, que es una expresión en diminutivo de pes, pedis que significa pie; por lo tanto sería equivalente a un piecito, tal vez haciendo referencia a las características de las extremidades de estos insectos que con unas uñas muy particulares, condicionan que se aferren al pelo o a la ropa en una forma especialmente poderosa. Sin embargo, independientemente de la etimología de su nombre, los piojos siempre han tenido un papel determinante en la historia de la humanidad, pues desde hace mucho tiempo nos han acompañado.
La tercera plaga de Egipto, descrita en la biblia (Éxodo 8:16–19) aunque se considera de moscos, también ha sido traducida como de pulgas o piojos y de la cual los egipcios no pudieron deshacerse. Cuerpos momificados desde 5 mil años antes del presente, tenían estos parásitos en un estado de conservación literalmente perfecto. Tal vez esta sea la razón por la cual es común ver jeroglíficos egipcios con imágenes de sacerdotes afeitados.
Evidencias arqueológicas han demostrado también la presencia de piojos en América Latina, antes de la llegada de los españoles. Por eso estos insectos pueden considerarse de los más cosmopolitas y universales, con la consideración indudable de que jamás podrán ser exterminados. La frecuencia con la que nos afectan en todos los países de Latinoamérica no se conoce. De hecho, se considera un grave problema de salud pública a pesar del mejoramiento global en las prácticas higiénicas, independientemente de las clases sociales, niveles educativos o ámbitos urbanos.
Hablar de su biología es muy difícil, pues aunque son pequeños (más o menos del tamaño de una semilla de ajonjolí) tienen una anatomía complicada. Su ciclo biológico está representado por una transmisión directa de persona a persona, en la forma más simple que podamos imaginar; es decir por contacto directo aunque éste sea rápido, también por compartir prendas, ropa de cama o utensilios con los que se acicala el pelo. Más frecuente en las niñas por la longitud del pelo, de todos modos la pueden padecer individuos de sexo masculino. Tal vez el factor de riesgo más importante para sufrir la parasitación gira en torno al gregarismo o alta concentración de individuos, por lo que es más frecuente en escuelas, internados, albergues o reclusorios.
En invierno y primavera se dan las tasas más altas de contagio, aunque es seguro que en cualquier momento a lo largo de todo el año, grandes grupos de individuos se encuentren con piojos independientemente del lugar. La mayoría de las veces, erróneamente las personas imaginan que este problema se genera por mala higiene y ante el temor de ser discriminados, se ocultan los casos, sobre todo en las escuelas, generando que la cadena de transmisión se mantenga constante y en un nivel estimado que es menor al real.
El nombre científico de este extraordinario insecto es Pediculus humanus, pues es exclusivo de nosotros. Como están cubiertos de una estructura muy fuerte por la presencia de quitina, proteína rígida de alta resistencia, son difíciles de eliminar, aunque existen medios bastante efectivos con los que se pueden atacar. Tienen tres fases en su periodo de vida llamados de “liendre” (huevo) “ninfa” y “adulto”. Al ser huevo, ninguna medida es efectiva excepto el quitarlos mecánica o manualmente, condición difícil por el potente adherente con que son inoculados en el pelo. Bajo el estado de ninfa o adulto hay infinidad de remedios caseros que van desde la utilización de vinagre caliente hasta la aplicación de mayonesa. Dentro de los tratamientos químicos, existen insecticidas como el malatión, lindano o unas resinas naturales denominadas piretrinas, que deben repetirse a los siete o 10 días por la incapacidad de eliminar y destruir a las liendres. Hablando de medicamentos, se ha utilizado el Trimetoprim–Sulfametoxazol, aunque un antiparasitario denominado Ivermectina es bastante eficaz, cuando se usa en dos fases con diferencia de una semana entre una y otra.
Por último, hay en la actualidad la opción de tratamiento con una sustancia llamada Dimeticona que es literalmente inofensiva para el humano, pues no se absorbe y no genera resistencia pues actúa “encapsulando” a los parásitos provocándoles asfixia. Ante estos pequeños seres vivos que son extraordinarios, no debemos preocuparnos pues va a ser imposible erradicarlos. A final de cuentas… ellos seguramente no se preocupan de nosotros ni de nuestras inútiles medidas para extinguirlos.