Martes, abril 23, 2024

El PAN siempre fue un partido palero: Salvador Borrego

Salvador Borrego  -  Foto Oriol Malló
Salvador Borrego Foto Oriol Malló

 

Se le conoce como el último revisionista mexicano. Salvador Borrego, autor de Derrota Mundial, defiende el legado del nazismo en libros y entrevistas, pero su cerrada apología de Hitler opaca a menudo el contexto histórico e ideológico de este ferviente negacionista. A sus 98 años ese veterano periodista de Excélsior y El sol de México nos ofrece en esta entrevista algunas pistas sobre su verdadera ideología: el hispanismo conservador, pensamiento político que al combinar la admiración por la Madre Patria y el fascismo español derivó en combate permanente contra el legado social de la Revolución Mexicana, desde la reforma agraria a la educación pública:

“Claro que fui partidario de la España de Franco. Y la España de Franco pues en cierta forma era prima de Hitler, porque Hitler le ayudó llevándolo en un puente aéreo de África a España y luego dándole la Legión Cóndor o mandándole armas, pilotos, etcétera. Por ahí yo también simpatizaba con el nacionalsocialismo”, dice.

–¿Y el franquismo también le interesó como proyecto político?

–Fui a España en 1951. Estuve en España una semana y luego en Alemania. En España conocí a Mauricio Carlavilla (Mauricio Karl, escritor español de panfletos anticomunistas y antimasónicos). Lo conocí por Traian Romanescu (escritor revisionista, autor de La gran conspiración judía), un rumano refugiado en España, porque en Madrid había una casa que parecía el arca de Noé. Allí había de todo: alemanes, rumanos, húngaros.

–¿Antes de llegar a Madrid ya tenía usted una agenda de contactos?

–Ya tenía comunicación con Romanescu, y por medio de él conocí a Carlavilla, que por cierto escribió un libro sobre los sodomitas y me lo regaló y dije “ah caray, usted no nada más escribe de la guerra sino que además hace sus cosas”. “No”, me dijo “es lo mismo”.

–¿Después de publicar Derrota Mundial en 1953 volvió a España?

–Se empezó a vender en España y luego volví tres veces en diferentes épocas. No conocí a mucha gente del régimen, porque el régimen propiamente había cambiado.

–Estaban los tecnócratas.

–Ya no era lo mismo.

–¿Conoció a gente de la Falange al menos?

–Pues fui a la Falange, pero vi que estaba en total decadencia. Había dos o tres escritorios vacíos. No iba gente ahí ni nada. Le hablo de finales de los sesenta. Todo había cambiado.

–¿A partir de sus libros conoció a más gente?

–Sí. Gentes (sic) como Joaquín Bochaca (escritor negacionista nacido en Barcelona). Bochaca ha hecho muy buenos libros. Yo lo conocí antes de que escribiera. Tiene La Historia de los vencidos.

–¿A cuáles vencidos se refiere?

–A los alemanes.

–¿Y no conoció a más gente?

–Luego se fue perdiendo la comunicación. Por carta se tardaban mucho en contestar.

–¿Y con la transición y la democracia siguió yendo?

–Ya no me simpatizó después de Franco. Incluso alguna gente que vino a México después me decían que la dictadura no era buena. Y ya mejor no traté con esta gente.

 

Hispanidad y reacción conservadora

 

–Si yo dijera que usted es un hispanista ¿estaría de acuerdo?

–Sí.

–¿Puede usted contar lo que supone ser hispanista?

–En mi juventud conocía la versión oficial de que España había venido por el oro, pero luego investigando veía yo que trajo un nuevo idioma, una religión, y que entonces el balance era favorable para España. El hispanismo es ver la Conquista positivamente. Porque trajeron un nuevo idioma, una nueva religión y cruzaron su sangre. Entonces nació un país mestizo pero en el que se llevan bien la sangre española y la india. Hay aleaciones que no se llevan bien en los metales. El oro se lleva bien con el cobre. La plata se lleva bien con el estaño. Y hay otras que no se llevan bien. Y la cruza de españoles con indígenas fue afortunada. Por eso Vasconcelos decía que la Independencia se había hecho antes de tiempo porque debía haber habido más mezcla entre las dos sangres.

–¿La Independencia fue lo peor que le pudo pasar a México?

–Pasó a ser dependiente de Estados Unidos. Cuando Iturbide hizo la Independencia inmediatamente le hirvió la sangre al presidente de tener en el sur un país católico. Y Monroe vio el blanco de la bandera y dijo que no iba a permitir que México fuera católico. Entonces empezó a meter el rito de York. Ya antes había entrado el rito escocés. Y entonces echaron a pelear a los dos y tumbaron a Iturbide.

–Pero el hispanismo va más allá, ¿no?

–Le hemos llamado la Madre Patria a España. Y la vemos con simpatía.

–Pero una madre es quien manda en casa. ¿No implica esto una sujeción?

–No. Eso fue la Independencia. Alcanzada la mayoría de edad, ya pasa uno a formar otra familia, pero sin desconocer su ascendencia.

–La idea de un México indigenista opuesto a España, ¿nace con la revolución?

–Nace con la Revolución.

–¿Y usted se opuso a esta idea?

–Sí. Hemos visto en esta idea la intención de dividirnos.

–Volviendo a la hispanidad, ¿supone aceptar que hay una comunidad con España?

–Sí.

–¿Pero esta idea de comunidad definía un orden social más conservador?

–No. Se entendía como una hermandad. La Revolución Mexicana traía ideas completamente ajenas al pueblo. Que luego las metían en la escuela, pues la escuela era obligatoria, pero en cuanto los niños hablaban con los papás ahí se los modificaban.

 

De cristeros a sinarquistas

 

–¿Estaba demasiado joven para tener recuerdos de la Cristiada?

–Pues de la segunda Cristiada, ya en tiempos de Cárdenas. Yo estuve en el Ejército, pero me pasaron de Durango a Monterrey y por eso ya no me enfrenté a los cristeros. Nos los presentaban como asaltantes, como ladrones de ganado, como asesinos. Entonces yo tenía esa imagen. El Ejército no confiaba en gente de Durango porque la segunda Cristiada fue muy fuerte en la sierra de Durango. Entonces cambiaron el batallón de Durango a Monterrey. Y allí me fui yo.

–Luego su hispanismo no proviene de la infancia, la familia o la religión.

–Cuando dijeron que de sargento primero no se podía pasar a oficial dije yo “bueno pues no hay porvenir”. Yo le tiraba a ser oficial y el capitán primero de mi compañía me dijo que lo iba a relevar alguien del Estado Mayor “y a usted si bien le va llegará a sargento primero y ahí se queda, mejor búsquele por otro lado”. Entonces yo me salí y es cuando regresé a Durango. Mi hermano tenía un periódico; empecé a trabajar en él y me fui por otro camino. Y luego dije “voy a investigar quiénes eran estos asesinos”.

–La curiosidad por saber quiénes eran los enemigos.

–Sí. Afortunadamente no me tuve que enfrentar con ellos.

–¿Pero cómo cambió de pensamiento?

–Conocí a cristeros y supe que ellos estaban combatiendo contra las leyes de Calles, que las leyes de Calles hacían ya imposible el culto, que terminaron las leyes de Calles en que seguían vigentes pero no las iba a aplicar. De modo que los cristeros ganaron.

–Hubo más bien un acuerdo tácito entre iglesia y gobierno.

–La gente que conocí tenía información de que la primera Cristiada tuvo el apoyo de la iglesia y del Papa y la segunda ya no tuvo apoyo. Y luego a los que se rindieron los empezaron a matar y la jerarquía ya no los defendió. Esa fue una cosa muy mala de la clerecía.

–A mí me sorprendió muchísimo que el himno cristero tuviera los acordes de la marcha real, el himno nacional de España. ¿No se parecen un poco los cristeros mexicanos a los carlistas españoles?

–Es parecido. Venía de una tradición. De cuando España era la potencia en la que nunca se ponía el sol. Porque era de día en Madrid, luego era de día aquí y luego era de día en las Filipinas.

–Jean Meyer no lo dice pero sí me parece que hay una identidad.

–Meyer no lo dice todo. Yo he hablado con descendientes de cristeros en Jalisco y dicen que Meyer ha alterado muchas cosas.

–¿En qué sentido? Porque Meyer quiere demostrar que la Cristiada no tiene nada que ver con España.

–Y no es cierto. Tiene raíces.

–¿Cuáles raíces?

–Pues la hispanidad.

–¿Lo puede explicar un poco más?

–La jerarquía en México tenía digamos simpatía por España, y cuando vino la Cristiada pues desde luego transmitió esta simpatía. Los cristeros nunca eran indigenistas. Había una gran identificación con España.

–Algo sobre lo cual Jean Meyer pasa de puntillas.

–Meyer quiere romper algo que está unido espiritualmente.

–Se decía que el sinarquismo era una unión espiritual con España. ¿Quién dijo esta frase?

–No sé de donde nació, pero el licenciado Abascal era profundamente hispanista.

–Casi eran de la misma edad usted y Salvador Abascal.

–Sí. Y Abascal era un defensor a muerte de España.

–Meyer también intenta desvincular al sinarquismo del falangismo.

–Está vinculado. Y tenía simpatías por el nacionalsocialismo también.

EL PAN, partido palero

 

–Justamente ha habido una reciente polémica en La Jornada a partir de un artículo de El Fisgón que mostraba cierto vínculo entre el PAN, el nazismo y la hispanidad, que Acción Nacional desmintió. ¿Qué piensa usted?

–El PAN fue fundado por Gómez Morín. Era descendiente de un judío y muy protegido por Plutarco Elías Calles. En plena lucha cristera él era empleado de Calles. Y fundó el PAN porque México iba a ser inclinado hacía el marxismo y entonces dijeron “con el PRI tenemos la acción”, que entonces era PNR, “ahora vamos a controlar la reacción porque como vamos a impulsar a México hacía el comunismo va a venir una reacción fuerte porque el pueblo no quiere al marxismo”. Y entonces fundaron el PAN, un partido palero.

–¿Para evitar que el sinarquismo creciera?

–Sí.

–Pero gente como Efraín González Luna sí eran hispanistas. Y en Acción Nacional era una corriente muy fuerte.

–Siempre estuvo bajo control. Siempre.

–El sinarquismo igual vivió en crisis casi permanente.

–Al sinarquismo lo dividieron. A una parte le dio dinero el gobierno y ahí está a la vuelta. Es un sinarquismo que no hace nada. Del sinarquismo sincero quedan cuatro o cinco gatos ahí. Se fue quedando sin nada.

–Pero en momentos claves de la guerra ideológica fue importante. Como en 1939.

–Fue enorme. El movimiento sinarquista fue enorme. Hubo marchas en el DF, pero claro que fue más fuerte en el Bajío: Morelia, Guanajuato, Querétaro movían 5 mil, 10 mil gentes (sic) bien formadas, uniformadas con su brazalete, cantando canciones nacionalistas, etcétera. Fue un movimiento muy grande, pero de EU vino la consigna de que lo aplacaran y entonces el gobierno empezó a perseguirlos. Y luego le dijeron a Abascal que corría peligro la Baja California.

–¿Un engaño para quitárselo de encima y mandarlo al desierto?

–Habló con Gobernación y con el gobierno de Baja California y creyó que lo iban a apoyar para que no se perdiese la Baja California.

–Lo quemaron, ¿no?

–Cuando regresó a México el partido estaba dividido. Una parte ya no lo reconocía. Entonces Gómez Morin le dio trabajo con la editorial Jus para tenerlo más o menos controlado.

–Parece que no le cae muy bien Gómez Morin, pero fue un personaje clave en la derecha mexicana.

–Fue un opositor controlado.

–¿Tenía dinero para comprar voluntades?

–Tenía una fábrica de cerillos. Tenía bastante dinero.

 

Su relación con los

refugiados españoles

 

–La primavera de 1939 fue un momento álgido en la pelea ideológica. Llegaron los refugiados españoles…

–Yo fui a Veracruz cuando llegaron los primeros refugiados.

–No me diga.

–Llegaban saludando así –cierra el puño Salvador Borrego– y yo hablé con algunos de ellos y les dije “aquí no tienen simpatía marxista, ese saludo los mexicanos lo van a ver mal”. Y me decían “ay caray”.

–¿Fue cuando llegó el Sinaia, el primer barco, el 13 de junio de 1939?

–Sí. Hice la crónica para Excélsior.

–¿Qué le parecieron aquellos refugiados republicanos?

–Que muchos de ellos venían por accidente. Les tocó quedarse en la España marxista, ¿verdad? Y por no oponerse a sus mayores o a sus familiares pues seguían esa línea. Y vinieron como refugiados, pero no eran muy convencidos.

–¿Usted habló con ellos?

–Varios de ellos empezaron a trabajar en Excélsior.

–¿Quiénes entraron tan fácil a un periódico de derecha?

–Gente como Enrique Pazos. Era español.

–¿Qué no era el periódico de la reacción?

–Pero el gobierno le decía “ábrase un poco a esta línea, así tendrá usted simpatías”. Y recibió a cuatro o cinco refugiados.

–Igual llegó gente muy relevante.

–Y el gobierno les dio una casa aquí en la esquina. La embajada de la república española estaba pegada a la iglesia.

–Pese a todo hasta aventaron piedras a la fachada de Excélsior aquel abril de 1939. ¿Vio usted este incidente?

–No estaba. Sé que tiraron piedras, pero fue una manifestación así muy fugaz. Pasaron por ahí y se fueron. Y uno de los que tiraron piedras entró a trabajar a Excélsior.

–¿Cuál de ellos? ¿Todos terminaron en Excélsior?

–Uno que escribía una columna llamada “Mañana, tarde y noche”. No me acuerdo de su nombre.

–¿Conoció a más refugiados que franquistas en México?

–Sí.

–¿Y en la colonia Juárez estaba rodeado de exiliados?

–También iban al periódico. Pero se les fue quitando lo marxista. Luego mis hijos estudiaron aquí en una academia fundada por dos españoles refugiados, el señor Vinós y el señor Alcaraz, que eran universitarios en España.

–¿Cómo se llamaba esta academia?

–Academia Hispano–Mexicana.

–Pero la Academia Hispano–Mexicana era laica. Siendo usted católico, ¿cómo los llevo a un lugar así?

–Dije “voy a ver si es cierto”. Llevé primero al más grande y luego le pregunté “¿Qué te dicen allí del comunismo y del fascismo?” “Nada”, dijo. “Me hablan de geografía, de matemáticas, de historia, de la guerra no me dicen nada, de ideologías nada”.

–¿Neutro completamente?

–Neutro. Entonces llevé al segundo ahí. Y al tercero. Y allí había refugiados comunistas y había judíos. Pero no se metían con nada.

–Me sorprende muchísimo. Yo pensaba que usted mandaría a sus hijos a los maristas o al Cristobal Colón. O a los lasallistas.

–Como está aquí cerca y eran dos cuadras…

 

Epílogo irónico

 

–Con tanta vigilancia de Bucareli, ¿la extrema derecha en México siempre lo tuvo complicado?

–Es exacto.

–¿Por eso ya no intentó hacer política?

–En el periódico no se podían decir muchas cosas. Y dije “las voy a decir en libros”.

–¿Usted no tuvo muchos apoyos?

–No.

–Excepto Abascal.

–Pues relativamente. Él imprimía los libros, pero yo le pagaba la impresión. Y cuando le protestaron a él empezó a comprar un pie de imprenta para imprimir mis libros.

–¿Simulando que era otra imprenta?

–Exactamente.

–Y hablando de empresarios, Ricardo Salinas Price fue un hombre vinculado a la ultraderecha. Y públicamente ha dicho que estuvo con los del Muro. ¿Nunca lo apoyó?

–Sí me conocieron y sí los conocí, pero no llegaron al extremo de apoyarme. Recuerdo que después de que mataran a don Eugenio Garza Sada uno de sus hijos dijo “queremos sacar un periódico, ¿cuánto costaría?”. Les hice yo un presupuesto y dijeron: “Es un cacahuate. Si depositamos este dinero en México se sabrá que fuimos nosotros; habrá que depositar en Estados Unidos, pero también en EU pueden saber que fuimos nosotros”. Y no hicieron nada.

–Por lo que me dice en la derecha eran muy de hablar en la tertulia pero nadie ponía un peso.

–Nadie.

–¿Y la iglesia?

–La iglesia empezó vendiendo mis libros y después los prohibió.

–Ya en tiempos de Salinas, y con los acuerdos con el Vaticano, ¿esto no fue cambiando?

–No, porque ya había un acuerdo con otra iglesia distinta. Ya habían cambiado de iglesia.

–¿Me habla del sionismo?

–Sí.

 

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