Martes, marzo 19, 2024

En esta causa entra todo el que quiera: Alberto Patishtán

México, Distrito Federal. El profesor Alberto Patishtán vive a carcajadas. Contesta con un firme y corto “No, nunca”, a la pregunta de si alguna vez la cárcel lo doblegó. Y llama a emprender acciones, “aunque parezcan chicas, pero bien hechas, que esas son las que luego triunfan”, para “luchar contra las injusticias” que pueblan las cárceles de México. “Me preguntaron si ahora ya se acaba todo. Yo digo que mientras el problema no se acabe, menos nosotros”.


Patishtán sabe que, después de años de manifestaciones, recursos jurídicos, negativas y jornadas internacionales de solidaridad, su libertad no es sólo suya. “Creo que todos sentimos que nos liberamos”, valora. Los primeros aliviados fueron sus hijos, y los segundos fueron los habitantes de El Bosque, donde nació. Relata que cada que hablaba con ellos, sentía que algo les pasaba, pero el día en que recibió el indulto, el 31 de octubre, sintió en sus palabras la risa y la alegría.

Patishtán, su hija Gabriela, su hijo Héctor y su nieta Génesis no se han separado ni un minuto desde el día de su liberación (31 de octubre). Ya fueron a pasear a Coyoacán y a Xochimilco. No hay cansancio. Sólo ganas de estar juntos y de disfrutar la libertad. Y juntos llegan a las oficinas de Desinformémonos, donde se realiza esta entrevista colectiva en compañía de los abogados que consiguieron que su proceso trascendiera las fronteras: Leonel y Sandino Rivero. El tema es la justicia hacia los indígenas. Los presos que se quedan.

“También mis compañeros presos están contentos y motivados en querer luchar, porque vieron que lo imposible se hace posible”, agrega… Alejandro Sántiz, el único integrante de Los Solidarios de La Voz del Amate que permanece en prisión, le llamó para contarle que en la cárcel todos gritaron de contentos. Y para no convertirse en un símbolo del que se espera mucho y cae en la demagogia, Patishtán considera que le toca a todos, “presos y sociedad civil, hacer conciencia”.

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No están todos

El profesor tzotzil, acusado de participar en el homicidio de siete policías en el Paraje Las Limas en junio del año 2000, pasó por diferentes cárceles, tanto de Chiapas como en Sinaloa. En prácticamente todas levantó organizaciones de presos e impulsó plantones, huelgas de hambre y marchas internas para exigir la revisión de los casos de los que se llamaron “injustamente presos”. Muchos de los participantes salieron, y él siempre se quedó atrás. Ahora le correspondió ese lugar a Alejandro Sántiz, preso en el Centro de Readaptación Social (Cereso 5) de San Cristóbal de las Casas.

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Alberto Patishtán ejerció como traductor, médico y acompañante de presos todo el tiempo que pasó en la cárcel. En el penal de San Cristóbal de las Casas, el último en el que estuvo, “los internos se clasifican. Los de dinero tienen abogados, y los que no, también, pero de oficio”, y el apoyo no es tan gratuito, relata el profesor, pues uno solo atiende a cerca de 500 presos “y le da prioridad al que le suelta algo de dinero”.

El problema principal para los presos indígenas, considera Patishtán –quien purgó 13 años de una condena de 60, acusado por su opositor político, Manuel Gómez Ruiz–, es que no pueden expresarse en español. “Es uno de los elementos fundamentales para que se queden presos 20 o 30 años”, pues los directores de los penales, detalla, no les dan audiencia porque no les entienden, no cuentan con traductores durante su proceso e, incluso, con los médicos de la cárcel no se pueden comunicar y les dan medicinas que no corresponden con su enfermedad.

“Ahí está el compañero Alejandro Sántiz, que quedó preso y está peleando su libertad”, recuerda. Sántiz lleva 15 años en la cárcel y fue acusado por su primo –quien sí habla español– del homicidio de su propio hijo. Fue detenido en Veracruz y, aunque sí le pusieron traductor, “allá hablan náhuatl y él es tzotzilero. Desde ahí empieza todo”, especifica Patishtán.

El profesor tzotzil insiste en que muchos de los presos que conoció son inocentes. Recuerda el caso de un delincuente confeso, que señaló que sus cómplices están libres y que a quienes acusaron junto con él no tuvieron nada que ver. Pero no sirvió para liberarlos, pues los sentenciaron a 30 años.


“Me preguntan qué hay que hacer por aquellos que están en la cárcel. Yo siempre digo que hay que ocuparnos, aparte de preocuparnos”, sentencia el profesor tzotzil, y señala que “todos cabemos; ahorita estamos libres, pero mañana puede ser diferente y nos necesitamos unos a otros, tarde o temprano”.

En la experiencia de su encarcelamiento, Patishtán recalca que no importa que al visitar a un preso no se le lleve comida o regalos. “Lo que importa es que platiques conmigo, que lleves un poco lo que yo cargo”, indica, y agrega que a él a veces le pasó lo contrario: la gente le dijo que llegaba a visitarlo para cargarse de ánimo. “Eso es otra cosa, pero la presencia de alguien, de un amigo, es muy importante, te descarga. Tenemos la tarea de hacer algo por ellos”.

El racismo, la educación recibida en la familia y el miedo son dos factores por los cuales la gente no se ocupa de los presos indígenas ni apoya su organización, pero deben preocuparse pues habrá un momento en que también necesiten apoyo, considera el profesor, quien concitó una solidaridad que no se veía desde la represión contra el pueblo de San Salvador Atenco. Los solidarios con los presos no se deben preocupar porque sus acciones sean de gran envergadura. “No se sientan si dicen, hago muy poco y no sé si sirve. Verán que a veces, lo pequeño pero bien hecho es lo que funciona, y poquito a poco se agregan y logramos más”.


Patishtán, quien recibió las negativas de reconocer su inocencia en todas las instancias del aparato judicial de México, antes de recibir el indulto, también apela a la acción de los presos, “que siempre luchan por su libertad, aunque no con organización”. Patishtán señala que todos quieren salir, sean inocentes o no –“y es su derecho”–, pero, en su experiencia, “si el necesitado no da el grito de auxilio y dice, aquí estoy, mírenme, por más que las personas quieran llegar de afuera no se va a visibilizar”.

En el camino de las alianzas, Patishtán y los integrantes de Solidarios de la Voz del Amate se adhirieron a la Sexta Declaración de la Selva Lacandona. “Fue una invitación, no nos obligaron. En esta causa entra todo el que quiera”. Y el apoyo, resalta el profesor, siempre se recibe bien, “y de por sí es lo que ya estábamos haciendo”.  No sabe qué sigue en su actividad política, pues, dice, primero quiere librar la batalla de su salud, “y luego ya dios nos guiará”.

Artículo tomado de Desinformémonos: http://desinformemonos.org

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