Apocalípticas son las imágenes que Neill Blomkamp, el joven director sudafricano ha presentado en su corta pero contundente carrera; apocalípticas y por ser en extremo cercanas a la realidad, sumamente incómodas. En efecto, el director de Sector 9 (2009), filme en que se asoma la porquería que somos como raza humana ante la llegada de unos extraterrestres perdidos, nos presenta ahora en Elysium (2013) un mundo consumido, contaminado y enfermo hasta la raíz, del que escapan los más pudientes para crear otro universo en una estación espacial. El entorno de la tierra, filmado en parte en nuestra propia Ciudad de México en cualquiera de las barrios perdidos de autoconstrucción que se apiñan como un cáncer en la cada vez más caótica mancha urbana, se muestra decadente, pobre, marginal. Y por más que le duela a nuestros políticos, televisoras y seres que viven a través de una vida enteramente aspiracional, lo que nos representa no es el Chicharito ni sus alegres compañeros de la ínfima selección mexicana; nos representa nada más y nada menos que la marginación más ruda y la pobreza más evidente, ésa que afecta a los millones que para colmo siempre son a los que les caen las desgracias climáticas, como se ha visto en las últimas semanas. Blomkamp, herido sin duda por la marginalidad presente en su propia Johannesburgo, brinca de un universo miserable al otro y aunque sus temáticas se ubican en épocas futuras, como frecuentemente sucede en la ficción científica, la cercanía con la nuestra es sorprendente.
Podríamos caracterizar la cinematografía de Blomkamp de Cyberpunk, que como el lector sabrá, es un subgénero de la ficción científica que centra su atención en la fusión innegable por inevitable de las máquinas con los seres humanos. Obras clave de este subgénero son la novela Blade Runner de Phillip K. Dick –y su adaptación cinematográfica de manos de Rydley Scott– o la célebre La Primera Calle de la Soledad, de Gerardo Horacio Porcayo. No me detendré en este asunto pues ya en otra entrega he hablado de ambas novelas (La Jornada de Oriente, 30 de julio de 2009). No obstante, comentaré que parte de la premisa es que el ser humano aprende a convivir con la máquina al grado que termina imbricado con ellas literalmente, esto es, que su vida depende de ellas en todo momento y viceversa. En Elysium, empero, como sucede también en Sector 9, la tecnología es un mero catalizador de las peores manifestaciones humanas como la codicia, la envidia, el racismo, la segregación; a la vez, también resulta funcionar como una incómoda y poco estética prótesis o como el bien que se niega a los menos favorecidos por el simple hecho de no haber nacido en un lugar privilegiado. En esta visión catastrofista del cineasta africano, existen empero algunos detalles que vale la pena comentar. Primero que nada, un claro maniqueísmo al presentar a sus personajes lo que se ve a través de la antítesis de ricos –gandallas– y pobres –víctimas– o de habitantes de la tierra xenófobos y racistas y los extraterrestres, víctimas de gran corazón. Es evidente que lo hace para ejemplificar las terribles relaciones verticales que se verifican en nuestra época actual entre los rapaces poderosos –sean empresarios, políticos, líderes de opinión, funcionarios públicos– y el resto de la población, en especial más de la mitad de nuestros co nacionales en condiciones de pobreza y marginación sumamente dolorosa. Cabe decir que, no por maniquea resulta ser menos verdadera. Lo atestiguan, como lo comenté líneas arriba, el desastre producto de las lluvias ocurrido hace unos días simplemente sacado a flote por los elementos, pero que tiene echadas las raíces en la corrupción y el descaro más grande; y la Bozzo y su circo, representan a otro más de los voraces actores que lo mismo vende telenovelas, talk shows o desgracias… para ellos, todo termina siendo publicidad y ganancias millonarias.
Por supuesto, esas calles de tierra erosionada, repletas de maras, latinos, narcotraficantes, polleros intergalácticos, espionaje industrial y codicia desmedida, no nos resultan nada extraño. Para nosotros, lo único que faltan son los viajes al espacio, pero de que tenemos todo lo que se ve en la pantalla y mucho, de eso no cabe duda. Por supuesto, absténganse de verla todos aquellos que cierran los ojos ante las noticias terribles o que no gustan de ver su propia realidad representada en pantalla grande. Lo que es más, es conveniente que mejor se centren en La Huésped (2013), película basada en la novela del mismo nombre escrita por Stephenie Meyer, responsable de la saga Crepúsculo, donde la misma premisa de amorío adolescente se repite en un plano futurista entre extraterrestres y humanos, como pasó antes entre hombres lobo, vampiros y chicas anoréxicas. La película se cae constantemente y hay momentos de empalagosa simplicidad que resulta insultante; pero no se está contemplando la miseria misma que vemos día a día en las noticias y en la calle, lo que nos aleja de la realidad y nos da un sentido de paz artificial que poco abona a nuestra comprensión del mundo que nos tocó vivir. Yo por mi parte, prefiero consumir y recomendar estas producciones que aunque incómodas, llevan a la reflexión, al debate, sin importar si su intensidad nos hace ver un poco más allá de nuestras insípidas vidas tan llenas de rutina y resignación.