El día de hoy, 27 de septiembre, se conmemora el fallecimiento de un pintor y escultor francés llamado HilaireGermain–Edgar de Gas (1834–1917). No es necesario ser un conocedor de la pintura para apreciar algunas de sus obras.
Desgraciadamente, en un verdadero abuso, muchas de sus pinturas abundan en calendarios, postales e incluso impresos que invitan a cursos de ballet para niñas, por su impresionante serie en la que en una forma recurrente aborda este tema.
Nació en Paris, de una mamá criolla estadounidense que vivía en Francia, llamada Celestine Musson y un padre banquero conocido como Auguste de Gas. La familia de Celestine se encontraba en el estado de Luisiana, Estados Unidos, condición que vinculó a toda la parentela con América. Se acostumbraban a mostrar como de la “alta aristocracia” y de ahí el apellido “de Gas”; sin embargo, Edgar, en un franco rechazo al linaje de falsa nobleza, juntó su apellido en Degas, obviamente provocando un enojo particular de la familia. Pero su naturaleza rebelde no se limitó solamente a este aspecto.
Como la clásica historia del muchacho adinerado que es forzado a estudiar algo que no desea, comenzó la carrera de leyes, que abandonó después de conocer al famoso pintor Jean Auguste Dominique Ingres (1780–1867), quien lo alentó a dibujar, al reconocerle un talento natural. Poco a poco fue ganando un reconocimiento especial por sus cualidades artísticas, y si bien su carrera se vio parcialmente truncada por la guerra francoprusiana de 1870, por el conflicto bélico viajó a Estados Unidos, específicamente a la ciudad de Nueva Orleans, donde pintó numerosas obras, y de hecho pudo haber desarrollado toda su carrera ahí, pero el fallecimiento de su padre Auguste reveló que su hermano había acumulado una enorme cantidad de deudas, quedando al borde de la pobreza extrema aun cuando gastaron toda la fortuna paterna.
Entonces Edgar Degas comenzó a vender sus cuadros alcanzando un verdadero éxito y su situación económica mejoró, pero paralelamente a esto, tuvo un cambio de personalidad realmente inexplicable. Si ya de por sí exhibía un comportamiento hermético y poco sociable, predominando con conductas antipáticas, hurañas e incluso hoscas. Viajó de regreso a Francia, cambió el óleo por el pastel y se consagró a pintar sus famosas bailarinas de ballet, como mencioné al principio de este documento.
Curiosamente tenía fama de misógino, y aunque nunca se casó, tampoco se supo que tuviese relaciones homosexuales. Siempre será un misterio esta contrastante conducta, con una actitud de rechazo a la mujer pero también una obsesiva búsqueda de retratar damas y niñas con hermosos elementos femeninos llenos de una belleza especial.
Alrededor de 1880 comenzó a perder la visión por una degeneración macular progresiva que puede explicar el cambio en la técnica del óleo que requiere precisión en los trazos, por el pastel (que no necesita tanta definición) y la escultura.
También fue notoria su transformación en la caligrafía, provocada probablemente por distorsiones visuales. Si bien la pérdida de la visión es parcial en este padecimiento, se altera mucho la capacidad de llevar a cabo trabajos que requieran un enfoque fino provocando alteraciones en las formas.
Se dice que en absoluta soledad y con una pérdida visual casi total, murió recorriendo “las calles de París” un día como hoy, pero de 1917.
Las razones por las que pudo ejercer su oficio estando tan limitado de la vista son un misterio, aunque definitivamente lo pueden calificar como un gran genio de la pintura. Su dominio de la anatomía, la imaginación prolífica que lo ubicó en un espacio literalmente virtual es de carácter único, pues seguramente provocaron una especie de “figuras psíquicas” abstractas, que pudo plasmar en obras extraordinarias.
Conociendo estos antecedentes, la visión de cualquiera de las bailarinas de Edgar Degas nos brinda un placer que va más allá de la admiración. Es el fenómeno extrasensorial del arte, en la más alta de sus manifestaciones estéticas.