En una entrevista radiofónica hace unos días me preguntaban si los estudiantes de la licenciatura que represento tienen o no posibilidades de empleo en el estado a lo que respondí sin miramientos que su futuro resulta ser incierto. Más allá de las complejidades inherentes a cualquier actividad profesional –las de la comunicación se instalan en una oferta raquítica en función de la visión estereotipada que se tiene del comunicólogo por parte de empleadores y sociedad en general–, el hecho es que vivimos un problema estructural producto de una deficiente política poblacional y de una cadena de decisiones económicas poco preocupadas por los ciudadanos. Tal mezcla en extremo desafortunada ha generado que exista, en términos de la pirámide poblacional, un sector sumamente abultado, el sector juvenil que hoy demanda educación media superior y superior y que, de seguir las tendencias, habrá de demandar a la vuelta de una década millones de puestos de trabajo. El reto es enorme y desmedido. Sonará pesimista, pero las tendencias no son nada halagüeñas.
De hecho, hace unos días el rector de la UNAM, el doctor José Narro Céspedes, al recibir el Doctor Honoris Causa por parte de la UAP, expresó su preocupación por la falta de políticas públicas para los jóvenes: “Me preocupa el marco social, económico, laboral y de valores que hoy vive la juventud. Y, en especial, lo que todo eso genera entre ese sector, la sensación en muchos momentos de desesperanza y frustración que siempre son pésimas compañeras, pero más en esa etapa de la vida. Ellos forman parte, con nosotros, del presente y la realidad de nuestra sociedad, pero sin duda, constituyen el futuro; por lo que necesitan expectativas, estímulos y oportunidades”. En efecto, el problema educativo no se verifica con cifras ni programas de gobierno sexenales, trianuales o de moda; se trata de personas necesitadas de educación y espacios laborales. No obstante, no hay universidad pública que pueda dar cabida al aluvión de estudiantes que requieren de una oportunidad así como tampoco habrá suficientes empleos. Como lo he comentado en diversos momentos, la investigación está en la universidad pública, lo mismo que el compromiso social; y es evidente que hoy es la llamada a dar respuesta a las problemáticas más apremiantes que un mundo agreste nos ha dejado. De hecho, es una acierto fundamental por parte de la UAP el conceder tal reconocimiento a uno de los rectores más comprometidos con la causa universitaria y pública. Las veces que lo he escuchado siempre se ha distinguido por su defensa irrenunciable a la causa universitaria, su sensatez como profesor investigador que lleva los destinos de una institución eminentemente académica –que no administrador, ingente diferencia– y su indubitable compromiso social. Más adelante, Narro remató diciendo “… tenemos que trabajar para que las ideas, los sentimientos y el cultivo del espíritu se consoliden como parte esencial de la cultura humana. Debemos hacer que la búsqueda del placer y la acumulación de riqueza y bienes materiales dejen de ser las aspiraciones principales de la sociedad”. No hay educación que valga si no está sustentada en un sistema axiológico –valores– constituido por y para la sociedad; tampoco puede valer si está simplemente al servicio de las leyes del mercado. “Estoy persuadido de la aceptación de que el modelo seguido no ha resuelto el fondo del problema y que, por el contrario, lo ha agravado”, recalcó contundentemente. Y abunda Narro según reporta Martín Hernández en este diario: “Sin embargo, también es cierto que junto a esa mejoría –en referencia a los avances científicos persisten, e incluso se han agudizado viejos problemas, al tiempo que se han generado nuevos rezagos. ¿Quién, por ejemplo, puede negar que se ha favorecido la concentración de la riqueza y que se han acentuado la desigualdad y la exclusión social?, ¿cómo pasar por alto que los cambios tecnológicos han ocasionado desempleo y subempleo?, ¿quién puede desconocer el deterioro del ambiente y las amenazas a la vida ocasionados por el estilo de vida de amplios sectores de la población?”
¿Será acaso –pregunto– que su visión es pesimista? Bueno, cualquiera que haya estudiado y conozca a profundidad la UNAM sabe que se trata de un mundo y que su gobierno implica talentos equiparables a cualquier estadista, pero que conlleva la enorme responsabilidad de un académico, pues indudablemente es el trabajo que se desarrolla en ese sitio. De igual manera la concertación, negociación y la política, para poder comprender y llevar una institución libre, democrática y propositiva. Es menester que entendamos que la educación también es eso: negociación política y acuerdos que sustenten a la nación. En este sentido, nadie puede estar de acuerdo en la destrucción de recintos oficiales ni en el bloqueo sin sentido de calles y avenidas; pero tampoco podemos soslayar los derechos de profesores y profesionistas de cualquier área a manifestarse en contra de una reforma que a todas luces no ha respondido a los auténticos retos de la educación que trasciende por completo una evaluación netamente cuantitativa. El problema estructural que se nos viene es serio, y requiere enormes reformas. Como diría Esparza parafraseando a Narro: “Educar es construir ciudadanía”. Nada más y nada menos.