Viernes, abril 19, 2024

Reflexiones sobre la libertad IV

Al intentar explicar el comportamiento complejo del ser humano a través de la neurociencia, como sería el de la libertad, nos vemos obligados a recurrir a la columna vertebral teórica de la biología, a saber, la evolución. El origen de la capacidad del ser humano para deliberar y voluntariamente tomar decisiones, consciente, tiene que buscarse en los procesos evolutivos que dieron origen al Homo sapiens. Sin estos podríamos caer en interpretaciones teleológicas o de fuerzas ocultas que por siglos existieron en el quehacer biológico. Estos componentes podrían enmascarar el carácter aleatorio o estocástico del origen evolutivo de la capacidad de actuar en libertad. El Yo, la deliberación, la voluntad y la conciencia son conceptos de entidades no corpóreas e intangibles lo que neurobiológicamente nos obliga a identificarlos indirectamente, además, son los componentes de algo todavía más abstracto, la libertad. En esta reflexión intento sentar las bases del potencial o capacidad biológica de la libertad del ser humano, por consiguiente, separarlo del ejercicio de la libertad, lo que a mi parecer son dos cosas diferentes.

En este proceso reflexivo nos es necesario repasar brevemente lo que se entiende por evolución, ya que no es un concepto teórico único y es fundamental para entender el origen de las capacidades humanas. De acuerdo a Ernst Mayr[1], la evolución orgánica consiste en dos procesos esencialmente independientes, la transformación en el tiempo y la diversificación en el espacio ecológico-geográfico. Como podemos ver, esta descripción de la evolución incluye a la transformación y a la diversificación como los dos elementos fundamentes sobre los que descansa la teoría evolutiva. Sin embargo, estos conceptos son muy generales y el propio Mayr fragmentó el paradigma evolutivo de Darwin en cinco teorías: (1) la evolución propiamente dicha, según la cual el mundo no es ni constante ni perpetuamente cíclico, sino que en forma continua y parcial va cambiando de dirección y los organismos van transformándose con el tiempo; (2) la ascendencia común, la que refleja una perspectiva hacia atrás y una perspectiva hacia delante en la ramificación, es en ella donde se enmarca uno de los enunciados más prominentes de Darwin: “todas las plantas y animales [han descendido] de una forma única”; (3) la tercera teoría señala que la transformación es gradual; (4) la multiplicación de las especies, como cuarta teoría agrega la dimensión horizontal (geográfica) a la vertical. Por último, entre las teorías que engloban la “teoría de la evolución”, la más controversial entre ellas resultó ser (5) la selección natural. 

Sobre la selección natural se ha dicho cualquier coso: la lucha del más fuerte, la ley de la selva, el sustento teórico del capitalismo. Cuando se desea hablar negativamente de la evolución se utiliza el concepto de selección natural para desacreditarla. Esta teoría versa sobre la forma en cómo se perpetua el cambio evolutivo y, en especial, sobre cómo se presenta la aparente armonía y adaptación del mundo orgánico. De acuerdo a Mayr, toda selección tiene lugar en poblaciones, lo que modifica la composición genética de cada población, generación tras generación, en cada generación se reconstituye un reservorio génico enteramente nuevo, del cual salen los individuos que son blancos de la selección natural de esa generación. El “problema” en esta teoría radica en el mecanismo de selección: “los individuos “seleccionados” son simplemente los que quedan vivos después de que se hayan eliminado de la población todos los individuos peor adaptados o menos afortunados”[2]. Según Mayr, la selección significa la eliminación no aleatoria, la naturaleza carece de fuerzas selectivas, la selección natural es el conjunto de circunstancias adversas responsables de la eliminación de algunos individuos y dicha “fuerza selectiva” es un conglomerado de factores ambientales y propensiones fenotípicas. En resumen: sólo los mejores adaptados sobreviven.

Volviendo al concepto de libertad, la deliberación en cuanto a palabra meditada, reflexionada o razonada, es un proceso que requiere del lenguaje mental para su ejecución. En la deliberación se incluye el pensamiento lógico, tanto deductivo como inductivo, y una gran variedad de operaciones cognitivas que van desde el razonamiento reflexivo inconsciente hasta las matemáticas formales[3], para lo cual es insustituible el pensamiento simbólico. La capacidad de pensamiento simbólico del Homo sapiens probablemente ocurrió en concierto con los cambios anatómicos y reproductivos distintivos de su especie. Esto implica que esta capacidad, la del pensamiento simbólico, tenía que ser descubierta por los seres humanos, y que el potencial biológico subyacente tenía que ser liberado por el lenguaje, subsecuente con su aparición inicial.

Tomó miles de años para que el Homo sapiens pudiera deliberar sobre cualquier asunto concerniente a él. El substrato neuronal que sustenta la capacidad del pensamiento simbólica nació en el mayor desarrollo y reorganización genética, lo que resultó, finalmente, en la entidad física que conocemos hoy como ser humano, pero esta capacidad subyacente sólo pudo ponerse en práctica hasta que se contó con el medio para organizar el pensamiento. Es difícil, sino imposible, imaginar el pensamiento simbólico en ausencia del lenguaje. El lenguaje es el medio por el cual se organiza el pensamiento y es a su vez el medio de deliberación.

Los cambios estructurales que llevan a funciones novedosas en los organismos son el producto de las modificaciones en la conformación genética de estos. Mientras que los cambios comportamentales novedosos son el producto de la interacción cuerpo-cerebro con el mundo, efecto que Edelman llama la “Trinidad Comportamental”[4]. Esto es el caso del lenguaje y la conciencia, donde la interacción social puso en práctica las funciones novedosas del nuevo organismo, el Homo sapiens. La conciencia de orden superior, conciencia que posee el ser humano descansó, pues, sobre el substrato neuronal que sustenta su capacidad de pensamiento simbólico. Cuando la lingüística, en plena capacidad basada en la sintaxis apareció, la consciencia de orden superior floreció, en parte, como el resultado del intercambio en una comunidad de parlantes.  Sólo así la conciencia de estar consciente fue posible.

Muchos de los procesos cognitivos involucrados en funciones cerebrales sofisticadas (memoria, atención, lenguaje, percepción, la solución de problemas, y la planificación) son únicos del ser humano. Las actividades cognitivas, aunque se describe funcionalmente de manera individual, interactúa en conjunto para obtener un comportamiento determinado. Más aún, el conjunto de funciones cognitivas involucra los llamados procesos de control, tales como aquellos que se utilizan cuando se persigue una meta y se requiere impedir las interferencias[5].

El significado de la expresión del lenguaje, al igual que la ejecución de una acción dirigida por una meta, está precedido por la formulación mental de un plan o de un esquema más amplio que la intención destinada, por más que sean simples o mal definidos. Tal plan está hecho por componentes léxicos de unidades cognitivas ejecutivas, en particular verbos. Lo que quiere decir, que el cerebro del parlante debe tener la posibilidad de acezar a un léxico y tener la capacidad de memoria de trabajo. La dinámica cortical de la sintaxis requiere la participación de estos dos mecanismos neuronales que se encuentran en el lóbulo frontal del cerebro. Sin ellos la capacidad de organizar palabras con significado sería nula y la funcionalidad sintáctica del lenguaje se perdería. La incapacidad de acezar a la red cortical que contienen los componentes léxicos ejecutivos hace imposible la expresión de un lenguaje con significado. Este proceso evolutivo permitió la emergencia de lo que llamamos conciencia. El paso crítico para una consciencia de orden superior dependió del surgimiento evolutivo de conectividades neuronales paralelas (re-entrantes) entre estas estructuras y aquellas áreas que son responsables de la formación de conceptos[6].

El Yo, que desde el punto de vista biológico es la respuesta emergente que el cerebro produce a las señales corporales que surgen del sistema sensorial-motor de un agente individual[7], es un componente fundamental del actuar libremente. Este Yo no es un hombrecito (homúnculo) dentro del ser humano que le dice que hacer o que no hacer, ni es un ente etéreo que trasciende, es simplemente una respuesta emergente y, como respuesta emergente, no puede reducirse a eidades o esencias. Estas señales, predominantemente motoras, sirven para distinguir el sentido de agencia corporal de las señales evocadas por el movimiento de otros animales o agentes corporales. El sistema sensorial-motor de un agente individual se mantiene constantemente activo a través del desarrollo propioceptivo del sentido corporal. La combinación de las señales corporales omnipresentes del sistema sensorial–motor y su distinción de que son contemporáneas con las señales perceptuales y memoriales del núcleo (respuesta mínima) generan un sentido de Yo-experimentador de un mundo sustituto, lo que permite la emergencia de la intencionalidad.  

La evolución orgánica sufrida en la estructura corpórea general (cuerpo erguido y todos los demás cambios anatómicos) así como el desarrollo de la neocorteza cerebral sentaron las bases biológicas para el desarrollo de la capacidad del ser humano para deliberar y voluntariamente tomar decisiones, consciente. La liberación de este potencial biológico a través del lenguaje, innovación cultural por excelencia, permitió el desarrollo de lo que hoy llamamos libertad. Muy probablemente para algunos la libertad le es extraña o la consideran un fetiche, y no es de sorprendernos, ya que los enemigos de ella históricamente han matado a quienes se ejercitan en esta práctica.

 

 

Matas y planes
Metas y planes para alcanzarlas

 

 


[1] Mayr E. (2006), Por qué es única la biología, primera en español, ed Katz, Buenos Aires capítulo 6, pp 129-151

[2] Mayr E. (2005), Así es la biología, primera edición en formato, ed Debate, Barcelona, capítulo 9, pp 193-223

[3] Joaquín M. Fuster, Cortex and Mind, (2003) Oxford University Press, USA

[4] Edelman GM., Gally JA. and Baars BJ., 2011, Biology of consciousness, Frontiers in Psychology/ Consciousness Research, Vol 2, Article 4, 2

[5] Pessoa, 2008, On the relationship between emotion and cognition, Nature Reviews Neuroscience, vol 9 p 148-158

[6] Gerald M. Edelman and Giulio Tononi, A Universe of Consciousness, 2000, basic Books, p 193-196.

[7] Ibid, Edelman

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