No se sabe a ciencia cierta dónde nació esta controvertida, pero sin duda, extraordinaria mujer; sin embargo, ahora prácticamente en una forma unánime los historiadores plantean que la pareja formada por Juan Duarte y Juana Ibarguren procrearon a Eva el 7 de mayo de 1919. El padre, ganadero y político, ya casado con una mujer llamada Adela, mantuvo una relación extramarital que se consideraba ilegítima, pero socialmente aceptada entre la gente “adinerada” de las provincias argentinas, de modo que la niña se registró como Eva María Ibarguren, siendo la más pequeña de cinco hijos (Blanca, Elisa, Juan Ramón, Erminda y Eva María). Aunque existen dos hipótesis que plantean el lugar de nacimiento (La Unión frente a los toldos de Coliqueo o la ciudad de Junín, ambas en Argentina), lo realmente importante, al menos desde mi punto de vista, es que en 1926 el padre falleció, dejando a la familia en una situación totalmente desprotegida y con descalificativos sociales más allá del término de ilegitimidad, ya que a los niños que eran producto de este tipo de relaciones se les denominaba “hijos adulterinos”, lo que incluso era impreso en las actas de nacimiento, además de otros calificativos como hijos sacrílegos, naturales, mánceres, ilegales, ilegítimos, bastardos o impíos.
Incluso la familia, al presentarse en el funeral, fue detenida en una prohibición del paso con un escándalo de por medio. Con apenas seis años de edad y el dolor del padre muerto pudo percibir la injusticia y el alcance de la discriminación en su forma más cruel, lo que generaría a la larga una personalidad esencialmente defensora de derechos humanos y totalmente en contra de la discriminación en cualquiera de sus formas. A los 15 años se fue a Buenos Aires, dedicándose a la actuación, incluso con algunas participaciones en la radio y cine. Para 1944 conoció a Juan Domingo Perón, que se desempeñaba como secretario de Estado, y un año después se casarían, para posteriormente apoyar la candidatura que ganarían, y que iban a tener como propuestas más sobresalientes el sufragio femenino, la igualdad jurídica de los cónyuges, la patria potestad compartida y, sobre todo, una íntima relación con el movimiento obrero por parte de Eva que implicó un apoyo social a niños, ancianos, madres solas y solteras que, perteneciendo a los estratos sociales más bajos, le generaron un cariño sin precedentes en Argentina.
En 1951 le fue propuesta la vicepresidencia del movimiento obrero, pero dolorosamente y debido a un cáncer cérvico uterino declinó en un día que a la larga sería conocido como el “día del renunciamiento”. El 26 de julio de 1952 falleció a los 33 años, iniciando un duelo nacional de 30 días. En sus últimos años escribió dos libros: La razón de mi vida y Mi mensaje, que llevan frases con comunicados sociales realmente sorprendentes.
Como figura pública fue elogiada con calificativos que marcaban lealtad, entrega, dedicación y sacrificio, o bien fue brutalmente atacada por los grupos de poder y las clases acomodadas que la acusaron de ser vengativa, ostentosa, egocentrista, vanidosa y despilfarradora, cuando alcanzando el poder con Juan Domingo Perón olvidó sus orígenes humildes. Desentrañar su vida y personalidad no constituye el objetivo que persigo el día de hoy, que conmemoro la fecha de su fallecimiento. Prefiero transcribir una frase de su primer libro que me dejó literalmente impactado, porque refleja la grandeza del pensamiento de Evita, que en una lucha contra la adversidad, nos deja una lección de vida universal: “Mucha gente no se puede explicar el caso que me toca vivir. Yo misma, muchas veces, me he quedado pensando en todo esto que ahora es mi vida. Algunos de mis contemporáneos lo atribuyen todo al azar… ¡esa cosa rara e inexplicable que no explica tampoco nada!”
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