Jueves, marzo 28, 2024

El petróleo que todos quieren

Las compañías petroleras han

alentado ambiciones de descontentos contra el régimen del país, cada vez que ven afectados sus negocios, ya con la fijación de impuestos o con la rectificación de privilegios que disfrutan.

Lázaro Cárdenas

 

Por enésima vez se anuncia, con las fanfarrias y cohetones de rigor,  una reforma energética. Se la presenta como una de las “impostergables y urgentes reformas estructurales” que México necesita para transitar hacia la modernidad e incorporarse al mundo feliz de los países “desarrollados”, cuyas llaves y claves de acceso están en manos de Estados Unidos y sus aliados europeos quienes, obviamente,  se reservan el derecho de admisión.

Con esa cantaleta, que venimos escuchando desde fines del siglo pasado, han llevado a la bancarrota a incontables países que renunciaron a su soberanía nacional con tal de granjearse la “confianza” de los agiotistas internacionales y obtener los recursos necesarios para su “desarrollo”. Paradójicamente, lógicamente mejor dicho, ninguno de los países sometidos llegó al paraíso prometido, quedándose como el perro de las dos tortas.

Ya empiezan a poblarse las páginas y los espacios electrónicos de sesudos análisis a favor o en contra de la inminente reforma. Tantos datos técnicos, estadísticas y cifras económicas, terminan por marear y confundir, más que contribuir a un sencillo entendimiento del tema en debate y las opciones más favorables para México y los mexicanos.

Como ciudadano de infantería, que no como especialista ni sabiondo, me permito plantear algunos puntos esenciales que, en mi opinión, no debieran dejarse de lado en ningún momento, por más obvios o simples que parezcan. Es cierto que aún no se presenta formalmente el proyecto de reforma y no quiero hacerle al adivino, pero la realidad y la experiencia son muy tercas y a ellas me atengo.

En primer lugar no se trata de una “reforma energética” y menos “estructural”. Para que fuera tal, deberían incluirse, al menos, el sector eléctrico y las fuentes de energía alternativa para proponer un proyecto integral de corto, mediano y largo plazos; por región geográfica y sector productivo. Ni siquiera es una reforma estructural petrolera porque deja de lado temas sustantivos como la injerencia y abusos de la dirigencia sindical en los asuntos y negocios de Pemex; el contratismo y la opacidad que le rodean; el blindaje contra la corrupción y el imperio de la transparencia en todas la operaciones de la empresa; el saqueo fiscal y la intolerable intromisión de la Secretaría de Hacienda, y un montón de asuntos que han determinado el desastroso estado actual de la empresa más importante del país.

El asunto que realmente está en el centro del debate, es la apertura de mayores espacios a la inversión de capital privado en Pemex, punto. El argumento principal y recurrente de quienes están por la apertura, es que Pemex no tiene el capital necesario para modernizarse y hacer más eficiente y rentable su operación. La intentona sexenal de Calderón, en la que invirtió un montón de dinero sin que nadie le pidiera cuentas, vendió el cuento aquel del “tesorito” que está en el fondo del mar y que México no puede sacar con sus propios recursos. Ajá.

Lo cierto es que el petróleo es un recurso indispensable para el funcionamiento de la economía mundial. Es, por tanto, un recurso estratégico cuyo valor es inconmensurable. Por su posesión las potencias mundiales han desatado guerras e inventado “razones” para invadir países y confrontar naciones. Decir que una empresa como Pemex no tiene ni puede obtener recursos para invertir en su reestructuración y explorar, extraer y comercializar los actuales y nuevos yacimientos, es, por decirlo suavemente, una mentira infame. El caso de Noruega lo demuestra de forma incuestionable.

Intencionalmente han asfixiado financieramente a Pemex durante décadas para justificar que el “capital privado”, es decir, los monopolios trasnacionales (las siete hermanas reloaded) regresen triunfantes a saquear la riqueza nacional. El mejor ejemplo para desmentir las falacias privatizadoras es la banca. Con el mismo argumento (que los bancos mexicanos no tenían recursos para financiar el desarrollo) se vendieron, mejor decir remataron, con el espejismo de que se iban a mejorar y abaratar los servicios, llegarían carretadas de capitales frescos para reavivar los créditos (oportunos y baratos) y todo fue una quimera. Los únicos que ganaron fueron los bancos extranjeros (cuyas enormes ganancias se van a sus países de origen) que al final invirtieron una bicoca y si te prometí ni me acuerdo.

Pemex no se ha privatizado, pese a tantos intentos, porque al gobierno no le salen las cuentas. Como no cobra impuestos a las grandes empresas, ni se atreve a establecer un régimen fiscal progresivo y justo (que paguen más los que ganan más), depende de los ingresos petroleros. Sin ellos no tendría ni para pagar a sus empleados.

Y ese es el gran riesgo de que Peña Nieto ceda a las presiones extranjeras y les abra las puertas de Pemex. Por falta de recursos vendrían los ya conocidos recortes de personal; mayor deterioro de los servicios educativos y de salud; reducción de pensiones, aumento de la edad para la jubilación y demás medidas “dolorosas pero necesarias” que siempre acaban por joder a los más jodidos. Eso es lo que ha provocado la gran “indignación” mundial que amenaza la estabilidad política y social en muchas naciones.

Lo que está a debate no es un “nacionalismo trasnochado y retrógrado”, sino la capacidad del Estado para hacer frente a sus más elementales obligaciones. Nadie puede estar de acuerdo con el desorden y la corrupción que padece Pemex; urgen medidas radicales para permitirle que se convierta en un baluarte de la “justicia social” y de una “vida mejor y más digna para todos”. Eso es lo que ofrecen el PRI y el PAN en sus lemas; entonces, ¿por qué entregar la riqueza nacional en lugar de usarla en beneficio de los mexicanos?

Cheiser: Ni el Papa Pancho se libró de la ira brasileña. Policía y manifestantes se enfrentaron en violentos combates en las inmediaciones de la sede del gobierno de Río de Janeiro, durante la visita del jefe del Estado Vaticano. Los protestantes expresaban su inconformidad por el uso de recursos públicos para sufragar los gastos de la gira papal y su rechazo a las políticas conservadoras de la iglesia católica. Lo dicho, la pradera está seca.

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