Viernes, abril 19, 2024

La filosofía y la biología del ser humano

A través de los siglos el ser humano ha intentado explicar la existencia del ser y la esencia de éste. Las tendencias han oscilado del idealismo al materialismo, encontrándose hoy en un punto donde las diferencias entre estas tendencias casi se han desvanecido. En la modernidad, la contemplación del ser se ha convertido en teoría del conocimiento, esto debido a que la entidad del ente se piensa como objeto presente. La pregunta metafísica por la posibilidad del estar en frente (es decir, del representar que asegura y calcula) es la pregunta por la cognoscibilidad. Esto debido a la posibilidad de la presencia del objeto en y para el conocer.

La teoría del conocimiento como explicación del conocer y como teoría de las ciencias interpreta el ser como obstancia y representabilidad. Su objetivo es, pues,  conocer el ente como objeto, del objeto para un sujeto. Al investigar al ser ésta se contrae a “naturaleza” muestreándose como propiedad o característica. El ser humano ya no será un ente contemplado, sino un objeto estudiado, su estudio abandonó la fenomenología y el psicologismo, quedando éstas en entredicho en la medida que no sustentaron sus postulados en las nuevas ciencias neurológicas.

Desde la época griega hasta la posmodernidad el ser humano ha sido contemplado y reconocido como un animal racional y social; sin embargo, se le ha estudiado como un ente estático carente de naturaleza evolutiva. Si bien se le reconoce su naturaleza animal, no se incluye en su contemplación su herencia evolutiva. Mucho del comportamiento que se asumen como actividad exclusiva del ser humano provienen de rasgos heredados de sus antecesores los animales.

Si estudiamos las emociones podemos observar que éstas se basan en disposiciones para la acción y tienen su origen evolutivo en patrones de acción que facilitan la supervivencia, aunque éstas puedan ser inhibidas. Las emociones, pues, pueden considerarse como un mecanismo de defensa del organismo que lo incita a moverse ya sea para aproximarse o alejarse de la situación en cuestión. El origen evolutivo de las emociones nos señala que existe un patrón de respuesta emocional que ha desempeñado un papel importante en la supervivencia de la especie. Aunque ontológicamente este patrón de respuesta pueda dividirse en placenteras y desagradables, existe un grupo básico innato de categorías emocionales que son fácilmente identificables en la historia evolutiva del ser humano: la sorpresa, la alegría, la ira, la eversión, la tristeza. Estas emociones innatas poseen a la vez un carácter motivacional o movilizador ante estímulos apetitivos o nocivos y un papel relevante en la comunicación, principalmente a través de la expresión facial1.

A pesar de la diversidad y complejidad de la representación mental de la emoción podemos decir que la experiencia de la emoción es un estado intencional, un estado afectivo sobre “algo”, y que contiene elementos comunes entre las distintas emociones. Un elemento común e importante es su aspecto subjetivo. Esto quiere decir que sólo existe cuando son experimentadas por un agente consiente y no pueden ser redefinidas independientemente del experimentador. Algunos autores denominan “sentimientos” a los aspectos subjetivos, o representaciones conscientes de las emociones.

Otro asunto que requiere de las ciencias neurológicas para su comprensión filosófica actual es la conciencia. Antes de que se desarrollara una consciencia de orden superior, como la que poseen los seres humanos, y de que se creara el lenguaje, se requirió una conciencia primaria que permitiera experimentar la categorización e imaginación de una escena corporal basada en referencias neurales del espacio. La consciencia primaria, aunque ocurre en los animales careciendo de cualquier capacidad lingüística, es un proceso esencial en los humanos.

Los cambios físicos y neuronales que llevaron a la creación del lenguaje son el apoyo biológico que sustenta la emergencia de la conciencia de orden superior. Gracias a los cambios corporales, por ejemplo, caminar erguido, y de la evolución de la neocorteza cerebral, aproximadamente 150 mil años atrás, la conciencia de orden superior comenzó a emerger, sentando las bases del yo extendido: el yo autobiográfico dirigido directamente por la memoria episódica; el yo concepto, también conocido como el yo contextual; el yo volitivo con funciones ejecutivas, y por último, el yo narrativo, el cual es capaz de informar de acciones e intenciones. Las estructuras neuronales del Homo sapiens primitivo estuvieron bajo una fuerte presión evolutiva, lo que hizo capaz el desarrollo de las potencialidades inherentes en ellas. Se desarrollaron no tan sólo las funciones obvias relacionadas a las estructuras heredadas, sino que el cerebro se reorganizó dentro de las variantes posibles creando tanto nuevas redes neuronales como algo tan novedoso como las redes sociales y afectivas.

El ser humano se enfrentó a tres presiones evolutivas que podríamos identificar como tres momentos que han coexistido desde el primer Homo sapiens2. El primero consistió en la producción de los medios indispensables para la satisfacción de las necesidades de vivienda, alimentación, bebida, ropa, etcétera, es decir, la producción de la vida material misma. La segunda consistió en la adquisición de los instrumentos necesarios para la satisfacción de esta primera necesidad, lo que condujo a otras nuevas necesidades que luego fueron primordiales en la supervivencia de la especie. Un tercer aspecto, imprescindible para la continuidad de la especie, fue su reproducción. La procreación de otros individuos, a diferencia de las otras especies animales, exigió el apoyo del grupo dado el tiempo prolongado que la cría humana requiere para su auto–subsistencia. Lo que a su vez exigió el desarrollo relaciones sociales. Esto dio sustento a la identificación del ser humano como –el ser vivo que trabaja–, lo que a su vez ha promovido otras posiciones filosóficas relaciones con el ser y tener.

Las ciencias neurológicas mantienen un enfoque global donde se entiende que toda conducta es el resultado de la función cerebral. Lo que conocemos comúnmente como mentes es un conjunto de operaciones que el cerebro lleva a cabo. Las acciones del cerebro no sólo son el sustrato de conductas motoras relativamente simples como caminar o comer, sino de todas las acciones cognitivas que consideramos la quintaesencia de lo humano, como pensar, hablar o crear obras de arte3. El cerebro no es una estructura inmutable, sino que responde a la experiencia vital del individuo. La capacidad de modificar el número de sinapsis, de conexiones neurona–neurona, o incluso del número de células que se unen, da lugar a la neuroplasticidad. La neuroplasticidad durante los procesos mentales (el hecho de pensar, de aprender) es capaz de alterar la pauta de activación cerebral en las áreas neocorticales. Ante esta realidad, la filosofía del ser no debe dejarse apabullar por el pensamiento técnicomatemático de la modernidad pero se ve obligada a reconocer la evidencia biológica que muestra al ser humano como producto de la naturaleza evolutiva, la cual determina su comportamiento.

Las emociones pueden considerarse como un mecanismo de defensa del organismo que lo incitan a moverse ya sea para aproximarse o alejarse de la situación en cuestión
Las emociones pueden considerarse como un mecanismo de defensa del organismo que lo
incitan a moverse ya sea para aproximarse o alejarse de la situación en cuestión

1J.M. Martínez–Salva, Emoción, ed. Viguera, p 627679.

2Marx C., Engels F., Feuerbach. Oposición entre las concepciones materialistas e idealistas, Obras Completas, Traducción al Español, Ed Progreso, Cap. I de la Ideología Alemana, p 2628, 1980, Moscú.

3Kandel ER., Schwartz JH., Jessel TM., Principios de Neurociencia (2000) cuarta ed, Mc Graw Hill–Interamericana, España, pp 5.

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