Su alma se hizo concreta en esa imagen de la luna casi llena que, rodeada de una corona de luz, se desvanecía entre las asediantes nubes. Traslucía un oscurecido cielo azul claro tras la estela luminosa. Parecía un soplo de esperanza. Era tarde. Estaba cansada. Pero el regalo que le brindaba la noche no podía ser desperdiciado.
Su auto transitaba por las calles centrales de la ciudad de Puebla. Necesitaba llegar a casa y tenía que atravesar la ciudad. Pero el atisbo al cielo la hizo moderar el paso al quedar deslumbrada por la extraña belleza de ese momento.
Las calles vacías le ofrecieron la posibilidad de continuar su paso físico pero detenerse en su interior para poder observar la luna sin siquiera parpadear.
Respiró lento varias veces. Inhaló profundo cada vez. Exhalaba con rezago, lánguidamente. Detuvo su mente. Y el momento la llevó al vacío con la plenitud del convencido.
Hay instantes cuando no importa más nada que estar. Sin pensar ni recordar. Sin palabras ni silencios. Sin necesidades ni deseos. Sentirse atmósfera para abarcar a la luna que espía por la rendija que las nubes permiten en un soplo.
No hubo significado terminante. El momento mágico, entre la luna y ella, guardó su secreto. Por impulso, escribió un mensaje a quien significa algo para ella. Ve la luna. Está hermosa, fueron las palabras enviadas.
La respuesta llegó: X. Fue todo.
Comprendió que esos momentos no son transmisibles... ni comprensibles... para quien no mira al cielo...
